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Reportaje:REPORTAJE

¿El hombre del cambio?

John F. Kerry debe convencer a los norteamericanos de que tienen que llevarle a la Casa Blanca para modificar el rumbo del país. ¿Es John F. Kerry el hombre del cambio en América?

En las primeras elecciones presidenciales tras los atentados del 11-S, dentro de nueve días -si no se materializan las amenazas de conflictivos empates y de situaciones irregulares sobre las que planean en círculo, como buitres, 20.000 abogados de los dos partidos- sabremos si la sociedad estadounidense quiere cuatro años más de George W. Bush porque "en tiempos de desolación, nunca hacer mudanza", o bien desoye a san Ignacio y opta por lo nuevo. "Y el cambio se llama John Kerry", como dijo a EL PAÍS en Arizona el senador demócrata Bob Menéndez al concluir el tercero y último debate entre los candidatos.

Kerry, 61 años en diciembre, ha trabajado intelectualmente toda su vida, ha devorado miles de documentos y debatido con miles de personas, y eso configura una personalidad y un estilo que le pueden llevar a la Casa Blanca
La otra cara de la moneda de su indudable superioridad intelectual, demostrada en los tres debates celebrados con Bush, es la dificultad del Kerry cerebral para vincularse emocionalmente con la gente, la imagen de saberlo todo

En 1992, y con la inestimable ayuda del conservador independiente Ross Perot, Bush padre perdió las elecciones y Bill Clinton encarnó la voluntad de cambio que estaba latente en la sociedad. En 2004, con un país más dividido y una clase política enfrentada, es más sencillo identificar la urgencia del cambio -porque el Gobierno ha dado muestras de incompetencia e imprudencia en casi todos los aspectos políticos, económicos y sociales- y, al tiempo, más fácil de entender también las razones que lo bloquean: EE UU dejó de ser el mismo después del 11-S, y la sensación de vulnerabilidad y miedo que produjeron los atentados terroristas está dentro de cada norteamericano.

Ése es el reto de John Kerry: transmitir más confianza. Tiene a su favor la preparación, la competencia. Pero tiene en contra el carácter. Si los estadounidenses quieren al frente de la empresa llamada EE UU a un nuevo y más capaz consejero delegado, ganará; si lo que necesitan es a alguien con quien se sientan cómodos y seguros cuando entra en sus cuartos de estar a través de las pantallas de la televisión, perderá. Y si medio país quiere una cosa y el otro medio quiere la otra, habrá que contar hasta el último voto del último Estado indeciso.

Lema prestigioso

"El trabajo lo conquista todo". El lema del prestigioso colegio privado Fessenden de West Newton, en Massachusetts, en el que estudió John Kerry, se le quedó grabado al candidato demócrata. El senador, que cumplirá 61 años el próximo 11 de diciembre, ha trabajado intelectualmente toda su vida, ha devorado miles de documentos y debatido con miles de personas, y eso configura una personalidad y un estilo que le puede llevar a la Casa Blanca. O dejarle fuera: la otra cara de la moneda de su indudable superioridad intelectual, demostrada en los tres debates celebrados con el presidente George W. Bush, es la dificultad del Kerry cerebral para vincularse emocionalmente con la gente, la imagen que tiene -y que ha tratado de modificar, con cierto éxito, en la última fase de la campaña- de excesiva frialdad, de saber demasiado, de saberlo todo.

El Kerry competente y preparado "está absolutamente listo para ser presidente, y yo creo que sería un gran presidente", asegura Julian Epstein, un estratega demócrata que trabajó en el Comité de Asuntos Jurídicos de la Cámara de Representantes durante la Administración de Clinton. "Creo que Kerry sería aún mejor presidente que candidato, porque comprende el mundo y la política. Tiene una curiosidad intelectual profunda. Con la perspectiva internacional que existe, cuando el mundo está en una situación de transformación, con retos muy complejos, y hay que saber qué es lo que hay que hacer con el terrorismo y con los cambios económicos y sociales en curso en los países industrializados y en los países en desarrollo, creo que Kerry tiene la capacidad de comprender toda esta complejidad, a diferencia de lo que ocurre con el actual presidente".

Situaciones diferentes

Los que han trabajado con él coinciden, como Nelson Reyneri, que estuvo con el senador dos años y medio y que ahora pertenece al Comité Nacional del Partido Demócrata. "Yo le he visto en muchas situaciones diferentes: analiza la información, dirige a la gente y actúa como lo hacen los líderes, con fortaleza y determinación".

Kerry es un luchador. Lo fue cuando, después de graduarse en derecho en la universidad de Yale, fue voluntario a Vietnam, en lugar de refugiarse en las comodidades familiares y evadir, como tantos, la guerra. Lo fue en el frente, en donde ganó -en una estancia relativamente breve, que no llegó a los cinco meses- cinco condecoraciones, y lo fue a su vuelta a EE UU, cuando se convirtió en portavoz de los Veteranos contra la Guerra, aunque ahora algunas de sus denuncias de entonces le estén causando problemas. Y siguió luchando como fiscal hasta que entró en política, en 1982, cuando fue elegido vicegobernador de Massachusetts. Dos años más tarde consiguió un escaño para el Senado por su Estado, que revalidó después en tres ocasiones.

Hasta ahora, su estilo ha sido similar: entra mal en las competiciones y sale bien de ellas en la recta final. Hace un año, casi nadie daba un duro por él. En plena fiebre de su compañero de partido y rival en las primarias Howard Dean -el hombre que resucitó a los demócratas con una plataforma antiguerra- Kerry estaba desmadejado y sin brújula. Los excesos de Dean y la habilidad del senador para situarse en el marco de elegibilidad que el pragmatismo impuso en las primarias le llevaron a la candidatura. Doce meses después, a pesar de los resbalones y de las contradicciones, este Kerry es otro. Un factor fundamental en la transformación han sido los tres debates con Bush, cree Clifford Kupchan, vicepresidente del Nixon Center: "Después de los debates, John Kerry ha aparecido como mucho más presidencial de lo que era hasta ese momento. Lo pareció en estilo, pero también en sustancia, porque hizo un trabajo mucho mejor que el de George Bush en cuanto a los problemas nacionales y en cuanto a explicación de su plan sobre Irak: demostró a los norteamericanos que el presidente no tiene un plan para Irak y que nunca lo ha tenido".

Pero se pueden ganar los debates y perder las elecciones, entre otras cosas porque el efecto debate "empieza a evaporarse una semana después de haberse acabado el ciclo. Más o menos aguanta siete u ocho días en la memoria inmediata de la gente", señala Julian Epstein, que subraya que precisamente por ese cálculo, "los republicanos negociaron las fechas de los debates suficientemente alejadas del día de las elecciones, porque sabían que Kerry iba a salir mejor que Bush y les convenía establecer el mayor número de días posible entre el último debate y el 2 de noviembre".

¿Ha sido Kerry un buen candidato? El senador ha ido ganando en imagen presidencial, pero ha cometido errores, desde hacer girar la Convención de Boston sobre su papel en Vietnam y sus opiniones cambiantes sobre la guerra hasta la mención gratuita a la hija lesbiana del vicepresidente en el debate de Arizona. Además, tiene una manera de ser y un historial -ha votado 6.000 veces en el Senado- que son incómodos cuando se está en una competición electoral. En Vietnam fue, a la vez, héroe de guerra y héroe antiguerra; ahora tiene que ser, al mismo tiempo, el candidato que critica la guerra de Irak pero que dice que tiene un plan para ganarla.

En sus casi veinte años en la Cámara, John Kerry nunca abandonó el estilo de sus comienzos profesionales ante los tribunales, como se refleja en el libro John F. Kerry, escrito por varios periodistas de The Boston Globe: "Tiene la mente más modelada para el trabajo de abogacía que he visto en toda mi vida", asegura en el libro J. William Codina, que trabajó con él como asistente del fiscal del distrito en el condado de Middelesex.

Esa mente de abogado hace que Kerry pueda argumentar a favor de una posición, pero también de la contraria. Que pueda votar a favor del uso de la fuerza en Irak -como hizo en el otoño de 2002- y que pueda votar en contra del presupuesto para la guerra -como hizo un año después-; que pueda decir, como dijo el pasado 9 de agosto, que volvería a respaldar la guerra "conociendo lo que conocemos ahora", y que después afirme que se trata de "la guerra equivocada en el momento equivocado y en el lugar equivocado".

Fama de chaquetero

Tener la mente abierta a los matices, a los diferentes puntos de vista, a las situaciones cambiantes, tiene grandes ventajas, pero también serios inconvenientes, porque facilita que sus adversarios le tachen de flip-flopper, de chaquetero. Y las explicaciones a posteriori son casi peores: así justificó Kerry hace tres semanas por qué dijo que había votado a favor del presupuesto antes de votar en contra del presupuesto: "Fue una manera muy desarticulada de decir algo, y tuve uno de esos momentos desarticulados, al anochecer, cuando estaba agotado".

Aunque en los debates Kerry tuvo una defensa más brillante -"yo me equivoqué al decir eso, pero el presidente se equivocó en la manera en la que hizo la guerra. ¿Qué es peor?"-, la acusación de flip-flopper le ha dañado, reconoce Epstein: "Es eficaz, tiene efecto entre algunos votantes, por una serie de razones: primero, porque los republicanos han dedicado un montón de dinero al objetivo de afianzar ese mensaje, pero segundo, porque Kerry ha adoptado algunas posiciones que son un poco difíciles de seguir y se ha liado con algunas declaraciones en las que da la impresión de que se está contradiciendo. Y tercero, uno es muy vulnerable a acusaciones de flip-flopping si no tiene una posición general positiva y claramente articulada, y ése ha sido el principal talón de Aquiles de Kerry".

Para Clifford Kupchan, ese inconveniente se ve superado por las ventajas: "Tiene una gran capacidad intelectual de convencer. Expone los argumentos, expone sus planes, sus alternativas, y convence a la gente de que sabe de lo que está hablando y lo que está haciendo". Lo que Kupchan ve como punto flaco del candidato demócrata es otra cosa: "El punto más débil de Kerry, que él mismo ha reconocido, es que nació con una especie de déficit para llegar a conectar con la gente normal. Tiene una imagen de patricio, y no es que esto sea una debilidad, pero se traduce en una ausencia de capacidad para conectar con el norteamericano medio".

Epstein coincide: "Como candidato, lo ha hecho bien, y está mejorando. Ha sabido llevar a cabo una buena estrategia de ataques contra su adversario. En lo que tiene que trabajar más y en lo que tiene que insistir más es en construirse una imagen de optimismo cálido por lo que se refiere a sus propuestas, de optimismo en sus alternativas. A veces es un poco sombrío, un poco demasiado analítico, un poco excesivo en las matizaciones, en los calificativos... A veces es un poco difícil de seguir".

En el estadounidense medio que desconfía de los políticos -y de los medios de comunicación, que considera liberales, y de los periodistas que trabajan en ellos- hace efecto la crítica de piquito de oro que se le hace a Kerry. Su frase, repetida hasta la saciedad, de "tengo un plan" ha llegado a todos los programas de sátira de televisión. En el sondeo de The New York Times y la CBS de hace una semana, el 60% afirmaba que Kerry dice "lo que queremos oír", y sólo el 37% contestaba que el candidato "dice lo que cree".

Pero lo que más le puede complicar la elección a Kerry, además de la dificultad de competir con el optimismo natural, el estilo campechano de Bush y la capacidad del presidente para ofrecer a la gente un panorama de opciones simples, es no conectar con la gran preocupación del electorado: la seguridad. Ésa es la gran ventaja de Bush en todos los sondeos: los estadounidenses creen, en porcentajes que no admiten dudas, que el presidente es capaz de tomar mejores decisiones que el senador para luchar contra el terrorismo y garantizar la seguridad.

Como señala Thomas Friedman en The New York Times, "el reto más importante que Kerry tiene en esta campaña electoral es conectar con ese miedo que anida en el alma americana y pasar una prueba sencilla: ¿este hombre entiende que tenemos auténticos enemigos?".

Si es cierto que la gran pregunta del 2 de noviembre que se hará el norteamericano medio es la de "quién me va a proporcionar mayor seguridad en los próximos cuatro años", Kerry tiene que salvar con urgencia la ventaja que le lleva Bush en la respuesta. "Cuando este país está en guerra, el presidente juega en casa, tiene una gran ventaja. Existe un fenómeno de reagrupamiento en torno a la bandera, que lo ha habido antes y que lo volverá a haber. Kerry se encuentra con un problema obvio en este sentido, porque cualquiera que es presidente en tiempos de guerra cuenta con una ventaja añadida. Kerry, no importa lo que haga, tiene esa desventaja", entiende Julian Epstein, que recomienda esta estrategia: "Creo que Kerry tiene que hacer dos cosas sobre el asunto del terrorismo: demostrar que este Gobierno fracasó en todo lo relacionado con la inteligencia y la información previas al 11-S y demostrar que, posteriormente, este Gobierno actuó de manera incompetente en Irak. En otras palabras, yo no atacaría a Bush ideológicamente, le atacaría desde el punto de vista de la competencia. Creo que tiene que hacer esto de otra manera, que tiene que afinar más. Cuando se trata de asuntos nacionales, no tiene ningún problema, gana el debate, lo dicen todos los sondeos, pero también los sondeos dicen que no gana cuando se trata de terrorismo, de seguridad".

Cambio de caballo

¿Es Kerry el hombre del cambio? "Creo que cuando uno quiere ganar unas elecciones y no está en el poder, tiene que presentarse como hombre del cambio a mejor. Y cuando uno mira los índices de aprobación del presidente y lo que dice la gente sobre cómo lo ha hecho Bush en Irak, las respuestas son claras: lo ha hecho mal en Irak y el país no está en la buena dirección. Entonces, lo que Kerry tiene que hacer es presentarse como alguien que cambiará la situación en Irak a mejor y, en ese sentido, superar el miedo lógico que hay de cambiar de comandante en jefe en medio de una guerra", dice Clifford Kupchan. Por tanto, la pregunta es otra. La cuestión que se despejará dentro de nueve días es si, en la perspectiva del 11-S, de la guerra contra el terrorismo y de la crisis de Irak, los norteamericanos quieren cambiar de caballo en mitad de la carrera. El "sí" llevará a Kerry a la Casa Blanca. El "no" hará que Bush continúe allí otros cuatro años.

Kerry, en una playa.
Kerry, en una playa.EFE

El candidato demócrata, en sus propias palabras

"ES INÚTIL PRESENTARSE a la presidencia si uno no sabe qué iniciativas va a tomar para hacer un trabajo mejor que su predecesor y si no es capaz de exponerlas con claridad".

"Se comprometió [el presidente Bush] en numerosísimas ocasiones a 'cambiar el tono' en vigor en Washington, a comunicar con los demócratas y con todos los estadounidenses, y a poner fin a la agresividad partidista de finales de los años noventa... Sin embargo, desde su nombramiento, el presidente ha hecho exactamente lo contrario de lo que había prometido, dirigiendo la Administración más partidista que haya conocido".

"El tono reinante en Washington, pese al profundo deseo de cohesión nacional que inspiraron los acontecimientos del 11-S, cede ante un espíritu de partido tan pernicioso que una mayoría creciente de estadounidenses ya no se reconoce ni en un bando ni en el otro; se refugia en la abstención o abraza la causa de los independientes. El presidente y sus colaboradores más cercanos son personalmente responsables de esta atmósfera envenenada que han contribuido a instaurar al presentar la mínima divergencia razonada de opinión como una maniobra antipatriótica, pretendiendo someter cínicamente la lealtad a la disciplina de partido".

"Esta Administración es la primera, desde la de Calvin Coolidge, en considerar que la única medida económica que el Gobierno federal puede tomar consiste en dar aún más a aquellos que ya tienen más".

"Considero que EE UU necesita un presidente decidido a devolver sus cartas de nobleza a la noción de objetivo nacional común. Desde hace ya varias décadas, nuestro país ha perdido de vista este horizonte, y estoy convencido de que debemos recuperarlo. Así, mi campaña presidencial dará una gran importancia a las ideas de esfuerzo compartido, de servicio nacional, de obligación entre generaciones y de compromiso activo. Es la única forma que tenemos de superar las rivalidades personales y entre partidos y de responder a las exigencias de una era que se anuncia absolutamente decisiva".

"Servir. Ése es el llamamiento que he escuchado y que la mayoría de los estadounidenses, estoy convencido de ello, está dispuesta a escuchar a su vez. Estoy seguro de que sabrán responder a él. Pero no es un llamamiento que escucharán en boca de George W. Bush, que en los días que siguieron al 11-S pidió a los estadounidenses, no lo hemos olvidado, que contribuyeran a luchar contra el terrorismo consumiendo y viajando.

"La destrucción de los fundamentos mismos de nuestra comunidad nacional únicamente puede debilitarnos no sólo en nuestro país, sino también, en una segunda etapa, en el extranjero. Creo que el destino de EE UU es ser el testimonio vivo de aquello que los seres humanos libres pueden conseguir actuando de forma colectiva".

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