Bochorno en Milán
Una lluvia de bengalas lanzada por los seguidores radicales del Inter obliga a la suspensión del partido en el minuto 72
El fútbol mostró anoche en Milán su cara más bochornosa. En San Siro, cuna de dos históricas instituciones como el Inter y el Milan, exhibió su lado enfermizo. Con toda la impunidad del mundo, cuando restaban veinte minutos para concluir el partido, desde el fondo que ocupaba la hinchada más radical del Inter -actuaba como local- comenzó a caer sobre el campo una granizada, primero de botellas y luego de bengalas. Una incesante lluvia que se prolongó durante más de diez minutos. Una de ellas impactó sobre el hombro izquierdo de Dida, el portero brasileño del Milan. Un cuarto de hora después de que los ultras cargaran con las bengalas, se anunció por megafonía que el partido quedaba suspendido. Un par de minutos más tarde hubo rectificación y se anunció que los equipos se retiraban a los vestuarios por orden de la policía, pero que el encuentro no se daba por cerrado. Se dijo que se reanudaría en diez minutos. Jamás, en ningún momento, el locutor del estadio pidió calma. Mientras una docena de bomberos apagaban el regadío de bengalas en el área de Dida, el fondo desde el que se originaron los incidentes seguía tan repleto como al principio del encuentro. Los seguidores continuaban con su insultante vocerío contra la afición milanista, que replicaba, por supuesto. No se vieron agentes por el fondo de los interistas.
Finalmente, los equipos regresaron al campo casi media hora después. No regresó Dida, al que relevó Abbiati. El fútbol es tan estúpido en ocasiones que nadie reparó en que los equipos cambiaran de portería. Así que cuando Abbiati se dirigía al rincón de los horrores intervino el locutor: "Si vuelven a caer objetos, se suspenderá el partido de forma definitiva". Dicho y hecho. Como nadie había desalojado el fondo y los radicales aún tenían un buen arsenal a punto, de nuevo volaron las bengalas. Partido suspendido. Cuesta creer que después de tantas barbaries como ha padecido este deporte aún hoy en día se puedan introducir en un estadio semejante cantidad de bengalas y botellas. En San Siro fallaron todos los controles. Y en Italia no es novedad. El calcio hace tiempo que es un polvorín. Sin ir más lejos, hace sólo tres días, el domingo, tras un Lazio-Livorno en un Olímpico de Roma masivamente decorado con esvásticas, la policía arrestó a 248 personas al término del encuentro. Hace pocos años, desde la misma grada, fue arrojada una moto en un Inter-Brescia.
La guerra de las bengalas, que acabó con el juego, por lo que la UEFA tendrá que decidir ahora si se reanuda a puerta cerrada o se da por perdido el partido al Inter por 0-3, se desató cuando el árbitro, Markus Merk, anuló un gol de cabeza a Cambiasso al entender que había empujado a un defensa milanista. El argentino se encaró con el colegiado en el área de Dida y en ese momento comenzó la tormenta.
Antes del bochornoso final, el Inter le había durado media hora al Milan. Lo que tardó Shevchenko en bajar la persiana a la eliminatoria. Nada de nada había hecho el Inter hasta la aparición del ucraniano, salvo poner todas las guindillas posibles al juego. Crispación, aspavientos y faltas, muchas, muchísimas faltas: sólo en el primer tiempo, 24. El equipo interista no da para más. Bien vacunado, el Milan tiró de capote y esperó su momento sin mayores alardes. El otro inquilino de San Siro no le exigió más. Cierto que la jornada se le puso tan de cara a los milanistas que pudieron haberse dado un banquete.
Ni siquiera el día que le tocaba remontar un 2-0 juntó un par de delanteros el Inter. Mancini, su técnico, dejó a la intemperie a Adriano y le escoltó con Verón, un ex reputado trescuartista que hace tiempo que vive en tinieblas. Ésa fue toda la carga que expuso el Inter, que tiene serios problemas en todas sus líneas, por mucho que el eco de algunos de sus futbolistas aún resulte popular. Es un equipo muy mal remendado, al que de nada le sirve su frenético mercadeo de cada verano. Un dato elocuente: el Milan le ha despedido de Europa con tres ex interistas todavía en plenitud: Pirlo, Seedorf y Hernán Crespo. Donde el Milan tiene a Pirlo, por ejemplo, el Inter expone a Cristiano Zanetti: el día y la noche, justo la diferencia de un equipo a otro. Si el Milan se defiende con el ágil y solvente Nesta, el Inter lo hace con Materazzi, una estaca, un central con dos bates de béisbol por piernas. Gramo a gramo, el Milan está muchos cuerpos por delante de su rival. Y la hinchada interista está harta, como reveló con sus insultos constantes a Mancini y alguno que otro contra Giacinto Facchetti, el presidente a las órdenes del propietario, Mássimo Moratti. Su desasosiego lo acabó pagando con toda la permisividad del mundo contra Dida, el árbitro y todo lo que se le puso por delante. En definitiva, contra el propio espectáculo del fútbol, maravilloso tantas veces y aborrecible otras muchas. Anoche fue una de ellas, para sonrojo de los supuestos veladores de este deporte.
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