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Columna
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Quiero votar

Empiezo por confesar que soy de los que le gusta votar, que nunca he entendido muy bien eso de la fatiga electoral y tampoco a quienes sacralizan el voto, como si en lugar de otorgar un cierto y limitado margen de confianza a un candidato se entregaran a él en cuerpo y alma, como si contrajeran sagrado matrimonio. En cualquier caso, el asunto es que a mí me gustaría votar hoy y si pudiera lo haría aún con mayor interés que el que puse en las pasadas elecciones generales, a pesar de la enorme trascendencia de la derrota de Aznar frente a Zapatero.

Hay, sin embargo, quienes se empeñan en decirnos que en poco se va a notar si finalmente George W. Bush fracasa en su intento de ser reelegido presidente y John Kerry llega a la Casa Blanca. Algún analista, como Edward Lutwak (EL PAIS 28/10/04), ha asegurado que hará falta un microscopio para notar diferencias en la política militar de EE UU si gana Kerry. Y aunque puede que tenga razón cuando afirma que los antimilitarista europeos se han equivocado de héroe, uno tiene la impresión de que detrás de esos intentos de borrar las diferencias está siempre el resabio autoritario y desmovilizador que se esconde bajo el machacón postulado de "todos los políticos son iguales".

¿Qué pasará hoy? ¿Qué orientación tendrá el voto de los jóvenes y de los nuevos electores? ¿Cómo va a operar el factor religioso? ¿Qué va a ser más decisiva la dialéctica miedo/seguridad, o la situación económica con un crecimiento menor del esperado y la destrucción de 600.000 puestos de trabajo? ¿La imagen de patricio distante restará votos a Kerry? ¿El disfraz de pillo simpático se los dará a Bush? ¿Logrará el senador demócrata convencer a los ciudadanos sobre la incompetencia militar del presidente, o los votantes tendrán miedo a cambiar de comandante en jefe en medio de la guerra? ¿Cuántos votos va a restar Ralph Nader a Kerry? ¿Van tener más capacidad de arrastre Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger que Bruce Springsteen y Eminem? El miércoles lo sabremos, si finalmente no se complica el recuento y desaparece la amenaza, planteada por Gore Vidal y tantos otros, de que Bush robe de nuevo las elecciones, como lo hizo, hace cuatro años, en Florida. Sin duda ése es el peor escenario posible, pues significaría que de un deslizamiento furtivo hacia el fascismo, del que hablaba Norman Mailer, EE UU habría pasado a caer directamente en sus garras.

A partir de los resultados electorales se abren nuevas preguntas: ¿Qué va a pasar en Oriente Medio? ¿Qué salida se le va a dar Irak? ¿Después de Irak, Irán? ¿Cómo va a afectar el resultado a la Unión Europea? ¿Vamos hacia una Norteamérica más liberal y relajada o se va a instalar definitivamente un fundamentalismo neoconservador y proto fascista?

La mojigatería es, en palabras de Philip Roth, la pasión general más antigua de Estados Unidos, e históricamente, tal vez, su placer más traicionero. Ese espíritu persecutorio se ha disparado cuando los pelmazos virtuosos de la televisión han sido capaces de establecer una continuidad entre el escarceo sexual de un presidente demócrata y la destrucción de las torres gemelas. De que los ciudadanos norteamericanos sean capaces de frenar esta paranoia va a depender la libertad del planeta. A los que estamos en la periferia del imperio sólo nos queda el recurso al pataleo.

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