El rey Lear El gran guiñol
Hay varias cosas que agradecer a Calixto Bieito en esta versión de una de las mejores obras de teatro del mundo. La principal es haber formado una compañía que dice el castellano claro y directo y con voz suficiente como para que resuene hasta en el teatro Albéniz. Sigue el texto con placer, y si algún añadido hay o algún cambio, tienen poca gracia, se despegan por sí solos. Lleva a los actores directamente al punto más próximo al público, pronuncian, gritan. Se le agradece especialmente haber elegido a José María Pou: no me atrevo a decir que es el mejor Lear que he visto por no ofender a otros. Es un gran primer actor español, y hace toda su transición, de déspota a vencido y moribundo con valentía escénica, sufriendo todas las torturas de que es capaz un director: una lluvia larga y tenaz, el desnudo, las carreras, el dolor: la muerte. Sin que esto suponga un desdoro para los demás: es una verdadera compañía de buenos actores y actrices.
El rey Lear
De Shakespeare. Intérpretes, José María Pou, Àngels Bassas, Roser Camí, Anna Ycobalzeta, Santi Pons, Pep Ferrer, Pep Cruz, Carles Canut, Lluís Villanueva, Francesc Garrido, Dani Klamburg, Mingo Ràfols. Director, Calixto Bieito. Compañía del teatro Romea, Barcelona. Festival de Otoño. Teatro Albéniz.
Se agradece a Bieito que haya hecho restallar el texto, la filosofía de una comedia sobre la vida, la muerte, el poder, la caída, los vicios humanos y sus destellos de amor. Ha metido en el texto pequeñas frases vulgares que él supone muy graciosas, pero se puede mentalmente prescindir de ellas, como se puede prescindir del relato, al que ha olvidado. Texto, está claro, es la escritura, el pensamiento, la introspección, la poesía. Relato es la vaga y disparatada historia de rey, princesas, duques, disputándose el reino que el anciano deja.
La acción se va precipitando y toda la última parte es un gran guiñol. Cuando Calixto Bieito derrama sangre sobre el escenario, sobre sus actores, amontona muertos y heridos, cuerpos desnudos, pistoletazos, gritos, huidas, palizas, se lleva a Shakespeare al gran guiñol: se lo come. No es que Shakespeare no fuera truculento, y tiene obras aún más duras, pero este Rey Lear es otra cosa. Agota a sus actores, agota su público. Cierto que, a su vista, se trata de otra cosa: he leído que se desarrolla en un país de la órbita soviética, que representa la caída del comunismo, y algunas cosas así. Es cierto que El rey Lear habla de pobres y ricos, de injusticias de los poderosos, y cosas así. Se estaba refiriendo, como otras veces, bajo la ficción de la edad media, a la Inglaterra en que vivía.
El propio éxito de Calixto Bieito al hacer legible el drama en las voces de sus actores implica su fracaso en añadir gracietas al texto, en embrollar las pistas o en añadir inventos escénicos. Sobran.
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