Adiós a las masas
Es tan infrecuente encontrar hoy día pensadores dispuestos a reconocer las afinidades entre los principios que, a uno y otro lado del telón de acero, erigieron en su día la cultura de masas y la ideología de la vanguardia proletaria, y tan raro que haya intelectuales occidentales que, por haber vivido el colapso de la quimera en comunicación con el otro lado, puedan permitirnos verlas, que sólo ya por eso el libro de Susan Buck-Morss merecería una especial atención. En verdad, no se puede minimizar la distinción entre totalitarismo y democracia, pero habría que estar ciego para negar las evidencias de un sueño común: la idolatría de la mecanización del trabajo, los isomorfismos entre las estrellas de la gran pantalla y los líderes del movimiento obrero, el halo de ensueño que rodeaba en la URSS a las máquinas de producción en masa y en Estados Unidos a los artículos de consumo de masas, las semejanzas de Hollywood con el Departamento de Propaganda del Kremlin, de Eisenstein con Chaplin, o los hechos más prosaicos de que la industrialización de la Unión Soviética fue en buena medida obra de las grandes empresas norteamericanas y de que el nombre de Henry Ford era tan conocido en la Rusia de los años treinta como los de Lenin, Trotski o Stalin. "En un momento histórico en el cual tanto las actividades políticas de la izquierda como las de la derecha parecen tener impaciencia por deshacerse de la noción de masas, este libro advierte que toda la lucha política y cultural del siglo pasado que se autodenominó democrática se hizo a favor de las masas y en su nombre".
MUNDO SOÑADO Y CATÁSTROFE. La desaparición de la utopía de masas en el Este y en el Oeste
Susan Buck-Morss
Traducción de R. Ibáñez
Antonio Machado Libros Madrid, 2004
395 páginas. 12 euros
Si hoy nos resulta tan emba
razoso reparar en esas simetrías entre los "enemigos" es porque se ha impuesto un discurso " tranquilizador": que nosotros, los demócratas occidentales, hemos ganado la guerra fría, que la libertad ha vencido al totalitarismo, que eran los soviéticos quienes soñaban mientras nosotros teníamos los pies en la tierra. Una hermosa fábula que, sin embargo, no nos permite comprender por qué crecen de nuevo en nuestras ciudades la pobreza material, la miseria moral y la indigencia cultural, la violencia y el malestar, mientras disminuyen o empeoran la seguridad jurídica, la protección social y las garantías legales. Sí comprendemos, en cambio, por qué ocurren estos fenómenos en la antigua Unión Soviética: se intenta crear lo que el embajador estadounidense llamaba en 1989 "un buen clima para los negocios"; o sea, salarios bajos, ausencia de oposición sindical, tolerancia fiscal y libertad para contaminar. Él hablaba en nombre de quienes sí han ganado la guerra fría, que no somos nosotros, demócratas occidentales, sino ellos, los tecnócratas neoliberales que hoy gobiernan el FMI, que no tienen a la democracia entre sus prioridades ("nosotros no nos metemos en política"), y que consideran que todos los males de la humanidad son castigos por el pecado original contra el dogma áureo ("no tocará el Estado los mercados"), da igual que se llame "fascismo", "totalitarismo soviético" o "Estado del bienestar".
Así que hay que considerar la posibilidad de que, al celebrar la derrota de la URSS, estuviéramos también celebrando ingenuamente la catástrofe de la democracia social de derecho, la versión del sueño de la cual -con buenas razones- hasta hace poco podíamos sentirnos orgullosos. Pero afirmaba Walter Benjamin que el deber de todo escritor es impedir que la historia la hagan únicamente los vencedores, porque entonces se convierte en un indecente delirio. Todavía pocos son hoy conscientes del carácter delirante y onírico de esta narración ortodoxa (la disciplina del mercado mundial), pero Susan Buck-Morss, tras los pasos de Benjamin, pone ante nuestros ojos los fragmentos residuales de la trama que nos ha permitido imaginarnos como seres dignos durante los últimos cincuenta años para que, al menos, puedan aportar un contrapeso crítico a la euforia de los triunfadores y nos ayuden a comprender nuestro propio malestar.
De este último, la edición española de Mundo soñado y catástrofe podría ser también un síntoma: a la -mala- costumbre, que en este editor es tradición, de no colocar las notas a pie de página allí donde su nombre indica, sino al final del libro (lo cual no representa desde luego una facilidad para el lector), se suma una traducción con grandes deficiencias que ignora la distinción entre el "en sí" y el "para sí", abunda en adjetivos confusos -"movible" por "móvil", etcétera- e inunda la lectura de constantes e incomprensibles faltas de coordinación sintáctica, delatando un descuido generalizado en la edición (¿será una vez más el "buen clima para los negocios"?) que, por momentos, amenaza con convertir lo que aspiraba a ser un hipertexto en un infratexto. Amenaza, pero no lo consigue, porque es propio de los buenos libros sobrevivir a estos avatares.
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