Angelopoulos presenta la primera parte de una trilogía sobre las derrotas sociales del siglo XX
Eleni, primera entrega de tres títulos autónomos que completarán una única visión sobre la historia del siglo XX, la derrota de las utopías sociales y el fin de las ideologías, fue presentada ayer en Valladolid por su creador, el griego Theo Angelopoulos. Tragedia de raíz clásica protagonizada por una mujer que sufre, entre 1919 y 1949, todo un rosario de pérdidas desgarradoras, Eleni fue ayer la propuesta más sólida de las presentadas por la programación de la Seminci. A su lado, Temporada de patos, del mexicano Fernando Eimbcke, el otro título de la sección oficial, se queda en un tan simpático como anodino apunte de costumbres sobre un agitado día de dos adolescentes.
Lleva ya varios años Theo Angelopoulos, el más importante de los realizadores griegos, intentando conjugar la denuncia de condiciones sociales hostiles con la persecución de la Utopía; baste con recordar un filme como La mirada de Ulises para entender esta doble perspectiva. Eleni, la primera de sus películas enteramente protagonizada por una mujer en muchos años, se centra en 30 años de historia de Grecia, desde la caída de Odessa en manos de las tropas bolcheviques y la forzosa emigración de la minoría griega hasta el final de la cruenta guerra civil que estalló en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial y la ocupación alemana.
Es difícil no sucumbir a los logros, sobre todo estéticos, de Eleni, una película recorrida, no obstante, por un áspero aliento trágico, en la que la pérdida dramática, la muerte y el sufrimiento se constituyen en otros tantos contrapuntos a los (escasos) momentos de musical alegría que la trama desarrolla. Pero también resulta innegable que en su proceso de conversión de los personajes en símbolos aglutinadores de realidades más complejas, Angelopoulos no vacila en vaciar de elementos de identificación afectiva a sus criaturas, que son analizadas como si de un trabajo de entomología se tratara.
De ahí que cuando acaban las largas dos horas y 50 minutos de su metraje, el regusto que dejan sus poderosísimas, estremecedoras imágenes, sea una mezcla de respeto y distancia, de solidaridad intelectual pero de desafección afectiva que seguramente no buscaba el realizador heleno.
Las otras propuestas interesantes de ayer hubo que buscarlas en la sección Tiempo de Historia. La primera es una ópera prima, El cielo gira, de Mercedes Acosta, colaboradora de José Luis Guerin en su En construcción y, por lo que aquí demuestra, dotada de una mirada tan sagaz como atenta a los más ínfimos instantes de belleza. Por su parte, el periodista italiano Gianni Minà presentó, en El viaje con el Che, una suerte de documental paralelo a las imágenes de Diarios de motocicleta, de Walter Salles, filme cuyo recorrido sigue la cámara del italiano, certeramente auxiliado por uno de los protagonistas del viaje, Alberto Granado, superviviente compañero de Ernesto Guevara. Son su entrañable voz y su presencia de veterano dinámico y cordial algo así como el sentido mismo del filme, y un valioso complemento para cualquier espectador que haya apreciado la película de Salles.
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