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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La liberación del horror

No hay sorpresas. El Holocausto, la ablación del clítoris, la castración ritual, la prostitución infantil, la guerra. O sea, todas las atrocidades traídas a cuento por las obras de esta exposición las conocíamos de antemano. Forman parte de los capítulos más negros de la historia universal de la infamia acotada por Borges y documentada de tal manera por los medios que han terminado por anestesiarnos. De allí que el verdadero tema de esta exposición -tema en el sentido fuerte, orteguiano del término- sea la anestesia. La anestesia que ha calado tan profundamente en nuestros sentidos que se ha apoderado de nuestra conciencia. No vemos lo que vemos. No vemos el horror que realmente vemos. Pero ¿cómo impedirlo? ¿Cómo devolverle la conciencia a nuestra conciencia? ¿Cómo descubrir el medio o el remedio que nos cure de la anestesia y nos permita acceder de nuevo a la experiencia del dolor, devolviéndonos de paso el derecho a la indignación moral y a la acción? La acción que como ha dicho Paolo Virno hoy parece más imposible que nunca.

ELAHE MASSUMI

'Narraciones'

Fundación Telefónica

Fuencarral, 3. Madrid

Hasta el 31 de octubre

El asunto lo abordó por primera vez, que yo sepa, Susan Buck-Morss en un ensayo sobre la estética y la anestesia que se atrevió a enmendarle la plana a Walter Benjamin en cuanto teórico del sensorium producido y modulado por la técnica. Pero su propuesta de reivindicar la experiencia apasionada del cuerpo como sujeto de la vida y del pensamiento quedó atrapada en una aporía. Indicaba un camino que la letra en la que el ensayo estaba impreso impedía transitar. Su apelación al patetismo no resultaba patética.

Elahe Massumi (Isfahan, Irán, 1961) ha cortado de tajo este nudo gordiano. Y lo ha hecho de manera ejemplar en la más conmovedora de las siete video-instalaciones reunidas en esta extraordinaria exposición. Su título escueto, Obliteration, elude y a la vez alude el horror de la ablación, de la castración femenina, de la amputación del clítoris como órgano privilegiado del placer sexual. Se trata de una reconstrucción o de una representación de índole cinematográfica del rito mediante el cual en ciertos pueblos de África las niñas, al comienzo de su infancia, son sometidas a este cercenamiento atroz. Y su logro consiste en ofrecernos una experiencia del dolor tan intensa que, lo confieso, no pude soportar hasta el final. Mientras veía esta pieza desplegada simultáneamente en tres monitores, cerré o entrecerré los ojos, en aquellos momentos en los que la fina hoja de acero inoxidable era conducida con precisión quirúrgica por la mano de una anciana al meollo de una sexualidad femenina apenas en capullo para herirlo irremediablemente.

Tampoco logré ver del todo Hijra, la videoinstalación compuesta de cuatro proyecciones distintas sobre la pared, que narra la experiencia de vida y de castración de un joven perteneciente a la casta de los parias hindúes, que mediante el corte del pene y de los testículos ingresa en una categoría especial: los Hijra. Los castrados. Cierto, la negativa mía a ver los momentos cruciales de la castración femenina o masculina puede ser fácilmente interpretada en una clave distinta a la de la indignación moral por el daño infringido a unos seres humanos inermes, por las razones de la edad, del sexo o de la exclusión social, en sociedades donde todavía el poder establecido exhibe sin tapujos, evidentemente, todas las señales de su omnipotencia patriarcal. Freud diría otra cosa. Diría que me negué a ver porque en esas escenificaciones tuve miedo de ver la escenificación de mi propio e inconfesable miedo a la castración.

Pero estas divergencias que están allí, que siguen abiertas, sin sutura posible, no anulan el hecho de que tanto en estas piezas como en las restantes de su exposición Massumi nos ofrece como ya dije una experiencia auténtica del dolor. La obscenidad es el asunto restante. Su sola existencia pone en cuestión tanto a quienes captan y exponen imágenes del sufrimiento ajeno como a quienes gozan de dicha exhibición. Su disfrute supone la complicidad o indiferencia de quienes se entregan a ella ante los poderes despiadados que son la principal fuente del actual sufrimiento humano. Y podría ser esgrimida como un argumento contundente en contra de la obra de esta notable artista iraní, tan interesada desde siempre en visualizar las situaciones más extremas. Pero basta con ver una cualquiera de las obras que ahora expone en Madrid para advertir de inmediato con cuanta sabiduría y eficacia ella se ha apartado de esta tentación.

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