Oración, cierre y escandalazo
Según el perverso relato de uno de los ilustres zaplanistas damnificados por el presidente Francisco Camps, éste anda tan obsesionado con la sombra de su predecesor Eduardo Zaplana que apenas si gobierna, ocupado como está en aventar el espantajo que le proyecta su paranoia. La imagen puede estar inspirada en algún episodio shakesperiano o acaso, por mor del centenario cervantino, en un lance contra el hoy portavoz parlamentario del PP transfigurado en molino de viento. Cainismos y demasías aparte, lo bien cierto es que el año que se cierra no puede considerarse que haya sido muy felicitario para el molt honorable, y sólo le faltaba la guinda del conflicto lingüístico y el escándalo de la Acadèmia. Pero vayamos por partes.
El presidente gobierna, como es obvio, pero hay que ser uno de sus beneficiarios para no ver cómo ha derrochado el capital político que heredó, simbolizado en un partido sin fisuras, un liderazgo incuestionado y una oposición quebrantada. No decimos que fuera un escenario idóneo, pues a nadie se le oculta que nos dejó la hacienda pública en ruinas y no pocos problemas resueltos con fórmulas de cartón piedra. Pero desde la perspectiva del militante o simpatizante popular, el zaplanismo ha sido sin duda un tránsito brillante y ahora perciben que el encanto se cuartea y el relevo electoral ya no es una lejana fantasía.
Para no perdernos entre metáforas, atendámonos a unos pocos hechos. Por lo pronto, el presidente de la Generalitat y del partido ha visto amputado su poderío. Alicante ha marcado su territorio y distancias. No se perciben vestigios del anacrónico secesionismo, pero ha sido un esperpento que se ha mentado en la reciente lucha partidaria del PP. Prevalecerá la sensatez y sería criminal desandar el camino vertebrador recorrido, pero para ello habrá que contar con el contrapoder que representa José Joaquín Ripoll, centinela periférico del zaplanismo. En cuanto a Castellón, ni hablemos. Allí sigue firme -y sub iudice- Carlos Fabra, administrador exclusivo del coto que tiene por propio. Tanto más propio cuanto más necesario se siente, como es el caso.
De la capital, a la vera del Consell, donde se condensa teóricamente el meollo de la política, nos llevaría su tiempo dilucidar hasta qué punto han vuelto por donde solían las huestes conservadoras más rancias. Lo que no puede ser objetado es que Rita Barberá, Juan Cotino y el macizo de la raza han ocupado el proscenio que se les tenía vedado o limitado. No diremos que el zaplanismo era más progresista, pues al fin y al cabo todos salen de la misma tolva social, pero no apreciar las diferencias es obstinación o miopía. Hasta Joan Ignasi Pla, el dirigente del PSPV, constata, para su contento, el sesgo derechista del Gobierno autonómico, que le cede parcelas del centro, el hábitat predilecto del seudosocialismo.
Pero el síndrome más espectacular de esta deriva política ha sido el conflicto lingüístico que nos aflige y la mascletà de disparates al respecto que esta semana nos ha amenizado. Vamos a soslayar, por nefastas y provocadoras, las salidas de pata de banco de Carod Rovira que, todo sea dicho, son agua de mayo para avivar el blaverismo ínsito en algunas entretelas del PP. En atención a éstas, comprendemos que el Gobierno se vea obligado a ondear la bandera secesionista de la lengua, aun sabiendo que es una falacia patriotera y que exagera la nota. Pero agitar esa bandera ante lo que juzga agresiones foráneas, no debería impelerle a liquidar una vía posible de solución, como es la Acadèmia Valenciana de la Llengua, y liquidarla, además, de una manera tan vil. Que el autor virtual de dicho asesinato haya sido quien debería ser su mejor abogado, nos referimos al consejero de Cultura, Alejandro Font de Mora, es una ironía que se convierte en tema para una novela de la escritora P. D. James si sabemos que el citado es forense de profesión.
Y del fin de fiesta se ha encargado el Moratinos del Consell y fino consejero (sin cartera) de Relaciones Institucionales, Esteban González-Pons, poniendo a los pies de los caballos a los periodistas en ciertos cenáculos, que ni son exclusivos ni están blindados. Todo un regalo navideño para el partido de la alternativa.
15, 30, 60
No son los plazos de un giro mercantil, ni una progresión geométrica, aunque también. Se trata de los precios respectivos de las firmas que concurren para contratar la liquidación de basuras de Valencia. Un licitante cobra 60 euros por tonelada, dos hacen el trabajo por 30 y un cuarto se descuelga con 15 euros y un aval de que así lo hace para que nadie piense que es una rebaja temeraria. Citamos datos que han sido publicados. Son diferencias abismales que no dan opción al favoritismo o cambalache. Pero los quisquillosos se preguntan a qué espera el Ayuntamiento para adjudicar la contrata, siendo así que no puede haber gato encerrado ante tanto testigo.
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