Azul y suave
No busquen mucho la etimología del título de este nuevo espectáculo del Cirque du Soleil: es un invento formado por las sílabas Dra, de dragón, y lion. China, dicen, y Occidente, al que ellos suponen que pertenecen los leones. Con respecto a Oriente, se añade que este espectáculo "deriva para su inspiración de la filosofía del Este con su perpetua busca de la armonía entre la humanidad y la naturaleza", según traduzco de su propia publicidad, porque por mí mismo no hubiera llegado nunca a descubrirlo, y quizá me hubiera colgado atónito del suspenso entre la posibilidad de la oposición de humanidad y naturaleza, de su interacción y sus identidades, y de algunas cosas más bastante inútiles que no tienen nada que ver.
Cirque du Soleil
Casa de Campo, Madrid.
Mi impresión personal ante la belleza de este espectáculo (aunque una parte la pasé alienado por el esfuerzo de haber trepado por desmontes y matorrales para llegar hasta allí, y la angustia de que tendría que marcharme de la misma manera) es que se trata de un circo chino muy perfecto, con sus números tradicionales de saltadores y trapecios, con una zaragata muy occidental que gana mucho tiempo entre número y número y lo hace muy bien; con un guión de puesta en escena, de decorados y vestuario que le dan su belleza: su luz azul tradicional, sus tonos plateados y la suavidad y sencillez con que ocurre todo. Sin riesgo: lejos de los circos de la tradición gladiadora, éste se basa en la seguridad de los artistas, protegidos en la altura por los cables que impedirían el desastre. "Estafas", se llaman o llamaban estos cables de seguridad en el circo español; aquí no lo son, sino que se hacen directamente visibles y partícipes en el espectáculo, donde los descensos se hacen con su ayuda en honor de la suavidad. Se admira tanto como a los artistas a quienes están ocultos haciendo moverse una maquinaria perfecta, una mecánica que ayuda a todo; y a quienes lo han ideado.
No es necesario, claro, describir una vez más a estos visitantes anuales de Madrid; antes de la primera representación estaban ya vendidas las entradas y el público ovacionó una y otra vez a todos, satisfechos de su inversión en belleza simple y en admiración.
Babelia
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