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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En busca de una droga suave

Hay libros que, construidos en un orden caótico, hasta el punto de parecernos casi una cacharrería tras el paso de un elefante, resultan sin embargo cargados de excitación para el lector. Es el caso del que ahora nos ocupa: un tomazo de más de seiscientas páginas donde su autor, el etnobiólogo canadiense Wade Davis, ha desdeñado todo tipo de estructura literaria para meternos en un laberinto de apasionantes historias. Para empezar, el título de El Río es poco exacto, pues son muchos los ríos que aparecen en el relato, tantos como selvas, praderas y cordilleras. Y la contraportada parece que intenta hacer justicia a todo el desorden de la historia: uno no entiende casi nada de lo que nos explica sobre la obra.

EL RÍO

Wade Davis

Traducción de Nicolás Suescún

Pre-Textos. Valencia, 2004

640 páginas. 29 euros

Más información
La misión 'reservas de caucho'

El trabajo de Davis se mueve en tres planos, sobre el paisaje de fondo de un puñado de países americanos. El primero, un viaje que emprende con su colega y amigo Tim Plowman para investigar las variedades de la planta de la coca y su uso por los pueblos indígenas. Davis nos relata todas sus peripecias viajeras, al tiempo que exalta la figura de su amigo, que moriría unos años después a causa del sida, contraído al utilizar una jeringuilla usada en un viaje posterior. Como conclusión de sus investigaciones sobre la coca, el autor del libro no duda en manifestar su oposición a la política norteamericana dirigida a acabar con sus cultivos. No es lo mismo la cocaína (aislada químicamente en 1860 por el alemán Albert Niemann) que la planta de la coca, viene a decirnos Wade. Y añade: "Es un estimulante suave (la hoja masticada de la planta) que, sin evidencia alguna de toxicidad, había sido usado desde por lo menos dos mil años antes de que los europeos descubrieran la cocaína". Y concluye: "Las hojas de la coca no son una droga, sino un alimento y un estimulante suave, esencial en la adaptación de los pueblos de los Andes (...) El verdadero problema es la identidad cultural y la supervivencia de quienes tradicionalmente han reverenciado la planta".

Otro plano del libro de Davis lo forman una gavilla de acontecimientos históricos que, en forma totalmente anárquica, el autor nos endosa cuando el capricho le impulsa a hacerlo. Así, relata las exploraciones por la cuenca del Amazonas del botánico inglés Richard Spruce, con referencias a otros famosos científicos-exploradores como Darwin, La Condomine, Humboldt y Russell Wallace. También explica la relación con el cultivo de la coca de los españoles en los días de la conquista y colonización de América. Y, en fin, nos cuenta cómo Estados Unidos intentó proveerse de cultivos propios de caucho a raíz del estallido de la II Guerrra Mundial y cómo este proyecto fue abandonado en las décadas siguientes.

El tercer plano del libro es el más importante y el más emocionante de todos: la vida y las exploraciones de Richard Evans Schultes, un etnobiólogo norteamericano fallecido en el año 2001, cuando era director del Museo Botánico de Harvard. Davis no oculta en ningún momento la inmensa admiración que profesa a quien fuera maestro suyo y de su amigo Tim Plowman. "En Norteamérica y en Europa", escribe, "las plantas se conocen tan bien que el descubrimiento de una nueva especie marca el punto culminante de la carrera de un botánico. Schultes encontró trescientas. Docenas de ellas llevan su nombre y también algunos géneros".

La biografía exploradora y científica

de Schultes resulta asombrosa en el relato de Davis. Su "trabajo de campo" comenzó en 1936, cuando estudió en Oklahoma el uso del peyote por las tribu de los kiowas. Schultes comió con los indios esta planta alucinógena y, con su testimonio ante el Congreso de Estados Unidos, logró que su consumo ritual no fuera prohibido por las leyes. "Su empleo por los indios", declaró, "se destina a absorber el espíritu de Dios, de la misma manera que los blancos cristianos absorben el espíritu por medio del pan y del vino sacramental".

En 1938 y 1939, Schultes viajó al Estado mexicano de Oaxaca, en busca de dos alucinógenos, sagrados para los aztecas, de los que hablaban en sus crónicas dos botánicos españoles de los días de la conquista y cuya existencia rechazaban los científicos modernos. Encontró ambas plantas, el hongo "teonancatl" y la enredadera "ololiuqui", y sus hallazgos le hicieron famoso en el mundo de la botánica cuando aún no había cumplido los treinta años.

Entre 1941 y 1953, Schultes no pisó apenas un despacho, dedicándose a viajar por territorios de Colombia, Perú, Venezuela y Brasil, por lo general en la cuenca del Amazonas. Descubrió las plantas con las que los indios fabricaban el "curare", el veneno usado para cazar mamíferos en la jungla, e investigó nuevamente con alucinógenos de uso ritual, como el "yagé" y la "ayahuasca". Finalmente, descubrió desconocidas variedades de la "hevea", el árbol del caucho, comisionado por el Gobierno de Estados Unidos en plena II Guerra Mundial.

Desbaratado y sin orden literario alguno, al libro le sobran al menos la mitad de sus páginas. Pero en todo caso, y quizá sin pretenderlo su autor, El Río se convierte en un libro de aventuras y demuestra que el "trabajo de campo" de los científicos puede ser un buen pretexto para gozar de una existencia emocionante y acumular experiencias que en ocasiones les llevan a jugarse la vida o, cuanto menos, en el caso de la experimentación con alucinógenos naturales, a correr el riesgo de perder la razón.

Un nativo, en un río al norte de Querencia (Brasil).
Un nativo, en un río al norte de Querencia (Brasil).AP

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