Una pareja de antología
Los grandes directores de orquesta del siglo XXI no son, evidentemente, como los de antes. La sociedad demanda otras exigencias. Y son precisamente los más concienzudos -normalmente suelen coincidir con los mejores- los que dan respuesta a la crisis del sector o a lo que socialmente de ellos se espera. Un tema clave es el educativo. Y en ese sentido ahí están en primera línea los dos últimos directores de la Filarmónica de Berlín.
Claudio Abbado está en Salzburgo estos días en muchas de las conversaciones por su experiencia en Venezuela con las escuelas de música y como resultado de ello sus recientes conciertos el pasado febrero en Caracas. Simon Rattle ha conmocionado Salzburgo -y antes Berlín- gracias a la película Rhythm is it, que se exhibe estos días en el principal cine de la ciudad natal de Mozart alternándose con Mar adentro. Para los que acuden al festival, la única posibilidad de ver la primera es asistir al pase de las tres de la tarde y convivir, de paso, con el mayoritario público joven que aplaude cada una de las sesiones. La película, más bien un documental, trata del encuentro de la Filarmónica de Berlín con un grupo de unos 250 alumnos de danza de 25 nacionalidades distintas procedentes de diferentes escuelas de Berlín, para poner en pie una versión de La consagración de la primavera, de Stravinski, en la Arena de Berlín, coreografiada por una persona tan singular como es Royston Maldoom. Dirigida por Thomas Grube y Enrique Sánchez Lansch, la película es el primer paso de la política educativa de Simon Rattle al frente de la Filarmónica de Berlín. Los testimonios de jóvenes de 15 años como el nigeriano Olayinka son estremecedores y, en general, el proceso de aprendizaje y la evolución humana de la aventura artística, a través de seis semanas de ensayos, resultan conmovedores. Como también resulta entrañable el encuentro de los jóvenes aspirantes a bailarines con los músicos en la primera visita a la Philharmonie. Se cumple en esta ocasión aquello que decía Mahler de que "toda música aspira a la condición de danza". La Filarmónica de Berlín marca la diferencia con otras orquestas con compromisos como éste.
En el Festival de Pascua tuvo lugar el primero de los conciertos que comparten Mozart y Britten, y me atrevo a decir que más que en empate terminaron en 0-1, gracias a la soberbia actuación del tenor Ian Bostrige en una obra tan hermosa y compleja como es Las iluminaciones, de Britten, sobre un texto de Arthur Rimbaud. Bostridge ha dejado boquiabiertos hasta a los más escépticos por la finura de su trazo, por la manera de decir y por la profundidad seductora con que ha desentrañado el complejo texto de Rimbaud. En cualquier caso, el acompañamiento de Rattle fue excepcional y la prestación de la Filarmónica de Berlín realmente portentosa.
En la sinfonía 39 de Mozart, como en la Grande, de Schubert, Simon Rattle desplegó hasta las últimas consecuencias esa alegría de vivir en la forma de hacer música que le caracteriza. Su dirección estuvo cargada de energía dentro de un concepto extravertido y de comunicación inmediata. En la orquesta puede haber cambios, pero milagrosamente el nivel artístico sobrevive a cualquier vicisitud. Refinada en la cuerda, brillante en la madera, compacta en el equilibrio global. El paso del tiempo no ha hecho sino reconfirmar que el nombramiento de Rattle al frente de la Filarmónica de Berlín era el más apropiado. La verdad es que los berlineses han tenido y tienen un quinto sentido para elegir a sus directores. Así les va.
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