Un arte inconformista
La Fundación Scherzo y sus colaboradores han presentado en Madrid al pianista francés Pierre-Laurent Aimard (Lyón, 1957) con un interesante programa: tras la Sonata número 29, Hammerklavier, de Beethoven, una de las cimas del pianismo romántico y gran invención del beethoveniano, dos selecciones de Estudios, seis de Claude Debussy y otros tantos de Gyorgy Ligeti, esto es, tres importantes aventuras en la larga carrera del pensamiento y la técnica pianística.
Aimard es una personalidad muy diferenciada, tanto al menos como la de Pogorelich, nacido un año más tarde que el francés. Aun tratándose de artistas distintos, el arte de uno y otro coinciden en su capacidad sustancial para provocar adhesiones entusiastas y juicios polémicos. Después de su primera formación en el Conservatorio lyonés, Aimard estudia en París para obtener, en 1973, el Premio Olivier Messiaen. La mirada zahorí de Pierre Boulez se fija en el artista y lo incorpora al Ensemble Intercontemporain, lo que reafirmó el interés, estudio y pasión por la obra de los definidores de lo nuevo, Messiaen, Boulez, Stockhausen, Ligeti, Manoury o Tabachnik, de los que Aimard fue estrenista.
Ciclo de Grandes Intérpretes
(Scherzo, EL PAÍS, Inaem, Hazen). P. L. Aimard en obras de Beethoven, Debussy y Ligeti. Auditorio Nacional. Madrid, 16 de noviembre.
Conviene recordar tales antecedentes a fin de entender mejor no sólo cuanto Aimard hace con un Ligeti, sino también para explicar su enfoque de Debussy o Beethoven. Interesó y, por momentos, encantó, descubrir desde la visión renovadora de Aimard los secretos de la sonata Hammerklavier, o el puntillismo aplicado al impresionismo debussyano de los Estudios, como si intentara un acercamiento desde los estupendos y siempre sorprendentes Estudios, de Ligeti. Y no dejó de llamar la atención que, salvo Debussy, el resto del programa fuera tocado con la partitura a la vista. En ningún caso Aimard persigue una belleza sonora que poetice la música a través de la magia de la que fue rey Walter Gieseking en Beethoven o Debussy, aunque quizá el Adagio sostenuto fuera algo de excepcional hermosura en todos los sentidos, incluido el del "ideal sonoro". Y en definitiva, no le viene mal al arte el criterio inconformista de un intérprete más atento a descubrirnos rincones inexplorados que a lucir su vanidad de virtuoso avasallador. En suma, un concierto difícil de olvidar.
Babelia
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