El azar culpable
Basada en una novela de los sesenta, ambientada en el mundo hosco y enclaustrado de las barcazas que recorren el escocés río Clyde entre Glasgow y Edimburgo y las gentes que las habitan, y protagonizada por tres de los mejores actores británicos del momento, el guapo Ewan McGregor, el sólido Peter Mullan y la fantasmal Tilda Swinton, Young Adam es un drama con un notable trasfondo vivencial, la historia de un antihéroe, el joven adámico del título, al que lo pierde, es un decir, su irrefrenable deseo de independencia. Con un punto de arranque no muy diferente del de L'Atalante, la inmortal obra maestra de Jean Vigo -un río, una barcaza, una mujer y dos hombres-, la película se aleja pronto del poético retrato que de la vida de las gentes del río hiciera Vigo para adentrarse en aguas más procelosas: las del azar y el drama, las del remordimiento y la no asunción de las consecuencias de las acciones que uno mismo provoca; las del azar que regresa en forma de muerte, pesquisa policial y juicio a un falso culpable.
YOUNG ADAM
Dirección: David MacKenzie. Intérpretes: Ewan McGregor, Tilda Swinton, Peter Mullan, Emily Mortimer, Jack McElhone. Género: drama. Reino Unido, 2003. Duración: 93 minutos.
Con un McGregor en plena posesión de sus dotes de galán (probablemente la película se entendería peor con otro actor... lo que no es poco decir), y con la casualidad como coartada, la película avanza con su protagonista principal saltando de cama en cama, de amante en amante y de seducción en seducción, aunque, eso sí, desprovistas éstas de cualquier connotación que no sea la sordidez o la crudeza: véase la escena en que el joven hace el amor con su ex novia, en una calle mojada y bajo un camión... una situación ciertamente poco habitual en una historia de donjuanes. O, en un hilo de una acción que se va desenrollando hacia atrás, la secuencia en pasado de la violación a la misma chica, una de las más tristes que se hayan visto en una pantalla, y que tan poco coincide con los modos de hacer del cine contemporáneo y su corrección política.
El escocés David MacKenzie maniobra con este denso material ficcional con seguridad y solvencia, bien apoyado en un riguroso diseño de producción de esos a que tan acostumbrados nos tiene el reputado productor Jeremy Thomas. Su pulso narrativo, que a veces se hace cansino por obra más que nada de un guión demasiado puntilloso, se demuestra por lo menos efectivo, y la atmósfera cargada, espesa, en medio de la cual se mueve el personaje está perfectamente conseguida desde las sugerencias de la trama, pero también desde una fotografía de tonos perfectamente invernales. Es una película que huele a tabaco, a sudor, a carbón y a semen. Es, por si no ha quedado claro, una película con los aires y los modos de hacer del cine de otro tiempo.
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