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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sucesiones de difunto

Por lo general, a la mayoría no nos interesa un artículo titulado La actividad de los insectos y su relación con los niveles de descomposición de cadáveres humanos, ni tesis doctorales como Morfología de las señales de las sierras en el hueso humano. No nos gusta el memento mori, cualquier recordatorio de la propia muerte. Nos sentimos más atraídos por Charlize Theron, Brad Pitt, el índice Dow Jones, los chismes, los goles, los candados o los suéteres de piel de melocotón. Sin embargo, alguno de entre esa mayoría gusta también del peso específico de la muerte en tono menor y, en consecuencia, de las novelas de Patricia Cornwell. Esta autora ha sido, de algún modo, pionera de la "moda forense" en la ficción criminal. Uno de sus libros, La granja de cuerpos, logra algo que la novela de misterio buscaba desde hace mucho: un nexo entre la fascinación del método deductivo y la fuerza del realismo policial. Allí, Cornwell crea el personaje del doctor Lyall Shade, autoridad que auxilia a la ya conocida forense Kay Scarpetta en un caso donde resulta decisivo identificar el rastro de una moneda en un cadáver en descomposición. Ese doctor Shade está inspirado en Bill Bass, quien desde hace años dirige el Centro de Investigación Antropológica de la Universidad de Tennessee y ha puesto en marcha esa singular "granja" donde se estudia el efecto de los agentes naturales en cadáveres. Ahora, el doctor Bass nos cuenta su historia y alguno de sus más célebres casos en Death's Acre, que aquí ha recibido un título casi homónimo al de la novela de Cornwell.

LA GRANJA DE CADÁVERES

Bill Bass/Jon Jefferson

Traducción de Isabel Ferrer Marrades

Alba. Barcelona, 2004

340 páginas. 21,90 euros

El mayor interés de este libro se centra en los casos en los que el doctor Bass ha ayudado a la policía, ya sea mediante el análisis de fragmentos de huesos o de cadáveres en descomposición. A partir de los zancarrones que las fuerzas del orden le envían por mensajero (y no es una broma) o de los hallazgos en el escenario del crimen, el doctor Bass deduce toda una historia que completa o contradice los indicios policiales. Así, el autor desenmascara a un falso muerto que pretendía estafar a una compañía de seguros, ayuda a resolver un caso de rapto y asesinato entre miembros de una banda digna del Fargo de los hermanos Coen, confirma la sangre fría de un asesino de prostitutas, o se equivoca de un modo muy cómico, pero también significativo, al confundir el cadáver de un oficial del ejército confederado con un muerto reciente. El método deductivo de Bass nos muestra a un hombre apasionado por su trabajo que, a lo largo de su carrera, ha hecho de la antropología forense una auténtica práctica. Jon Jefferson, un periodista especializado en temas científicos, ha dotado de interés y orden a los recuerdos del doctor. Y entre ambos nos han ofrecido un suplemento de lucidez.

Porque del mismo modo que Bass dialoga científicamente con los muertos y escucha con atención la historia que cuentan, el lector también deduce entre líneas el perfil del biografiado. Bill Bass es un ejemplo idóneo de un profesional competente en la América profunda. Un hombre honesto, meticuloso, entusiasta, que a veces se permite cierta moralina campechana y otras veces, y ahí es verdaderamente interesante, nos cuenta la verdad desnuda de quien maneja a todas horas los despojos de aquello que una vez fuera humano. En el último tercio del libro, el doctor nos confiesa que fue cristiano practicante hasta la enfermedad y muerte de sus dos primeras esposas, a pesar, o en consecuencia, del día a día con la verdad monda de la acción conjunta de larvas, bacterias y animales carroñeros. A partir de esos dos tristes sucesos llega el desengaño y la certeza de que ese "ir hacia la muerte" de la existencia humana, las más de las veces, no es un paseo, sino un asalto a mano armada en el camino. Por tanto, la ausencia, un dolor inconcreto, revela más que la evidencia de lo indigno de la corrupción. Para una mente científica, y para el resto de los mortales, es bueno recordar eso.

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