La bomba de Pascua
El portugués de origen nigeriano Francis Obikwelu, que pasó grandes penurias, tiene un potencial ilimitado según sus e ntrenadores
Cerca de las tres de la madrugada, Francis Obikwelu comenzó a cenar en el comedor de la Villa Olímpica. Era el nuevo subcampeón olímpico de los 100 metros. Acababa de batir el récord de Europa con una marca de 9,86 segundos. Una estrella con todas las consecuencias que eso tiene. Un astro de la velocidad, alguien como Maurice Greene, no suele dormir en la Villa junto al resto de los deportistas. Generalmente, se aloja en hoteles de lujo, acompañado por una corte de entrenadores, intermediarios y abogados. No es una estrella de rock, pero lo parece. En el comedor comunal, a Obikwelu le esperaban Manolo Pascua Piquera y María José Martínez Guerrero, una excelente vallista en los años 70. Son los entrenadores del atleta portugués desde octubre, aunque la relación viene de lejos, de los tiempos en que Pascua comentaba las pruebas de la Golden League para Canal +. El veterano entrenador estaba fascinado con aquel muchacho de origen nigeriano, un sprinter singular por su estatura, 1,95 metros, y por la elegancia de su estilo. Pascua veía un potencial inmenso en Obikwelu, pero siempre comentaba lo mismo: "Es muy bueno, pero corre muy mal". A Obikwelu le llegaron noticias de las opiniones de Pascua y las encajó mal. "Se picó y se dirigió a Manolo para reprocharle sus comentarios", explica María José Martínez. Lejos de enfrentarse, Obikwelu y Pascua resolvieron sus diferencias y comenzaron una amistad que también se ha traducido en una relación profesional cada vez más estrecha. El pasado octubre, Obikwelu se trasladó a Madrid para incorporarse al grupo de entrenamiento de los dos técnicos españoles.
Tras los Mundiales juveniles de 1994, con 16 años, se quedó en Lisboa con dos compañeros. Vivían casi en la indigencia, obligados a aceptar trabajos muy duros
Desde octubre se prepara en Madrid. Manolo Pascua se topó con muchas lagunas en su formación: "No sabe correr". Pero atiende los consejos sin pestañear
Miguel Ángel Mostaza, su actual agente, tuvo noticias de él y fue a verle. "Puedo hacer 10,50s ahora mismo", le dijo. A pie firme, sin tacos, echó a correr: ¡10,70s!
Obikwelu no quería cenar después de una jornada agotadora. Tras la carrera, que terminó a las 23.10 (hora local), llegó un aluvión de entrevistas, la comparecencia en la sala de prensa junto a Justin Gatlin, el ganador de la carrera, y Greene; el trámite del control antidopaje, el viaje a la Villa. Todo eso y la tensión, la fatiga, el gasto de adrenalina... Obikwelu era un hombre feliz, pero estaba derrotado por el cansancio. "Tienes que cenar. Hay que reponer algo de las fuerzas", le aconsejaron sus entrenadores. Cenó. Hay algo que Pascua y María José Martínez destacan en Obikwelu: su extrema profesionalidad. Hombre sencillo, sin ninguna de las extravagancias que adornan el carácter de las estrellas, Obikwelu honra al atletismo dentro y fuera de la pista.
Su relación con Portugal viene de lejos, de sus días como integrante de la selección nigeriana que compitió en los Campeonatos del Mundo júniors de 1994. Tenía entonces 16 años. Tras ellos no regresó a Nigeria. Se quedó en Lisboa junto a dos compañeros. Vivían casi en la indigencia, en un cuartucho situado cerca del campo de fútbol de Os Belenenses. El estado de precariedad obligaba a Obikwelu a aceptar trabajos muy duros. Su historia remitía a la de cualquier emigrante ilegal en Europa. Sin embargo, alguien tenía noticias de las condiciones del joven nigeriano y ese alguien se lo comentó a Miguel Ángel Mostaza, uno de los principales representantes de atletas en España. Mostaza viajó a Lisboa y se acercó al viejo campo de Os Belenenses, frente al estuario del río Tajo. "Me han dicho que eres rápido", le dijo al joven atleta. "Puedo hacer 10,50 segundos ahora mismo", le respondió Obikwelu. Mostaza se rió. El atleta le desafío: "Lo puedo probar ahora mismo".
El estadio de Os Belenenses, un viejo y hermoso recinto, tenía entonces una pista de ceniza alrededor del rectángulo de juego. Mostaza y Obikwelu se dirigieron hacía allí, el chico con unas viejas zapatillas en la mano. Ante el asombro de Mostaza, Obikwelu se fue a uno de los fondos, se colocó en la posición de salida, a pie firme, sin tacos, y corrió. Mostaza tomó el tiempo con un cronómetro manual: ¡10,70 segundos¡ Era mejor de lo que le habían contado. Obikwelu tenía madera de estrella. Aunque la relación con Mostaza ha perdurado -todavía es su agente-, Obikwelu permaneció en Portugal. Las noticias también corren rápidas. Fichó por el Sporting de Lisboa y pronto comenzó su proceso de nacionalización. Poco a poco, empezó a hacerse un nombre en las reuniones de verano. Primero, en las carreras B. Luego en las importantes. Pascua no le quitaba el ojo. Le veía como a un fenómeno desaprovechado: "No sabe correr".
El anuncio de su potencial se produjo en los Mundiales de Sevilla 99. Corrió los 200 metros en 19,85 segundos, pero en la final se derrumbó ante Greene. Ni siquiera bajó de los 20 segundos. Esa inconsistencia ha definido su carrera. A la promesa de grandes marcas solían suceder marcas discretas. Las cosas empeoraron tras los Juegos de Sidney 2000. Operado de una lesión en la rodilla derecha, la recuperación se complicó hasta convertirse en un drama. Comenzaron los problemas de inestabilidad, la descompensación que se escondía bajo su particular estilo. Obikwelu se iba hacia los costados de la calle cuando corría. Algo no funcionaba. Tras el primer contacto, volvió a llamar a Pascua para pedirle consejo técnico. Así se inició el proceso que le ha llevado a Madrid. La decisión se produjo en el momento más bajo de su trayectoria. En los Mundiales de París 2003, Obikwelu, el velocista que ahora corre los 100 metros en 9,86 segundos, fue eliminado en la primera serie de los 200. Hizo 21,20 segundos. La marca le deprimió. Telefoneó a Pascua y María José Martínez para decirles que se retiraba del atletismo. "Cálmate. Vete de vacaciones y decide después", le aconsejó ella.
Cuando regresó de las vacaciones, Obikwelu tenía la decisión tomada: "Voy a Madrid a entrenarme con ustedes". Fue en octubre de 2003. Sólo puso una condición: no entrenarse en domingo. "Es un muchacho muy religioso. Todos los domingos acude a misa. El domingo es sagrado", comenta María José Martínez. Pascua, por fin, podría trabajar en la progresión de Obikwelu. Se encontró con muchas lagunas en su formación. No tenía capacidad de salto porque no tenía fuerza para saltar. Había que reparar su desequilibrio tras la lesión, a pesar de que todavía le faltan algunos grados para doblar la rodilla completamente. Su técnica era deficiente. Obikwelu ha atendido cada consejo sin pestañear. "A veces, hasta peca de exceso de responsabilidad", comenta María José Martínez.
Los progresos han sido rápidos y eficaces. Aquella zancada tan corta para su estatura se ha ampliado, aunque no lo suficiente en opinión de sus entrenadores. Ellos ven en él al hombre que batirá el récord del mundo de los 100 metros. El preámbulo se interpretó en Atenas, donde Obikwelu asombró en todas y cada una de sus actuaciones. Todavía sufre en las salidas frente a sus rivales explosivos y es probable que no haya tomado conciencia de sus ilimitadas condiciones para la velocidad. Siempre se le atribuyó fama de inconsistente, pero esta temporada ha funcionado como un reloj en las grandes citas de verano. En Madrid ha encontrado la gente y los elementos necesarios para convertirse en una estrella sin perder nada de su perfil tranquilo. No pertenece al grupo de los arrogantes especialistas que pretenden convertir la prueba de los 100 metros en una especie de ring. Lo suyo no es hacer declaraciones explosivas. Habla en la pista. Cuando corre. Y corre muy rápido.
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