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Columna
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El País Vasco, ¿espejo o espejismo?

Una vez más, con el gran desafío que representa el órdago de la presentación definitiva del plan Ibarretxe ante las Cortes, el País Vasco marca de nuevo la agenda política. La marca nuevamente en España entera y puede llegar a marcarla también especialmente en Cataluña, sobre todo ante la perspectiva inmediata de las negociaciones entre las fuerzas políticas catalanas para llegar al necesario acuerdo tanto en la redacción del nuevo Estatut como en la propuesta del nuevo sistema de financiación autonómica.

A diferencia de lo que ocurrió casi siempre en el desgraciadamente muy breve periodo de la Generalitat de la II República Española, desde los últimos tiempos de la dictadura franquista y los inicios de la transición a la democracia ha existido siempre en algunos sectores del nacionalismo catalán un indisimulado intento de tomar al País Vasco como punto de referencia para Cataluña. La misma definición nacionalista de algunas fuerzas políticas catalanas, que hasta entonces siempre se habían definido simplemente como catalanistas, surgió en gran parte de ese afán de tomar al País Vasco como referente político de Cataluña. Buen ejemplo de ello es que en su momento, aunque no llegara jamás a llevarse a cabo, Convergència Democràtica de Catalunya se planteó incluso la posibilidad de pasar a denominarse formalmente Partit Nacionalista de Catalunya, registrando para ello este nombre en el entonces recién creado registro de partidos políticos.

Aunque el presidente Tarradellas tuvo siempre muy claro que para Cataluña lo mejor era no entrometerse jamás en la política vasca ni tomar Euskadi como posible ejemplo o referente, lo cierto es que llevamos ya más de 30 largos años en que algunas fuerzas políticas catalanas siguen empeñadas en mantenerse permanentemente ensimismadas en su ensoñación vasquista. Como ha ocurrido durante todos estos años a veces con otras naciones sin Estado -lo fue en su momento Quebec con las reiteradas y nunca alcanzadas aspiraciones soberanistas de sus nacionalistas, como más tarde lo fue también Lituania cuando alcanzó su independencia tras el derrumbe de la Unión Soviética, por ejemplo-, el País Vasco se ha convertido para algunos destacados dirigentes del nacionalismo catalán, así como para algunos intelectuales y articulistas que suelen apoyarles, en una suerte de espejo en el que al parecer les gustaría poder verse algún día reflejados. Pero Cataluña no es el País Vasco, como tampoco es Quebec ni Lituania, de modo que estos espejos son simplemente unos espejismos engañosos.

Ahora, ante el importante problema político planteado por la definitiva presentación del plan Ibarretxe en las Cortes, el espejismo vasquista vuelve a planear sobre toda la política catalana. Pero Cataluña no es Euskadi. Y no lo es por suerte, y no sólo porque afortunadamente aquí no ha existido nunca en realidad un fenómeno terrorista y criminal como ETA, que desde hace ya muchas décadas no sólo condiciona de modo decisivo y permanente toda la vida política vasca, sino que ha causado centenares de víctimas mortales en toda España y ha hecho que miles de ciudadanos de Euskadi vivan desde hace años bajo la amenaza constante del terror. Además, y también por fortuna, en Cataluña hemos vivido siempre, incluso desde poco antes del inicio de la transición a la democracia, en una sociedad muy cohesionada y respetuosa de su pluralismo interno, sin los constantes enfrentamientos existentes en el País Vasco, donde la división política entre los partidos nacionalistas-independentistas y las fuerzas vasquistas-autonomistas ha provocado también una grave división social, ejemplarizada ahora como nunca precisamente con la grave fisura interna que el plan Ibarretxe ha provocado en el propio País Vasco, según demuestran todas las encuestas conocidas hasta la fecha.

Desde ningún punto de vista pueden ser comparables Euskadi y Cataluña. No lo son ni lo han sido nunca políticamente, sin duda, pero tampoco lo son ni lo han sido jamás desde el punto de vista económico o social, ni tan siquiera lo son ni lo han sido nunca cultural o lingüísticamente. ¿Alguien se imagina, por ejemplo, que en Cataluña existiese un segundo canal de nuestra televisión autonómica que emitiese exclusivamente en castellano, como viene haciendo Euskal Telebista desde hace años, y que encima este segundo canal obtuviera siempre mayor audiencia que el primero, que emite sólo en euskera? Y lo que sin duda es mucho más grave e importante, ¿alguien se imagina que en Cataluña casi la mitad de nuestros diputados autonómicos y gran número de alcaldes y concejales y centenares de ciudadanos tuvieran que andar siempre bajo la protección de guardaespaldas, y que la violencia campara aquí a sus anchas?

Cataluña ha tenido pocas, muy pocas oportunidades históricas tan favorables como la actual para consolidar una autonomía planteada desde una perspectiva federalizante, en el contexto de una España efectiva y realmente plural no sólo en lo lingüístico y cultural, sino también en la político, económico y social, con una descentralización profunda del Estado y un sistema de financiación económica que sepa dar la respuesta adecuada a las necesidades reales de la sociedad catalana actual.

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Por ello es de desear que se imponga finalmente la cordura en el conjunto de las fuerzas políticas catalanas y, renunciando definitivamente a tomar el espejismo vasco como espejo de Cataluña, las negociaciones para la redacción del nuevo Estatut, y por tanto también para la formulación de una propuesta realista y eficaz de un nuevo sistema de financiación autonómica que satisfaga las necesidades de la Generalitat, se lleven a cabo en todo momento con realismo y, por tanto, sin ningún tipo de ensoñación, con la vista puesta exclusivamente en la defensa de los intereses del conjunto de la sociedad.

Sería deseable que Euskadi siguiera su camino e intentase resolver sus graves problemas internos del mejor modo posible, sobre todo con la esperanza de alcanzar definitivamente la paz, pero también es de desear que Cataluña sepa seguir su propio camino.

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