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¿Investigar con sentido?

Joan Subirats

Parece existir una creciente conciencia de la importancia del conocimiento en las sociedades contemporáneas. En clave de futuro, se habla a menudo de la significación estratégica que tiene la investigación para el desarrollo y el bienestar de nuestra sociedad. Es probable que se vea, en este campo, una renovada fuente de ventajas competitivas entre el Norte y el Sur. El mensaje más o menos explícito es que si bien no podemos competir con ellos en cantidad de trabajo disponible ni en costes laborales, sí seguimos siendo superiores en infraestructuras de investigación, en calificación educativa, en potencialidades de innovación útil para la industria o los servicios. Uno de los aspectos preocupantes de esa insistencia y del esfuerzo inversor consiguiente (esfuerzo, por otra parte, que es hasta ahora más bien descriptible) es el dar por supuesto el sentido o la finalidad de todo ello. De alguna manera se admite que la labor investigadora viene después de la decisión política (y por tanto, se sobreentiende, social) acerca de los objetivos finales de la labor investigadora, sobre las finalidades colectivas que acabarán obteniéndose del quehacer científico e investigador. Se sigue así una tradición respetable, pero asimismo discutible, que presupone que la labor del científico, del investigador, no debe verse contaminada con valores, con elementos propios del debate social o político que deberían quedar fuera de los cometidos propios de la ciencia, del saber. Diríamos incluso, que la explicitación de los elementos normativos que impulsan o explican la implicación del científico en su esfuerzo investigador, la excesiva cercanía entre el investigador y el objeto que investigar, acaban siendo considerados un claro desvalor en la calidad de su trabajo. La objetividad o neutralidad sería así un supuesto legitimador básico de toda labor investigadora individual o colectiva. Y también lo son la pretensión de universalidad, la capacidad de investigar y descubrir al margen de los condicionantes de lugar y tiempo. No es necesario insistir en que esos supuestos han sido objeto de reiteradas y significativas críticas que ponen de relieve la gran dificultad en separar hechos y valores, investigador y objeto, señalando que casi siempre los propios observación y análisis (ya de por sí sesgados) de la realidad acaban también transformándola.

Acaba de editarse un libro realizado de forma conjunta por el Col.lectiu Investigacció (Recerca activista i moviments socials, El Viejo Topo), que desde su transdisciplinariedad e internacionalidad, parte de supuestos muy distintos. El punto de partida es al mismo tiempo simple y exigente: no se puede separar la investigación, el proceso de creación de conocimiento, de las finalidades que esa investigación se plantea ni del contexto social en que se desarrolla. Tampoco se puede separar el camino que conduce a la generación de saber y de innovación, del marco social en el que ello se produce. Y es necesario preguntarse si ayuda a transformar la situación de partida, la correlación de fuerzas existentes, o simplemente ayuda a consolidar, consciente o inconscientemente, ese desequilibrio de recursos y poderes. Lo embrionario de la reflexión, las lagunas que cualquier analista armado con lentes de graduación científica estandarizada descubriría en el texto, no pueden ocultar la fuerza del mensaje y su significación en momentos en que la ciencia aumenta su papel de instrumento en el juego de desequilibrios y poderes en que está consolidándose un nuevo orden económico y social.

En las aportaciones que recoge el volumen aparece con claridad la idea de que no parece aconsejable discutir ni investigar sobre problemas sociales sin considerar el espacio en el que se producen, se desarrollan y se trata de hallar soluciones. Esto es así, tanto porque esos problemas afectan a personas, entidades, instituciones y situaciones que tienen siempre referentes territoriales específicos, como porque cada territorio o entorno tiene asimismo características más o menos significativas que acaban influyendo en esos problemas. El territorio y los actores presentes no determinan los problemas, pero sí los condicionan significativamente. Los actores que interactúan en el entorno de esos problemas y en el marco de ese territorio, utilizan recursos económicos, políticos, normativos y cognitivos, en grado e intensidad variable, para enfrentarse a ellos y tratar de darles salida desde su propia perspectiva. No creo tampoco que todo ello sea un problema exclusivamente de las ciencias sociales y que, por tanto, las ciencias naturales queden al margen de esos dilemas. Tampoco la naturaleza tiene una identidad esencial. Las miradas que sobre ella se proyectan son fruto de decisiones discursivas, de contextos colectivos explicitados o asumidos de manera más o menos consciente.

La ciencia y sus centros de referencia han estado casi siempre produciendo conocimiento para determinados actores, y hay relativamente pocas experiencias de confluencia entre el mundo de la ciencia y las movilizaciones sociales. Vivimos en un cambio de época, marcado por la crisis profunda de las estructuras y las dinámicas productivas, familiares y sociales propias del industrialismo. Hay que repensar el papel de la ciencia en esos procesos de cambio, denunciando el falso neutralismo que se muestra indiferente ante las consecuencias políticas de sus productos y conclusiones. Aceptando que los valores no son patologías del conocimiento y, por tanto, repensando las formas de construir conocimiento, las relaciones entre conocimiento formalizado y conocimiento no formalizado, creando espacios y tiempos en los que sea posible construir ciencia junto a transformación social, en una lógica práctica-investigadora-transformadora, buscando en definitiva vías de mejora personal y colectiva ante los complejos retos con que se enfrenta la humanidad. Una sociedad que no se plantee democratizar el conocimiento acaba perdiendo complejidad. Y esa simplificación y segmentación de tareas, de capacidades interpretativas, de marcos de comprensión, empobrece y hace más vulnerable al conjunto social.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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