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Sistemas de arquitectura industrial

Entre el peligro constante de desaparición y las propuestas de rehabilitación, la arquitectura industrial sigue siendo actualidad. Y lo es por su valor histórico y social, por sus cualidades arquitectónicas y porque son conjuntos en situaciones urbanas estratégicas.

Hasta finales de los años setenta, predominaba el prejuicio de que la industria era una actividad molesta; la mentalidad purista de considerar degradante a la ciudad industrial. Durante la época del alcalde Porcioles en Barcelona y en los últimos años de la dictadura del general Franco, el criterio económico dominante era siempre el de rentabilizar el patrimonio de las viejas industrias con operaciones inmediatas de especulación: es decir, derribar las fábricas para hacer negocio inmobiliario. A pesar de que con la democracia se empezó a incorporar la sensibilidad por el patrimonio industrial, durante los primeros años la mayoría de intervenciones fueron de sustitución, para introducir los espacios públicos que la sociedad necesitaba y para llevar adelante grandes reformas urbanas, tal como ocurrió con el proyecto de la Villa Olímpica, que arrasó una parte del valioso patrimonio industrial del Poblenou. Las urgencias olímpicas pretendieron legitimar un proceso en el que -se decía- no había tiempo para pensar en salvar nada.

Los conjuntos industriales tienen fuertes cualidades de centralidad y flexibilidad

Sin embargo, los conjuntos industriales tienen fuertes cualidades de centralidad y flexibilidad. Fueron conformados con la capacidad intrínseca de transformación, tanto de los espacios interiores como por el crecimiento derivado de la ampliación o suma de edificios. Poseen plantas libres y sistemas de accesos y comunicación racionales y claros. Y, por necesidad, todo conjunto industrial se sitúa estratégicamente, bien relacionado con las terminales de transporte de materias primas, las redes de energía y los ríos, las infraestructuras y los sistemas urbanos. Estas características los sitúan actualmente en lugares de centralidad muy deseados para transformaciones urbanas y por empresas como las dedicadas a las tecnologías de información y comunicación (TIC).

Y lo que es más importante: cada conjunto industrial constituye un sistema, conforma un paisaje con una morfología propia basada en las relaciones entre edificios, espacios libres y entorno. Por ello no vale con salvar aquí una chimenea, allí una fachada, más allá sólo una nave de todo un conjunto.

Tal como explica el historiador Joan Roca en L'Avenç, en el número 288 (2004), la ciudad de Barcelona ha renegado de su pasado industrial. Hemos creado una imagen falsa de una ciudad que publicita sus monumentos modernistas mientras oculta y destruye la red industrial y obrera que contribuyó al desarrollo económico que los hizo posibles. Mientras esto sucedía en Barcelona, el territorio catalán ha ido recuperando valiosas piezas del patrimonio fabril, empezando por la tan inteligente y avanzada idea de crear el sistema que configura la red del Museo Nacional de la Ciencia y la Técnica de Cataluña, con antiguos complejos reformados para mostrar su relación con el medio, su funcionamiento y sus colecciones.

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Por suerte, en los últimos años se han completado destacadas intervenciones en Barcelona: una de las operaciones de prestigio de la Fundación La Caixa ha consistido en convertir la antigua fábrica Casaramona en el Centro Cultural Caixafórum (2001); la antigua Fabra i Coats se ha transformado en el centro cívico de Can Fabra (2001), según proyecto de Moisés Gallego, Tomàs Morató y Jaume Arderiu; Can Jaumandreu, en el Poblenou, se ha reconvertido en centro de formación, siguiendo el proyecto de Núria Monfort (2002); la Fundación Agbar ha convertido parte de las naves, salas de turbinas y espacios libres de su antigua sede en Cornellà de Llobregat en el Museo de las Aguas (2004). Otros están en realización, como el tan polémico y tantos años pendiente de Ca l'Aranyó, que formará parte de la Universidad Pompeu Fabra y del parque audiovisual.

De hecho, son dos los mayores focos de atención que están todavía en la cuerda floja. Por una parte, todo el conjunto de patrimonio de Poblenou, del que ha desaparecido una buena parte, pero del que se aseguró el pasado otoño que a partir de ahora la protección de la arquitectura industrial iba a ser mucho mayor. Atendiendo las propuestas del Grup de Patrimoni Industrial del Fòrum de la Ribera del Besòs, el nuevo proyecto global del distrito de Sant Martí cataloga casi 100 elementos de patrimonio industrial. Estos días se ha iniciado la reconversión de la fábrica Oliva Artés en cuartel de la Guardia Urbana y en centro de demostración del impacto de las TIC, aunque también existe la propuesta de crear allí un Museo del Trabajo. Sin embargo, el pasado mes de mayo y ante las protestas vecinales, se seguían produciendo derribos, como el de la Unión Metalúrgica, sacrificada en pleno Fórum 2004, y aún está por ver qué sucede con Can Ricart.

Por otra parte, Can Batlló, en La Bordeta, un auténtico sistema de edificios y calles, el último gran conjunto industrial que se conserva en Barcelona, es un reto a la imaginación y creatividad para saber convertirlo en uno de aquellos modelos de intervención que admiramos de Alemania, Francia, Inglaterra, Estados Unidos o Brasil. ¿Se va a encontrar una solución que incorpore esta gran área al funcionamiento y memoria del barrio, con nuevos equipamientos y espacios públicos, sabiendo mantener la estructura, la arquitectura y las calles del conjunto, o, por el contrario, se va a ir desvaneciendo en la atmósfera amnésica y especulativa de la Barcelona contemporánea? En una ciudad que lo debe casi todo a su industria manufacturera, ¿no sería la ocasión para demostrar la capacidad para otorgar vitalidad con nuevos usos a un sistema arquitectónico tan flexible y adaptable? El patrimonio industrial dilapidado no lo vamos a recuperar, pero ahora tenemos la oportunidad de intervenir acertadamente en el que queda.

Josep Maria Montaner es arquitecto.

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