Siete actos en 10 horas
Bill Gates aterrizó en Madrid, a las 22.00 del jueves procedente de París. Ya había cenado y estaba listo para irse a dormir, con lo que declinó la posibilidad de conocer la noche de la capital. El hombre más rico del mundo decidió irse a la cama porque al día siguiente le esperaba una jornada muy dura.
Ni siquiera los detractores de Gates pueden negar la capacidad de trabajo de este empresario de 49 años, que ya no ocupa cargo ejecutivo alguno en Microsoft y amasa una fortuna de unos 47.000 millones de dólares (unos 36.000 millones de euros). Pero le encanta recorrer a toda prisa medio mundo para difundir las ideas, objetivos y políticas de la empresa.
Gates participó en siete actos en tan sólo 10 horas. Sin perder esa capacidad de sonreír -que no reír- constantemente que le caracteriza, posó con empresarios, políticos y jóvenes parados, y firmó varios acuerdos.
Un enorme despliegue de seguridad privada y pública seguía al monovolumen que le transportaba, y un séquito de decenas de personas se aseguraba de que fotógrafos, redactores y curiosos no se cruzaran en su camino. En todos los actos, Gates seguía un protocolo idéntico: llegar, estrechar la mano del interlocutor, posar para los fotógrafos, escuchar discursos, soltar el propio, sonreír y salir disparado. Los reporteros gráficos tienen prohibido fotografiarle mientras habla porque le molestan los flases.
Sobre las 18.00, Gates cogió un avión privado hacia su casa, en Seattle (en el oeste de Estados Unidos), donde el domingo tiene previsto recibir a los Reyes de España.
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