Inamovibles
El rock and roll sin tapujos es el territorio en el que los cuatro miembros de Dover se encuentran, más allá de que a cada uno por separado le gusten, además, otras cosas. Sólo así se puede entender que sus parámetros musicales hayan variado tan poco desde su irrupción allá por los primeros noventa. Querer acusarles de inmovilistas es como pretender que Paco de Lucía se pase a las castañuelas o que la Caballé cante rap. Dover se comporta en directo igual que hace siete u ocho años, y no pasa nada. Su música suena exactamente igual, y hasta puede que físicamente una foto de entonces sea idéntica a la que se les podría haber tomado anteanoche en Galapagar.
Acaso parezca empecinamiento, y está en su derecho el que se moleste por ello, pero lo cierto es que el aferramiento de Dover a sus convicciones primeras encierra tal dosis de ingenuidad, que conmueve. En Galapagar despedían la gira española que les ha tenido casi un año presentando su último disco, The flame, aunque éste no sea del todo sobre el que se basó el grueso de su concierto. El ser el último de una larga tanda podría explicar el decaimiento en algunos pasajes, una aparente desgana que la mayor de las hermanas Llanos, Amparo (ella es la que suele dirigirse al público, aunque la que cante sea Cristina), justificó como que habría "que dosificarse", ya que el concierto podría ser largo. Y no lo fue: apenas una hora hasta someterse a la rutina de los bises, despachados con dos de sus canciones clásicas, Devil came to me y Loli Jackson, con estruendo final rugoso, distorsionado y apoteósico.
Dover
Cristina Llanos (voz y guitarra), Amparo Llanos (guitarra y voces), Jesús Antúnez (batería) y Álvaro Díez (bajo). Velódromo de Galapagar (Madrid), 16 de septiembre.
Su planteamiento sigue siendo el de siempre. Impetuosas canciones afiladas donde las dos hermanas se alternan los riffs de guitarras -fue inútil que parte del público les demandara punteos- eficazmente secundadas por la base rítmica que imponen Jesús y Álvaro. Aunque algo más floja de voz que en otras ocasiones, quizá por la pájara del fin de temporada, Cristina sigue tornándose fiera y voluntariosa sobre las tablas, imagen que dista tanto de su timidez cotidiana fuera de ellas. A pesar de ello, su voz conserva el pulso de la emoción. El espíritu de Johnny Ramone, fallecido en Nueva York en la madrugada de ese mismo día, planeó todo el rato sobre la noche serrana hasta que, casi al final, Dover dedicaron a su memoria dj, reconociendo antes Amparo que sus planteamientos musicales eran distintos a los de los míticos Ramones. "Pero él nos enseñó que con sólo tres acordes y repitiendo siempre la misma canción, se puede ser un genio", reconoció. Quizá en esa exaltación de lo simple y lo sencillo siga estando la justificación del fervor que mantiene vivo a Dover 10 años después de hacer lo mismo siempre.
Babelia
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