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Columna
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'Todos hemos recurrido al disfraz...'

"Quién más, quién menos, todos hemos recurrido al disfraz en algún momento de nuestra vida. Algunos lo llevan puesto siempre. Apenas salen a la calle, se ponen la careta. Hay quienes la llevan puesta incluso sin salir de su casa, engañando a su propia familia. En algunos casos se engañan incluso a sí mismos. Se han olvidado de que la lleven puesta y dudan, se colocan delante del espejo y se preguntan: ¿Yo soy realmente ése? ¿Soy yo realmente quién en estos momentos se está mirando en ese espejo? Y todavía hay quienes, mientras se están contemplando, llevan sus dudas más lejos y se preguntan: ¿es realmente esa mujer que en estos momentos aparece reflejada a mi lado la misma que conocí hace diez años, y a la que un día juré amor eterno?

Recuerdo que hace ya bastantes años, cuando todavía no se había puesto de moda en este país hablar de "armarios" (por lo menos no se hablaba tanto de ellos) presencié en Sitges, durante las Fiestas de Carnaval -que en esa villa barcelonesa se celebran por todo lo alto- un curioso encuentro entre un guardia civil y una bailaora que había llegado al cuartel diciendo que se llamaba Rocío y que lucía un espectacular traje de faralaes. Aquel guardia se quedó perplejo cuando le pidió el DNI a la tal Rocío -no sé cual fue la razón, pero se lo pidió- y se encontró con que la mujer en cuestión se llamaba en realidad Eustaquio, que, como todos sabemos, es un nombre de varón que, además, nos ha inspirado siempre un respeto especial e incluso una cierta prevención.

Desde aquel episodio, como digo, ha pasado ya mucho tiempo, pero todavía pienso alguna vez en aquella Rocío, que en realidad se llamaba Eustaquio y me pregunto: ¿Por qué los Eustaquios no nacen ya siendo definitivamente Rocíos? ¿Sin necesidad de recurrir al ardid del disfraz carnavalesco? ¿Por qué la naturaleza les obliga a esos esfuerzos suplementarios? ¿Por qué esos entrañables Pepitos, o Luisitos que son incapaces de matar una mosca pero que admiran secretamente a Napoleón, no nacen ya siendo napoleones bonapartes, sin necesidad de recurrir a ese bullicioso engaño colectivo que se llama Carnaval? ¿Por qué la Naturaleza hace tan mal las cosas?

Porque sucede, en efecto, que en la máscara buscamos, aun sin saberlo, el rostro de quien deseamos ser, la personalidad de aquel a quien tratamos de imitar y al que, de algún modo, admiramos fervientemente. Las máscaras no ocultan, sino, todo lo contrario, descubren.

Recurramos, pues, a las máscaras carnavalescas y respondamos alegremente a las necesidades que nos impone nuestra condición de homo duplex, con una región consciente y otra inconsciente, o, si prefieren que utilice otras palabras, a los deseos de esa personalité seconde que, cansada de permanecer todo el año encerrada en el armario (es la segunda vez que hablamos de armario) de nuestra cotidianidad, emerge con fuerza desde nuestro interior, ávida de gozar de esa misma alegría que Schiller calificó de "chispazo divino".

No olvidemos que fue un gran filósofo, Baruch Spinoza, quien nos enseñó que la alegría es el camino que lleva al hombre a una mayor perfección".

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