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Reportaje:MÚSICA

El Wagner más romántico

Para su retorno al Teatro Real, Lohengrin, de Wagner, viene de la mano de los dos responsables que ofrecieron por vez primera la producción en la Ópera Alemana de Berlín a finales de junio de 1990: Jesús López Cobos y Götz Friedrich. Las propuestas escénicas de Friedrich, de las que ya se vio en el Real un interesante y nada acomodaticio Faust, de Gounod, hace justamente dos años, suelen envejecer muy bien o, mejor dicho, apenas envejecen. Quizá porque, siempre escuchando la música, la modernidad de sus conceptos se encuadra con las inquietudes de nuestra época que el regista suele cuestionar de paso por el lado político o el social. Friedrich fue un docente de reconocido prestigio y un resuelto administrador teatral. Abarcó un amplísimo registro, enfrentándose a los clásicos del XIX con el mismo provecho que a estrenos contemporáneos de Wolfgang Rihn (Oedipus), el sueco Ingvar Linholm (El sueño) o el tan de moda Henze, de quien estrenó en 1990 Das Verratene meer. Friedrich, que falleció un poco por sorpresa en diciembre de 2000 con apenas setenta años, resulta fácilmente asociable a la obra de los dos Richard, Wagner y Strauss. De éste montó sus títulos más representativos y dos de ellos, Elektra y Salomé, los trasladó a la pantalla, logrando con la primera que la gloriosa Leonie Rysanek cantara por primera y única vez el temido papel titular y con la segunda que Teresa Stratas alcanzara uno de los momentos más lisonjeros de su nada convencional carrera.

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La relación de Friedrich con Wagner alcanzó sin duda su punto álgido cuando el Festival de Bayreuth celebró en 1982 el centenario del estreno de Parsifal con un montaje suyo. En Bayreuth, justamente, su concepción de Lohengrin, de 1979, sustituyó a la de Wolfgang Wagner y permaneció en cartel durante casi una década hasta que la reemplazó la de Werner Herzog. Para la ortodoxia, Lohengrin es la tercera ópera wagneriana, después de El holandés errante y Tannhäuser, porque el compositor renegaba pertinazmente de sus obras primerizas, Las hadas, La prohibición de amar y ese plúmbeo Rienzi, donde sin lograrlo quiso hacerse Meyerbeer, tres obras terminantemente excluidas de los festivales veraniegos de Bayreuth.

Lohengrin es uno de los re

cursos tópicos de los aficionados a la ópera para disculparse de su poca afición wagneriana. Más que la tenebrosidad de El holandés errante o la latosa lucha entre el bien y el mal que refleja Tannhäuser, la luminosa partitura de Lohengrin permite mejor el acercamiento al mundo wagneriano, porque es su partitura más cercana a las maneras italianas de hacer teatro cantado. Comenzando con la típica distribución vocal, con el tenor y la soprano como pareja amorosa que ha de soportar los embistes de los testarudos mezzo y barítono empeñados en que aquéllos consigan sus propósitos sentimentales, ante la mirada siempre algo distante y apacible del bajo representante de la legalidad. Y continuando por el discurrir musical que aun siendo ya el característico del compositor, con su flujo continuado jalonado por los peculiares motivos conductores que orientan al oyente en el desarrollo dramático, los números cerrados son perfectamente reconocibles. Así el protagonista titular tiene dos perfiladas arias, ambas muy populares, y Elsa otras tantas, la de su delicada presentación y la de su resplandeciente entrada, en medio del lóbrego dúo donde Ortrud y Telramund traman su perdición, el momento más original de la obra. Pero lo que quizá haga a Lohengrin más accesible es el carácter romántico de la partitura. Esa figura de príncipe azul a lomos de un cisne, surgiendo de recónditas tierras para salvar de la injusticia a una desprevenida mujer, da para activar a gusto la fantasía femenina y puede que alguna varonil. Todo ello envuelto en esa áurea mágica y etérea que surge de la magnífica música wagneriana, palpitantemente romántica, que sólo se agarrota en el dilatado acto II que tanto le cuesta rematar al compositor.

Lohengrin la ofreció por primera vez Franz Liszt, futuro suegro de Wagner, en el Hoftheater de la goetheana Weimar el 28 de agosto de 1850. Se estrenó en la muy wagneriana Barcelona el 6 de marzo de 1884, aunque el público de la ciudad ya había tenido acceso a la obra cantada dos años atrás en otro escenario local. En Madrid se presentó algo antes, en italiano, el 26 de marzo de 1881, con un protagonista insospechado, el tenor Julián Gayarre.

Una imagen de la escenografía de 'Lohengrin' de la Ópera de Berlín, que ahora llega al Teatro Real.
Una imagen de la escenografía de 'Lohengrin' de la Ópera de Berlín, que ahora llega al Teatro Real.KRANICHFOTO

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