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Columna
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Libertad condicional

La UEFA encontró un tono duro para disimular una sanción blanda. Implacable como oficina de recaudación, pues nunca diferenció entre ricos y pobres, la administración deportiva europea se muestra condescendiente en la aplicación de las penas en función del condenado, y el Inter le ha merecido un trato indulgente, quizá por su condición de italiano o por su naturaleza de club conflictivo, al menos en los últimos años.

A veces da la sensación de que el mundo del fútbol se ha acostumbrado a que los hinchas radicales del Inter expresen irremediablemente cada temporada su frustración por tener un equipo perdedor. Más que reprobación, la lluvia de bengalas que vuela a menudo sobre San Siro parece merecer incluso la mejor de las comprensiones, tal que fuera un ritual que se saluda con una cierta expectación, por no decir complicidad.

A los goles en contra europeos responden los neroazzurri más beligerantes con una salva de fuego, y a los tres días la UEFA anuncia la clausura del campo por dos partidos. Así ocurrió contra el Madrid en 1983 y el Alavés en 2001. Al tratarse esta vez de una doble reincidencia, la suspensión ha comportado un castigo doble: cuarto partidos, y hasta el curso que viene si Dios quiere.

Aunque la UEFA ha cantado que son seis encuentros de clausura, más que nada para darle el timbre del mayor castigo de la historia, el asunto tiene truco porque se trata de seis menos dos, siempre que el Inter se porte bien, de manera que se incluye una bonificación por buen comportamiento más que la prolongación del castigo por ser malo.

El Inter cumplirá una pena menor, pagará una fianza de aquí te espero, nada nuevo en una entidad que despilfarra el dinero, y quedará después en libertad condicional. Experta en la sanción a la carta, la UEFA ha sabido encontrar una nueva manera de reprender a un club que merece una consideración aparte por fatalista. No se entiende si no que también haya salido absuelto de la trifulca el entrenador, Roberto Mancini, que protagonizó una acción más reprobable que la de José Mourinho, entrenador del Chelsea, declarado como enemigo público número uno.

A juzgar por la resolución de la UEFA, el pasado martes en San Siro no se suspendió ningún partido si no que se repuso, como ya es costumbre en las grandes noches, la película Jour de fete, y en la portería del Milan no estaba Dida sino que quien esquivaba las bengalas era Jacques Tati.

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