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Reportaje:Atenas 2004 | ATLETISMO: EL MARATÓN

Tergat, contra la incoherencia histórica

El espigado soldado del Ejército del Aire, favorito para acabar con la sequía keniana en la prueba mítica de los Juegos

Carlos Arribas

42,195 kilómetros no es precisamente la distancia que hay de la ciudad de Maratón al estadio de mármol de Atenas, aunque la tradición así lo quiera desde que para engrandecer la prueba de suprema resistencia atlética se rescató el mito del soldado Filípides Diomedón, aquél que 500 años antes de Cristo murió tras recorrer la distancia entre la batalla de Maratón y Atenas para anunciar la victoria sobre los persas.

Entre Maratón y Atenas, en 1896, cuando Spiridón Louis, un aguador de Marusi, barrio del norte de Atenas, tardó casi tres horas para ganar el maratón de los primeros Juegos de la era moderna, había menos de 40 kilómetros. El maratón mide exactamente 42,195 kilómetros, ni un metro más ni un metro menos, por un motivo que debe más a los privilegios de la nobleza que al sudor del corredor. Fue en los Juegos de Londres de 1908 cuando se estableció esa medida, fue porque ésa era la distancia exacta entre el palacio de Windsor, de donde salió, al pabellón real del Estadio Blanco, donde terminó -incidentalmente: la ganó el norteamericano John Hayes en un tiempo de 2h 55m 18s, primer récord olímpico, evidentemente.

"Cuando llegue el kilómetro 35 seré un rival imposible", afirma el 'recordman' mundial

Pero pese a ese acta de nacimiento aristocrática, el maratón es la prueba que ha creado algunos de los grandes mitos del atletismo, que ha engrandecido al hombre que supera el dolor y el sufrimiento, al atleta al que el entrenamiento y el sacrificio, la agonía, conduce a la cima. El maratón es la carrera que nos ha hecho erigir altares en memoria de Paavo Nurmi -pese a que el finlandés volador nunca ganó el maratón olímpico-, de Emil Zátopek, de los pies descalzos de Abebe Bikila sobre el empedrado de la Roma imperial, del Arco de Constantino iluminado con antorchas, de Waldemar Cierpinski y de Frank Shorter.

El maratón olímpico es la prueba que nunca ha ganado el atletismo español, con la que no pudo ni siquiera el dúo terrible de los 90, los Martín Fiz y Abel Antón, campeones mundiales entre 1993 y 1999 que en las calles de Atenas, precisamente, en un final que ha sido dulcificado para los Juegos -aunque el resto del recorrido, los tremendos repechos que agotaron la resistencia de Paula Radcliffe el pasado domingo, el calor, siguen igual- libraron en 1997 un duelo que aún colea. Este año, las esperanzas españolas se llaman Julio Rey -2h 07m 27s, mejor marca, bronce europeo, plata mundial-, el toledano que se anuncia en gran forma, aunque correrá lastrado por los dos meses de reposo a que le obligó una fisura de pelvis insidiosa esta primavera, y José Ríos (2h 07m 42s este año), el catalán que se ha preparado en Madrid, en Navacerrada, que en julio, según su gente, presentaba una mejor forma que en agosto.

El maratón es la carrera que, extrañamente, le falta a Kenia, el país en el que han nacido algunos de los mejores fondistas de la historia. Mientras, sus vecinos del norte del Valle del Rift, los etíopes de Bikila, Wolde y Abera se han impuesto cuatro veces en los 11 últimos Juegos. Pero este año, para acabar con ese contrasentido histórico, al frente de Kenia está Paul Tergat.

Si no hubiera sido por Haile Gebrselassie, que le negó la gloria en tres Mundiales y en dos Juegos Olímpicos, Tergat -de 35 años, jugador de baloncesto en su juventud gracias a su altura, 1,82 metros, pero no por su corpulencia, 62 kilos, atleta porque el ejército del aire, donde se enroló como profesional, le dio tiempo para correr- habría sido el mejor fondista de la historia. Suyo fue un tiempo el récord del mundo de los 10.000 (26m 27,85s), suyas son cinco victorias consecutivas en el Mundial de cross, suyo es el récord del mundo de maratón (los increíbles 2h 04m 55s que logró en Berlín 2003, en el sexto maratón de su vida), suya será la responsabilidad de la carrera.

Una obligación que abraza agradecido. "Será muy difícil que alguien me gane", afirma. "Me mantendré en los primeros kilómetros junto al grupo de cabeza, y cuando llegue el momento de siempre, el punto en el que los maratones se ganan y se pierden, en el kilómetro 35, seré un rival imposible. El maratón es en su 85% una carrera mental. En Berlín, cuando batí el récord, tiré de mi fuerza física durante 35 kilómetros. Fue entonces, cuando mi cuerpo era muy débil, cuando mi mente, aún fresca, me llevó a la meta".

Tergat, tras cruzar la meta en el maratón de Berlín de 2003, en el que batió el récord del mundo.
Tergat, tras cruzar la meta en el maratón de Berlín de 2003, en el que batió el récord del mundo.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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