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Reportaje:GOLF | Inglaterra, campeona del mundo

... Y detrás, el desierto

El difícil relevo de la generación española más grande

Carlos Arribas

Dicen los maliciosos, los exagerados, que al golfista medio español, ése que no se llama José María Olazábal, Sergio García o Miguel Ángel Jiménez; ése de edad cercana a los 30, de experiencia larga, de escasas victorias y recaudaciones; ése que forma el músculo del golf nacional, se le reconoce en el circuito europeo por varios síndromes y síntomas. El del corte inminente es uno. Si el jueves ha ido regular sin más, el español acude el viernes al campo diligente y bien preparado, con la maleta hecha y el billete de avión cerrado, anticipando una eliminación que puede que no llegue. "Así, si me tengo que ir a casa, no me toca volver por el hotel", precisan. Otro es el de las urgencias dominicales. El español es el domingo, si llega, el más rápido. Juega acelerado, la cabeza puesta en la hora de salida del avión. Necesita llegar a dormir a casa. No aguantaría esperar al lunes. Otro más es el de los nervios de junio. Al español le asalta un miedo ineluctable a perder la tarjeta, a no quedar entre los 117 primeros por ganancias, la garantía de disfrutar a la siguiente del derecho a jugar en todos los torneos. Son trabajadores que fichan todos los jueves y malviven viajando y arañando premios, una figura muy alejada de lo que sugiere la glamourosa expresión: jugador de golf profesional.

Según unos, el sistema funciona. Según otros, a los jóvenes les falta "hambre y humildad"
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"Paparruchas", dice Txomin Hospital cuando se le comenta tal hipótesis sociológica como tentativa de explicación del aparente desierto que rodea a las tres figuras consagradas. Exceptuando a García, ningún español menor de 30 años cuenta con una victoria en el tour. Exceptuando a Severiano Ballesteros (47 años), Olazábal (38), García (24) y Jiménez (40), sólo Ignacio Garrido (32), Diego Borrego (32) y Miguel Ángel Martín (42), tienen alguna victoria. Exceptuando a Ballesteros, cercano a la retirada, y a Olazábal, cercano al renacimiento, ninguno ha ganado un grande. Y los viejos recuerdan que en los años 70 y 80, con Ballesteros, también ganaban Antonio Garrido, Manuel Piñero, José María Cañizares y José Rivero.

"Paparruchas", repite Hospital, que fue muchos años jugador, aparte de economista, piloto comercial por la Costa del Sol e instructor de golf en Davos (Suiza), y que es ahora un gurú, sabio y apasionado. "Estoy harto de esa sociología, de ésos que vienen siempre con el España es diferente, con eso de que genéticamente no podemos ser como los europeos, de que tenemos complejo de inferioridad", dice; "esas estadísticas no me valen. No me valen los valores absolutos. La profundidad de un golf se mide por otros parámetros, por números relativos, sin olvidar quiénes somos y dónde estamos". Pese a haber en España más de 250.000 federados, pese al aumento de los campos, España sigue siendo una potencia pequeña, muy lejana de la británica o la sueca. "Debemos medirnos con países de nuestro nivel; con Alemania, Suiza o Francia, por ejemplo", advierte.

Hospital habla de Carlos Rodiles, de Francisco Lara...; de gente que está cerca de algún triunfo: "Creo que el sistema español funciona muy bien, que salen buenos jugadores, que hay un buen reciclaje de generaciones, que se está haciendo un buen trabajo... El problema es quizás que la segunda división europea, el Challenge Tour, no funciona bien, no es atractiva para forjarse. En Estados Unidos los premios del segundo circuito son diez veces menores que los de la PGA; en Europa, 40 veces".

Más números ofrece Sergio Gómez, el mánager de Olazábal. "Más que sorprendernos de que parezca que no hay nadie detrás de los cracks, deberíamos sorprendernos de que hayan salido seguidos tan grandes jugadores", apunta; "eso es lo fantástico".

Ángel Gallardo, sesentón, vicepresidente del circuito europeo, saborea su té con leche, suspira y recuerda: "Y pensar que sólo soy el hijo de un pescador de Sitges". Caddie desde niño, llegó por la vía dura. Fue el último preballesterista, el último ganador antes de la irrupción del cántabro. Defiende su profundo. Recuerda que Jiménez es el último profesional que fue caddie; que los de ahora han sido cuidados, madurados, criados como amateurs por la federación. "Les falta hambre, les falta humildad", acusa, "para salir a buscarse las lentejas. No se trabajan el Challenge Tour. Apenas luchan por ir a la escuela de clasificación. No es lo de antes".

Defendiendo su producto, el sistema de la PGA, Gallardo incurre en las "paparruchas" filosóficas, según Hospital, quien sigue machacando: "Los españoles son iguales que todos. Trabajan, luchan, se sacrifican como todos". Ello no obvia otra realidad: España es una de las grandes potencias mundiales del golf amateur, proveedora infatigable de ganadores de torneos juveniles y aficionados. Jugadores que, exceptuando a Olazábal o García, no cuajan.

"Olazábal", recuerda Gómez, "fue el último que ganó los tres British: el infantil, el juvenil y el amateur. Si alguno llegara hoy a profesional con ese bagaje, pensaría que ya lo sabe todo, que el mundo es suyo. En cambio, me acuerdo de que Olazábal, que ya triunfó en su primer año profesional, me dijo un día después de jugar con el gran Gary Player [surafricano]: 'Me he dado cuenta de lo poco que sé de golf, de lo mucho que he de aprender'. Y ahí está, a los 38 años, trabajando 10 horas diarias e intentando aprender más".

Miguel Ángel Jiménez, brazo arriba, y Sergio García agradecen la ovación de los aficionados.
Miguel Ángel Jiménez, brazo arriba, y Sergio García agradecen la ovación de los aficionados.EFE

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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