Poesía del color
A pesar de que son malos tiempos para la lírica, quedan aún pintores líricos, seres que con una ilusión inquebrantable siguen esgrimiendo el pincel para extender los colores sobre la superficie del lienzo a impulsos del corazón. Teresa Salcedo (Huesca, 1952) y Alberto Reguera (Segovia, 1961) son dos de estos artistas resistentes, con una larga carrera a sus espaldas, que exponen ahora en Madrid. En realidad sus obras responden a postulados muy diferentes, pero ciertas similitudes en los resultados plásticos y, sobre todo, el carácter lírico de sus respectivas obras hacen que ambas exposiciones no coincidan por mera casualidad.
Teresa Salcedo ha pasado de una abstracción próxima al minimalismo, en la que las pinturas se ordenaban en torno a la figura del cuadrado, a realizar unas obras en las que los trazos, muy sueltos, barren la superficie del lienzo inundando espacios y, en algunos casos, figuras que se desdibujan bajo la acción de la brocha. Son incipientes paisajes acuosos a los que ha ido añadiendo unas pequeñas llamas, como las que arden en el cabo de una vela. Sirviéndose de técnicas fotográficas esas llamas, que sin duda son símbolos de esperanza, de pasión o de resistencia, parecen surgir de tallos de invisibles plantas o de inertes piedras.
TERESA SALCEDO
Galería Rayuela
Claudio Coello, 19. Madrid
Hasta el 30 de octubre
ALBERTO REGUERA
Galería Antonio Machón
Conde de Xiquena, 8. Madrid
Hasta el 13 de noviembre
Por su parte, Reguera, cuya actividad pictórica y expositiva es incesante, cultiva un tipo de abstracción lírica cuyos referentes lejanos pueden ser rastreados en el paisaje romántico y cuyas referencias más próximas habría que buscarlas entre Rothko y Hans Richter. En los cuadros que ahora presenta domina un azul irreal que es surcado por desgarradas partículas de pigmento negro o blanco que turban la infinitud del azul. La interpretación más inmediata de estas pinturas las asimila a aquellos cielos sin límites que son surcados por nubes. Las referencias a pintores románticos, como Johan Christian Dahl, son explícitas, pero, sobre todo, parece reconocerse en estos cuadros esa voluntad de John Constable de pintar las formas inestables y huidizas de las nubes. Pero hay algo más, estas pinturas atmosféricas han cobrado cuerpo, los lienzos han sido montados y pintados sobre gruesos bastidores que conceden volumen físico a la pintura, de tal manera que el cielo y las nubes cobran consistencia matérica y volumen escultórico.
Pintar hoy como lo hacen estos artistas es, ciertamente, un acto de resistencia, un ejemplo de actitud reflexiva frente a otras formas tecnológicas de expresión plástica que, por su capacidad narrativa o por sus posibilidades de generar imágenes en movimiento, se adaptan mejor a realizar la crónica de la destrucción de la razón o de la justificación de la fuerza aniquiladora. Dejemos, pues, sonar la lira de los colores.
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