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Columna
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'Abendu' mexicano

En mi pueblo, Ea, se canta el Abendu. También en unos cuantos pueblos más de Vizcaya, menos de media docena. Durante nueve noches, antes de Navidad, los niños recorren las calles cantando un villancico, cuyo canto principal empieza Abendu santu onetan. El 24 de diciembre concluye el rito. No sólo el pueblo, los niños recorren los caseríos desde la madrugada (ahora ya no madrugan tanto, pero se mantiene la idea).

Es tradición preciosa, que, supongo por añoranzas de la infancia, a uno le representa la Navidad en su mejor expresión. He procurado todos los años asistir al menos un día (éste no podré). En mi ignorancia, la he considerado siempre costumbre sin parangón ni imitación posible. Algo así como el marchamo de originalidad ancestral que tenemos en Ea.

Bueno, pues todo se ha venido abajo. No la remembranza personal, que hay cosas que nunca pasan, sino mi convencimiento de que mi pueblo estaba destinado por la Providencia -la instancia que, imagino, se encarga de estos menesteres- para mantener década tras década, generación tras generación, una costumbre única en el universo mundo. Pues nada, no hay tal. Eso me pasa por viajar, que dicen enseña mucho, pero, por lo que veo, mayormente enseña a rebajar lo propio y verlo como si fuésemos unos más, del montón. No es que seamos vulgares, pero tampoco tan excepcionales.

Me he quedado de piedra. En México se canta el Abendu. Como en Ea, pero en todos los pueblos y ciudades. No le llaman así, porque el euskera está poco extendido por estas tierras. Le llaman las Posadas. La letra no es la misma, aunque sí la idea central del nacimiento, San José y María. Tampoco la música, aunque se asemeja, en su eco de letanía cantada. Pero es el mismo concepto. La variante mexicana establece un juego, entre los de fuera de casa y los de dentro, que se cantan estrofas en las que San José y María piden posada. En Ea lo hacemos todo seguido y por la calle. Aquí, como allí, se canta durante los nueve días previos a la Navidad.

El descubrimiento de que hay otros mundos paralelos trae un consuelo: no estamos solos en nuestras tradiciones. A Ea acompañan miles y miles de personas los mismos días, aunque con siete horas de diferencia. De paso, me he enterado del origen de la tradición. Al parecer, arranca del siglo XVI y en México se creó a iniciativa de curas o frailes para enseñar a la población indígena las creencias cristianas que rodean al Nacimiento. Me atormenta la sospecha de que Ea adoptara la costumbre no porque desde lo Alto se le premiara con la gloriosa misión de cantar un villancico inimitable, sino porque algún cura pensó que le costaba imbuirse de conocimientos rudimentarios sobre las verdades cristianas y optó por el expediente supremo de enseñar una versión en euskera de las Posadas, a ver si había suerte. ¿Fue, pues, un recurso para evangelizar Ea, quizás más dura para aprender que el resto de Vizcaya, y no resultado de excelsas virtudes solariegas? Quizás. Pues habrá que vivir con ello.

En México recurrieron además a las piñatas como vía de cristianización, las que hace unos años nos llegaron por esos lares para los cumpleaños infantiles. Pues también tienen origen religioso, del XVI. Vinieron, dicen algunos, de Japón , y los frailes las utilizaron para enseñar los misterios cristianos a los indígenas mexicanos. Las piñatas, hechas de barro, solían tener siete puntas, que representaban los pecados capitales. El catecúmeno le daba estacazos, a ver si acababa con los pecados, y si los rompía y se rompía la piñata, caían golosinas y regalos, que representaban la gracia divina. Todo un modelo pedagógico. Pues bien: por lo del Abendu, parece que los honestos habitantes de Ea andarían mal en conocimientos cristianos, pero no al extremo de necesitar piñatas evangelizadoras. Aunque, metidos en gastos, quizás hubiese sido mejor redondear la faena y construirnos piñatas, para que lloviesen dulces.

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Con tanto espectáculo bíblico, en México se les quedó lo de relacionar creencias y enseñanzas prácticas. Esto explica la última costumbre, que debe de tener unos quince o veinte años y que ahora hace furor. Son las Vírgenes Espanta Basuras. Así, como suena. Sirven para evitar los basureros espontáneos en las ciudades. Alguien descubrió que para evitar el depósito anárquico de bolsas de basuras, escombros y desechos en cualquier calle o solar, no servía el consabido cartel prohibitivo; y, en cambio, que si se coloca la imagen de la Virgen de Guadalupe, respetada por todos, nadie deja porquerías en sus inmediaciones. Y, así, Distrito Federal y otras ciudades se han llenado de capillitas, imágenes y altares de la Virgen, que han proliferado por barrios, calles y colonias, instalados para conseguir la limpieza urbana.

Últimamente se ha extendido esta costumbre religiosa y de blanqueo ciudadano a Los Ángeles, y ha tenido éxito.

Siempre atento a las novedades que sirvan para mejorar Euskal Herria y comunicar rápidamente soluciones y adelantos sociales, estudio ahora cómo trasladar allí la costumbre (lo mismo que llegó el Abendu), pues tenemos zonas urbanas y hasta rurales con usos deplorables. Sin embargo, la Virgen de Guadalupe no produciría los mismos efectos, menos en Fuenterrabía, donde es patrona, y ahí ya tienen el alarde tradicional para espantar a todos. Pero no encuentro ningún símbolo sustitutivo unánimemente respetado, ni las vírgenes de Begoña, Aránzazu o Estíbaliz, el árbol de Gernika o las fotos del Athletic, Real o Alavés. Ni siquiera la foto del lehendakari. Somos unos descreídos y así no hay nada que hacer.

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