¿Qué elección?
Ya es oficial: el Reino Unido adoptará una gran decisión sobre su futuro el 29 de mayo. ¿Qué? "Debes de estar equivocado, Ed" (como suele decir la revista satírica Private Eye parodiando a un periodista borracho). Pero no, no quiero decir el 5 de mayo, día de las elecciones británicas. Quiero decir el día 29, la fecha del referéndum en Francia sobre el tratado constitucional de la Unión Europea.
En un ambiente de agitación desmesurada, políticos y periodistas intentan insinuar que estas elecciones británicas son "históricas", con la perspectiva de un "histórico" tercer mandato para el laborismo y más uso de ese adjetivo tan cansino. Al iniciar la campaña delante del número 10 de Downing Street, Tony Blair dijo: "Es una elección importante. Una elección fundamental". Al cabo de un minuto, como si temiera no habernos convencido, repitió: "Es una elección importante. Una gran decisión". A lo largo del próximo mes oiremos esta frase repetida sin cesar por todos los participantes, con arreglo a lo que se puede llamar el principio del capitán, el personaje de La caza del snark, un poema cómico de Lewis Carroll sobre la captura de un animal imaginario, que proclama: "¡El sitio ideal para un snark! Tres veces lo he dicho. Y lo que digo tres veces es cierto".
En comparación con la mayor parte de las elecciones británicas celebradas entre 1945 y 1997, las diferencias políticas son increíblemente pequeñas
Si los franceses dicen 'no' en el referéndum europeo -como parecen indicar las encuestas actuales- el tratado constitucional estará muerto antes de nacer
Si dejamos ver cuál es nuestra situación con demasiada claridad, pocos se molestarán en votar, y la democracia británica será víctima de su propio éxito
Salvo que no lo es. Pensemos, en cambio, en la espantosa posibilidad de que los numerosos electores británicos que parecen inclinados a no votar quizá estén comportándose de forma racional, porque la verdad es que estas elecciones no son tan importantes y no hay tanto que distinga a los grandes partidos.
En comparación con la mayor parte de las elecciones británicas celebradas entre 1945 y 1997, las diferencias políticas entre ellos son increíblemente pequeñas. Unos suben un poco los impuestos, otros prometen bajarlos un poco, pero nadie propone cambiar la manera de dirigir la economía, la privatización general, o la renacionalización, o alguna cosa así. Goldman Sachs predice que el resultado de las elecciones va a tener repercusiones escasas sobre los mercados financieros británicos, porque hay pocas cosas que separen a los adversarios en política fiscal y monetaria. Los principales partidos están de acuerdo en limitar la inmigración, algunos con más dureza y otros con menos. Todos desean más policía, un mejor servicio nacional de salud, mejores escuelas, etcétera. Sobre la reforma constitucional, hasta los conservadores dicen que la Cámara de los Lores debe ser una cámara electa en su mayor parte, y los laboristas se limitan a balbucir de forma incoherente.
La única diferencia real es la relativa al lugar que debe ocupar el Reino Unido en Europa, o, según muchos tories, fuera de Europa. Pero Europa es secundaria en estas elecciones, por dos motivos. Primero, porque los tories saben que provocará divisiones en sus propias filas, y la última vez ya descubrieron que una campaña nacionalista y antieuropea no servía de nada. Segundo, porque Blair ha eliminado la cuestión al anunciar su intención de convocar un referéndum sobre el tratado constitucional de la UE. Lo hará el año que viene, cuando la mayoría de los demás países europeos ya haya votado. Si a finales del mes que viene los franceses dicen no -como parecen indicar las encuestas actuales-, el tratado estará muerto antes de nacer, independientemente de que otros Estados miembros sigan adelante con el proceso de ratificación. Jacques Chirac habrá ahorrado a Blair el problema de tener que exigir al pueblo británico la única decisión auténticamente "histórica" que afrontamos. Por eso afirmo, y exagero muy poco, que la gran decisión para el Reino Unido será la que tomen, el 29 de mayo, los franceses.
Era posideológica
Respecto al resto del programa electoral, la falta de diferencias fundamentales entre los principales contendientes no es una peculiaridad británica. Ocurre cada vez con más frecuencia en la mayoría de las democracias europeas desde el final de la guerra fría, y es una de las razones por las que la participación está disminuyendo en casi todas partes. En esta era posideológica, la política cotidiana no tiene que ver con alternativas estructurales. Tiene que ver con pequeñas variaciones en la gestión del capitalismo democrático, un sistema que -al menos por el momento- no cuenta con ninguna gran alternativa en Europa; al menos,recordémoslo, durante gran parte del siglo XX. Los votantes, ahora, se enfrentan a una elección más parecida a la de unos accionistas (¿o habría que decir propietarios?) que tienen que decidir, entre dos o tres equipos, cuál es el más indicado para dirigir la compañía. O, si cambiamos ligeramente la metáfora, se trata de unos equipos de dirección que se apoyan en coaliciones de votantes formadas de manera pragmática y oportunista, mediante llamamientos a grupos de intereses específicos, determinadas generaciones, etcétera.
Esto es lo que ocurre de verdad, en mi opinión. Pero es una verdad que todo el mundo va a negar durante las próximas cuatro semanas. Los principales actores del mercado del entretenimiento y la información están unánimemente interesados en que el ciudadano británico no descubra esta verdad. Todos los partidos políticos van a dedicarse a subrayar las diferencias como hicieron el miércoles pasado Tony Blair y el líder conservador, Michael Howard, durante una agitada sesión de preguntas en la Cámara de los Comunes. Todos quieren movilizar a sus votantes, como trató de hacer Blair con una carta manuscrita de cinco páginas a los lectores de The Daily Mirror.
Mientras tanto, en un mercado de prensa que es seguramente el más competitivo del mundo, nuestros periódicos están de lo más interesados en sacar todo el partido a esta historia para vender más. Y los servidores públicos que tienen acceso a los medios quieren destacar la importancia de las elecciones porque les horroriza la perspectiva de que vote todavía menos gente que en la última convocatoria, un vergonzoso 59% de votantes. Al fin y al cabo, ¿acaso el derecho a votar en unas elecciones limpias y libres no es algo valioso y obtenido con gran esfuerzo, un derecho humano por el que los habitantes de Ucrania, Kirguizistán e incluso Irak han estado dispuestos a arriesgar sus vidas en los últimos meses?
En esta situación, el hecho de que The Sun dedique sus páginas centrales a las elecciones parece tanto una parodia de la democracia británica contemporánea como una observación imparcial sobre ella. El despliegue a todo color que apareció el miércoles en el tabloide de Rupert Murdoch, el más vendido del Reino Unido, incluye a tres jóvenes con el pecho desnudo que visten la parte inferior del biquini, pero balancean entre los dedos la parte superior: Keeley, con el azul de los conservadores; Nicola T., con el rojo de los laboristas, y Peta, con el amarillo de los demócratas liberales. "En la página 3 hemos asignado una chica guapa a cada uno de los tres grandes partidos", explica The Sun, "y el partido que más destaque en cada día de la campaña contará con una aparición en top less de su joven al día siguiente". De esa forma, razona el periódico, los lectores tendrán "la delantera" (no se pierdan el guiño) a la hora de estar informados sobre las oscilaciones hacia la izquierda, la derecha y el centro. Después, las tres dicen sus "opiniones". Por ejemplo, Peta dice: "Los liberal-demócratas y su líder, Charles Kennedy, han tenido sus oportunidades en el pasado. Pero ahora pueden depender de las mías para obtener votos importantísimos".
¿Para esto han luchado generaciones de demócratas británicos desde la revolución inglesa del siglo XVII? ¿Para esto hicieron campaña las sufragistas? Pues, en cierto sentido, sí. Una elección pacífica, aburrida e insustancial entre distintos equipos de gobierno, sin consecuencias dramáticas gane quien gane, es precisamente con lo que sueñan quienes luchan por la democracia en Zimbabue o Birmania. Ahora bien, si dejamos ver cuál es nuestra situación con demasiada claridad, pocos se molestarán en votar, y la democracia británica será víctima de su propio éxito. Ésa es la verdad que nadie puede reconocer.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
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