Del volcán español al de la economía global
Rodrigo Rato, el político que descartó José María Aznar como candidato a la presidencia
del Gobierno, se salvó de encabezar la derrota electoral del PP y accedió a uno de los cargos
más importantes de la economía mundial: la dirección del Fondo Monetario Internacional (FMI)
A las cinco de la tarde del 14 de marzo de 2004, hora de Washington, las once de la noche en Madrid, confirmada la victoria de José Luis Rodríguez Zapatero y del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en las elecciones legislativas, el entonces candidato a ministro de Economía socialista, Miguel Sebastián, actual director de la Oficina Económica del Presidente del Gobierno, recibió una nueva llamada de un amigo suyo radicado en la capital norteamericana. Se trataba de Luis Martí, director ejecutivo en representación de España, México, Venezuela y Centroamérica en el Consejo de Administración del Fondo Monetario Internacional (FMI). Al hilo de los resultados electorales, Martí urgió: "Miguel, está el tema de Rodrigo Rato en el FMI. Sería bueno para España conseguir su nombramiento como director gerente y también para la institución. El nuevo Gobierno debería apoyarle sin titubeos".
La derrota del PP le abrió las puertas a un exilio dorado, para tomar tanto distancias políticas como personales
Miguel Sebastián, según fuentes solventes, quedó en pensárselo y hablar con el presidente in pectore, José Luis Rodríguez Zapatero. Esas fuentes aseguran que Sebastián no consideró a bote pronto tan obvio que era imperativo salir inmediatamente en defensa de la candidatura de Rodrigo Rato. Pero, tras llegar sin pérdida de tiempo a la misma conclusión, Sebastián expuso al candidato socialista triunfante las razones para seguir el curso que recomendaba su amigo Martí. Era conveniente por tres motivos: poner el cargo de director de una institución mundial tan relevante por encima de la querella de los partidos; seguir la misma orientación en el caso de Rato que en el apoyo a la candidatura del catedrático de Hacienda Pública en la Universidad Autónoma y miembro del consejo ejecutivo del Banco de España, José Manuel González-Páramo, para el comité ejecutivo del Banco Central Europeo (BCE); y por último, pero no por ello menos relevante, apoyar la candidatura de Rato al FMI suponía puente de plata al alejamiento de un animal político como Rato de la política española.
Hasta entonces, Rato había dejado correr su nombre sin aclarar, al menos de manera oficial, si de verdad quería el puesto. Era evidente por qué. Necesitaba saber el resultado de las elecciones. En aquellos días, antes del atentado del 11-M, lo que estaba en discusión era la magnitud de la victoria de Mariano Rajoy, el candidato del Partido Popular designado por José María Aznar, sobre Rodríguez Zapatero. Rato, por tanto, jugaba con las cartas tapadas. La derrota del PP abrió las puertas a un exilio dorado. Un exilio ideal para tomar tanto distancias políticas -su derrota ante Rajoy precedió a la derrota del PP- como personales -de carácter familiar-. Y siempre en contacto con la realidad política y económica mundial. Desde Washington.
Cuando Rodríguez Zapatero habló con Rato, el martes 16 de marzo, el cielo quedó despejado. Rato era candidato firme. Y el presidente in peéctore le respaldaba, cosa que Rodríguez Zapatero anunció al día siguiente, miércoles 17 de marzo. El asunto, pues, fue uno de los primeros temas abordados por Rodríguez Zapatero tras el 14-M.
La candidatura de Rato, obvio es, ya estaba más que fraguada. El ministro del Tesoro británico, Gordon Brown, era por aquellos días el principal valedor del entonces vicepresidente primero y ministro de Economía en funciones. A Brown se sumó la Administración de Bush, tras el puntual lobby de José María Aznar. ¡Qué menos podía esperar Rato de Aznar, o mejor, qué menos podía Aznar hacer por él,después de ejecutar su dedazo en favor de Mariano Rajoy como candidato del PP!
La designación de Rato ha sido, en cierto modo, la confirmación de que las relaciones personales son relevantes en la política contemporánea, quizá más, hasta cierto punto, que el peso específico de cada país en el concierto mundial. Rato tejió un excelente vínculo personal con Gordon Brown, presidente de turno del organismo de gobierno más importante del FMI, el otrora comité interino, ahora llamado Comité Monetario y Financiero Internacional. Las relaciones personales entre Aznar y Bush, asimismo, tuvieron una fuerte influencia. También ayudó a Rato un hecho negativo, el que Jacques Chirac y Gerhard Schroeder fueran incapaces de presentar, a última hora, un candidato alternativo de peso.
Rato, nombrado el pasado 7 de julio de 2004, tiene un mandato de cinco años, esto es, hasta julio de 2009. Con este nombramiento, la historia del puesto de director gerente del FMI ha conocido un antes y un después.
Aunque la analogía pueda ser discutible, el nombramiento de Rato evoca aquellas situaciones en las cuales un presidente o ministro de Asuntos Exteriores de un país designa para una embajada u organismo internacional importante a un embajador político, esto es, a alguien que no es embajador de carrera. Se podrá objetar aquí: Rato forma parte de la carrera y ha sido ministro de Economía. Es verdad. Pero lo que ha definido siempre su gestión no ha sido su carácter técnico, sino su perfil político.
Un director gerente del FMI, entre otras cosas, representa un papel. Es un personaje a interpretar. Rato acumula, tras su paso por el Parlamento y por dos Gobiernos, suficiente técnica para este trabajo en tiempos de relativa estabilidad económica y financiera internacional. Pero hay indicios importantes de que estos tiempos pueden cambiar. Los desequilibrios mundiales, de los cuales el déficit por cuenta corriente y el déficit fiscal de Estados Unidos, con la consecuencia de la caída del dólar norteamericano, suponen, en la actualidad, uno de los riesgos más graves para la expansión.
Nada más llegar a Washington, en junio pasado, Rato, a la luz del diagnóstico de los economistas del FMI, advirtió sobre tales riesgos.
En el destino de este político español, pues, hay una curiosa encrucijada. Ha logrado dejar atrás el volcán de la política española, tras ser derrotado en el PP al no alcanzar el puesto para el que se preparó durante gran parte de su vida: el de presidente de Gobierno. Pero al situarse en el FMI, se ha sentado sobre el volcán de los desequilibrios más preocupantes de las últimas décadas. Por no mencionar algunas asignaturas inminentes como la de la deuda de Argentina.
Si el volcán de los desequilibrios hará erupción o no, está por ver. Rodrigo Rato, si las cosas del PP van como van, tendrá también la oportunidad de optar por el volcán español, si es que entra en erupción. Es fácil que lo haga. Habrá que acoplar plazos.
Y además
Emilio Botín. El presidente del grupo Santander encarna la mayor fusión del año tras la compra del británico Abbey, que convierte al SCH en octavo banco del mundo. Botín se enfrenta a dos causas judiciales por indemnizaciones de lujo y cesiones de crédito opacas fiscalmente.
Antoni Brufau. Este histórico directivo de la Caixa, responsable del principal grupo industrial dependiente de una entidad financiera, ha accedido a la presidencia de Repsol, desplazando a Alfonso Cortina. Es la cara del desembarco de la Caixa en el sector energético.
Mijaíl Jodorkovski. El patrón de Yukos, la primera petrolera rusa, sigue entre rejas y con su imperio prácticamente desmantelado. Su principal delito ha sido salirse del papel que el presidente Vladimir Putin asignó a los oligarcas y desafiar el poder político del zar.
Sergey Brin y Larry Page. El buscador más utilizado de Internet llegó a la Bolsa con la venta de 19,6 millones de acciones por 1.670 millones de dólares. Brin y Page, hoy billonarios, crearon Google en 1998 en el dormitorio de este último en la Universidad de Standford (California).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.