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Entrevista:JOSÉ MARÍA ÍÑIGO | PERIODISTA Y PRESENTADOR DE TELEVISIÓN | ENTREVISTA / COMUNICACIONES

"Aún tenemos una buena televisión en España"

José María Íñigo, en su despacho madrileño, tras una empalizada de papeles. Sigue trabajando en la televisión y en la radio. En mayo publicó un libro de recuerdos. En septiembre saldrá la crónica que ha escrito de la vida cotidiana durante los sesenta. Y éste es uno de los párrafos que envió como ampliación de la entrevista. "He aprovechado este mes para acabar dos libros que tenía entre manos, un diccionario turístico y otro gastronómico. Lo cual no tiene mérito alguno porque soy de los que piensan que lo mejor del sol es la sombra".

Pregunta. ¿Cuándo empezó todo?

Respuesta. En el año 1968. Cuando dicen que empezó todo.

P. ¿Por qué?

R. Pues también como empieza todo. Por pura casualidad. Yo venía de Bilbao. Había trabajado de disc jockey y ya me había hecho un nombrecito como disc jockey. Me llamaron para presentar un programa musical. El que me llamó fue Pedro Olea, el director de cine, con el que había coincidido en la mili. Así empezamos a hacer un programa que se llamaba Último grito. Lo hacíamos con estudiantes de la Escuela de Cine. Estaban, por ejemplo, Iván Zulueta o Antonio Drove. Y luego, como por un milagro, pensaron en mí para hacer Estudio abierto.

"Aquí la televisión es muy entretenida, muy vistosa. Muy cara. Divertida. España e Italia son las mejores televisiones que hay en Europa"
"Los que no saben de esto hablan con mucha ligereza del modelo de la BBC, que en España duraría tres meses. Me refiero a los programas, no a los informativos"

P. El primer talk show español.

R. Sí, pero yo no sabía lo que era eso.

P. ¿No había visto nada parecido?

R. Nada. Pensamos que con gente conocida y desconocida, y un poco de música entre medio podría salir algo interesante. Teníamos una vaga idea de que en América se hacía algo así. Pero, evidentemente, no había medios para ir a América ni existían las parabólicas. Nada de todo eso. Nos dijimos: esto parece ser que es así, pues vamos a hacerlo así. Después de Estudio abierto nos encargaron Directísimo, ya en la primera cadena. El programa era el mismo, sólo que con dinero. En vez de traer a gente de San Sebastián, Sevilla o Barcelona..., pues qué sé yo, podíamos traer a Cantinflas o a Charlton Heston, desde México o Los Ángeles.

P. Usted era lo que en España se llamaba entonces un hombre tolerado.

R. Sí, sí. Nosotros no íbamos más allá de donde sabíamos que no se podía ir. Arriesgábamos lo justo. Sabíamos que la censura era absoluta en temas de tipo político o religioso. O sea, que nos metíamos con los alcaldes, con el tráfico. Eso era lo máximo. De vez en cuando hacíamos algún guiño, y unas veces se entendía el guiño y otras no. Podíamos invitar a Yves Montand, con la condición de hablar estrictamente de cine. Todo el mundo sabía que era un comunista francés. O a Paco Rabal, que nunca estuvo bien visto en televisión. Una de las claves del éxito es que yo trabajaba con gente muy buena y muy despierta. Manu Leguineche, Jesús Torbado, Jesús Picatoste. Siempre intentábamos traer a alguien mal visto. Yo no era nada ideológicamente hablando, pero sí sabía que había otros mundos y que era interesante y necesario mostrarlos.

P. Dice usted que la censura política era absoluta. ¿Cree que, modernamente, hay conciencia, en detalle, de cómo era la censura del franquismo?

R. No, qué va. Hay infinidad de detalles que no se conocen, o se han olvidado. Por ejemplo: que el nombre de Franco no podía pronunciarse; digo bien, pronunciarse, en otro lugar que no fuera los informativos. Nadie mencionaba a Franco fuera de los informativos. Y cuando alguna vez sonaba su nombre fuera de control se armaba la marimorena.

P. El hecho de nombrarlo.

R. Sí, sí, nombrarlo. Yo recuerdo que en una ocasión estaba entrevistando a un actor que se llamaba Kenneth Moore, que protagonizaba una serie de televisión famosa, El padre Brown, sobre la obra de Chesterton. Le pregunté una nimiedad: que cuántos años tenía en realidad, porque en la serie aparecía muy mayor. Y me respondió en inglés: "Soy más viejo que usted y más joven que el general Franco". Me quedé lívido, vacilé y al final traduje: "Dice que es más viejo que yo". ¡Es que no me atrevía a pronunciar el nombre! Pues bien, igualmente se armó la de Dios es Cristo. "¿Qué ha dicho ése del general Franco?". Yo me hacía el tonto: "No me he dado cuenta, yo eso no lo entendí, mi inglés no es tan bueno; no, no lo entendí". Es muy difícil hacerse cargo de lo que era la censura. ¿Cómo le vas a explicar a un chaval de hoy que las emisoras de radio no podían dar ninguna noticia?

P. Sí, realmente. Es muy difícil que puedan imaginar eso.

R. Es que no las daban... Pasara lo que pasara en el mundo, ninguna emisora podía dar noticias, salvo Radio Nacional de España, a las dos y a las diez de la noche. El famoso parte.

P. Y no sólo estamos hablando de los años cuarenta, ni de los cincuenta ni de los sesenta.

R. Claro, estamos hablando de los setenta. Bien entrados los setenta. ¡Todas las emisoras tenían que conectar a esas horas con el parte! El parte, y punto.

P. Otro mundo.

R. Por supuesto, nada que ver.

P. Usted es, quizá, el primer fenómeno de masas de la televisión en España.

R. Pues yo creo que sí. Aunque llegas a esa conclusión después. Entonces yo no me daba cuenta, la verdad. Teníamos audiencias multimillonarias. Un programa de ocho millones de espectadores es hoy una locura. Y nosotros teníamos entonces 15 o 20 millones. Y más que el número, lo que era decisivo es que teníamos toda la audiencia. Toda.

P. ¿Cómo lo llevó?

R. Creo que bien. Siempre he trabajado demasiado como para andar pensando en las consecuencias. Las consecuencias prácticas tampoco eran nada del otro mundo. Sí, te daban mesa en los resturantes y entradas en los cines. Pero es indudable que te conocían en el último rincón de España. En el último. Era fatigoso y agradable, y lo único que tenías que aprender era a tomártelo con normalidad.

P. Dada la audiencia, ¿no trataban de utilizar su programa?

R. Poco, la verdad. Quizá no se tenía una conciencia tan clara de esta posibilidad como se tiene ahora. Las únicas utilizaciones, por decirlo así, es que de vez en cuando te obligaban a hacer una entrevista a alguien determinado. Algún ministro. Ese tipo de cosas. Pero esto también me ha pasado después. Yo he trabajado en Euskal Telebista durante 10 años y, naturalmente, cada vez que un político quería salir, quería hacerlo en un programa de máxima audiencia, y si el programa era el mío, pues salía. La diferencia, la crucial diferencia entre una época y otra es la actitud del espectador.

P. ¿En qué sentido?

R. Cualquiera que apareciera por televisión hace 30 años era adorado como un tótem. Porque la adoración era hacia el invento en sí, digamos. La gente no entendía muy bien por qué de repente podía ver un partido de fútbol que se estaba jugando en Alemania. Lo veían, pero no lo entendían La televisión no era un electrodoméstico. Era el invento. Y el hecho de salir en el invento te convertía en algo sobrenatural. Era imposible ir por la calle.

P. ¿Es una frase?

R. No lo es. No es la frase que podría decirse ahora. Era imposible ir por la calle. Pero no yo, cualquiera. Lo importante era el invento

P. ¿Llegó a conocer a Franco?

R. No, no le conocí. Sí sé que veía el programa, porque en ocasiones había recibido alguna nota.

P. ¿De él?

R. Sobre todo, de su hermana, recuerdo. Y era para recomendarme cantantes. Un par o tres de veces vino un motorista uniformado, de aquellos tremendos de El Pardo, con una Harley poderosa, a entregar una carta.

R. No me extraña. Daban miedo. La primera vez yo me asusté mucho. Pero sólo traía una carta de Pilar Franco. Me recomendaba que llevara al programa a un cantante de tangos que se llamaba Carlos Acuña.

P. ¡Adiós, muchachos!

R. Eso es. Las cartas decían textualmente que a su hermano le gustaría mucho ver a Carlos Acuña en el programa. Que si podía hacer por traerle, me pedía. ¡Cómo no iba a traerle! Al día siguiente ya estaba Carlos Acuña en el programa. La señora Pilar era muy amable, porque inmediatamente después de que apareciera ya tenía yo mi corbata en el despacho. La verdad es que nunca supe si, a pesar de hablar en nombre del hermano, era el hermano o era ella a quien le gustaba Acuña. Pero tampoco pregunté.

P. ¿Conserva los programas de Estudio abierto?

R. ¡Qué va! Hay muy poca cosa. Es terrible. Por razones de economía, decían, se grababa encima de la cinta una vez y otra vez y otra. Y así se ha perdido casi todo. Una pena.

P. ¿Queda la famosa entrevista con Solzhenitsin?

R. Creo que esa sí queda en alguna parte.

P. ¡Qué entrevista!

R. Con ella conseguí recibir tortas de todas partes. De la derecha, de la izquierda y del centro. Como entrevista no fue nada del otro mundo. Le hice tres preguntas, si llegó, y el hombre se largó unos discursos imparables...

P. Es lo ideal.

R. Ja, ja.

P. Lo inolvidable fue cómo lo odiamos los progres.

R. Bueno, no me lo perdonaron jamás.

P. Y aquel artículo de Juan Benet, donde decía que Solzhenitsin justificaba por sí mismo los campos de concentración.

R. Lo guardo. Tengo una buena carpeta de recuerdos de esa entrevista. Ahora bien, no se fijaban en otras cosas.

P. ¿Cuáles?

R. Hombre, pues yo recuerdo haber salido en la portada del Times de Londres por haberle hecho una entrevista a la primera persona que en Televisión Española osó hablar no ya de partidos políticos, sino de asociaciones políticas, un tal Cantarero del Castillo.

P. No creo que a los progres, Cantarero...

R. No, perdóneme. No se trataba de Cantarero. La cuestión era hablar en mi programa de lo que no se hablaba en ninguna parte.

P. Usted tenía una ventaja insólita en la época. Hablaba inglés. Impresionaba verle.

R. Sí, eso ayudaba.

P. ¿Dónde lo aprendió?

R. De pequeño. Por mi cuenta. Me compré un libro y me lo aprendí de memoria. Y luego otro y otro. Al final fui a una academia y lo rematé.

P. Creo que ya puede usted decir el truco principal que Uri Geller manejaba en su programa

R. Yo creo que no hay truco...

P. ¿Cómo que no hay truco?

R. Geller lleva demasiado tiempo engañando a demasiada gente. No es fácil engañar a todas las televisiones del mundo.

P. Engañó hasta que dejó de engañar. Los libros de James Randi, tantos otros, lo demuestran.

R. En cualquier caso, lo que yo puedo decir es que nunca participé en sus trucos, si los tuviera. Nosotros hicimos muchas pruebas. Pero sí, a mí me podía haber engañado. A mí, y a los ingleses, y a los americanos. Demasiados engaños, repito.

P. ¿Por qué lo trajo?

R. Lo vi en la portada de Newsweek, me puse en contacto con la gente que lo llevaba, lo invité y vino. Así de sencillo.

P. En su época no había medidores de audiencia. La audiencia no era...

R. No, había lo que llamaban un índice de aceptación de la audiencia. Como sólo había una televisión, lo que se intentaba saber era más bien cualitativo. El programa solía estar el primero o el segundo en ese índice.

P. Siempre me sorprendió que la oposición al régimen no hubiese utilizado nunca la televisión para organizar algún acto de protesta.

R. ¿Algún sabotaje propagandístico o cosa así?

P. Sí, en efecto.

R. Era muy difícil. Primero, que casi siempre se transmitía con un bucle de unos veinte segundos, lo que hacía muy fácil que se cortara la emisión en un caso de emergencia, y que, en consecuencia, la hazaña no durara más de un segundo. Aunque debo confesarle que nunca conocí al encargado de llevar a cabo esa orden. Pero, en fin, supongo que existiría. Luego estaba la vigilancia de la Guardia Civil. No era fácil entrar en televisión. Toda la posibilidad quedaba entonces en manos de un espontáneo de la propia casa. Era muy difícil. Ese espontáneo, no era como el de una plaza de toros que, al fin y al cabo, sólo se juega la vida. El puesto de trabajo es otra cosa. No sé si me entiende.

P. A la perfección.

R. Pues eso.

P. La televisión ha evolucionado.

R. Aún tiene que ir a peor.

P. Es una broma.

R. En absoluto. Aún tenemos una buena televisión en España. Muy entretenida, muy vistosa. Muy cara. Divertida. España e Italia son las mejores televisiones que hay en Europa. Los que no saben de esto hablan con mucha ligereza del modelo de la BBC. El modelo de la BBC duraría en España tres meses. Me estoy refiriendo a los programas, no a los informativos. En cuanto a los programas, la televisión inglesa o francesa son tremendamente aburridas.

P. ¿En qué sentido irá a peor?

R. Pues en cuanto a eso que llaman calidad. Todo va a hacerse aún más barato y más cutre.

P. ¿No era cutre en su tiempo?

R. Mucho menos que hoy. También había telenovelas y seriales, pero estaban escritos por grandes literatos y filmados por gente competente. Hoy eso no vendería. Recuerde por ejemplo la serie de Antonio Gala, Si las piedras hablaran. O la Santa Teresa con Concha Velasco. O Historia de una escalera. ¿Quién iba a ver hoy eso? La calidad es textos buenos e imágenes buenas. Sencillo. Eso hoy no tiene ningún interés. La televisión hoy cumple otra función social, muy distinta a la que cumplía.

P. ¿Envilecedora?

R. Eso suena demasiado duro. Cumple una función que antes cumplían otros espectáculos. El problema es que esos espectáculos eran quizá más minoritarios. Otro problema es que no hay una televisión pública netamente diferenciada de esa función. Me apena que haya tanto tiempo dedicado a naderías. Lo que yo tampoco veo en la televisión es un vehículo educativo, todas esas cosas en fin, que se decían y aún se dicen. La educación está en casa, luego en la escuela, luego en la Universidad y nunca en la televisión. Que producto de lo que tú haces transmitas buenas maneras, cultura, conocimiento, esto es otra cosa. Pero una televisión propiamente educacional, no la veo. La televisión es, básicamente, información y entretenimiento; así la veo yo, por lo menos.

P. Hay quien dice -Jerry Mander, por ejemplo- que en la televisión, en su naturaleza, ya estaba inscrita la brutalidad y el envilecimiento; que la evolución del medio hacia la telebasura era la única posible.

R. No lo creo. La televisión es el gran invento del siglo XX. Podría haber ido en otra dirección. ¿Por qué no ha ido? No lo sé. ¿Por qué esos magníficos canales temáticos, Discovery, National Geographic, etcétera, no son la televisión masiva? No lo sé. Pero que son también televisión no tengo ninguna duda. La televisión es un medio igualmente magnífico para envilecer o para entretener. Depende de quien la haga y lo que pretenda.

P. Es raro, sin embargo, que nadie se haya lamentado nunca del destino de la radio. Nunca se dice que la radio es un medio magnífico... lástima que haya ido en esta dirección sarnosa... El teléfono, tampoco. Los periódicos, tampoco. Ni siquiera Internet. El único medio del cual se lamenta el curso que ha tomado es la tele. Quizá eso justifique a los que advierten que el mal está en su naturaleza.

R. Insisto: la televisión te da lo que quieres si tú quieres. Los lamentos sobre el camino que ha tomado quizá se deban también a su propia fuerza, que es realmente muy poderosa, y que hace soñar con unas posibilidades benéficas que son inalcanzables para los otros.

José María Íñigo, presentador de televisión.
José María Íñigo, presentador de televisión.MIGUEL GENER

Líder mediático

JOSÉ MARÍA ÍÑIGO fue el primer lider mediático en un país donde la dictadura era el medio. Su programa, Estudio abierto, estuvo en antena más de 10 años, y tal vez haya sido el más influyente en la historia de la televisión en España. A través de ese programa, Íñigo consiguió aflojar durante unas horas el nudo de la dictadura y procuró a los españoles un cierto desahogo estético. No en vano las mujeres patrias pudieron empezar su lento e inconcluso camino de perfección, tomando nota de las apariciones de Jacqueline Bisset. Más incierto fue el de los hombres, dado que en Estudio abierto también nació El Fary. En cualquier caso, aquél fue un programa de regeneración y cambio. Por encima de cualquier otra imagen inolvidable lo prueba la del propio Íñigo dirigiéndose en inglés a sus invitados y traduciendo -casi siempre- con aplomo. Íñigo, hijo de un obrero metalúrgico, había aprendido el inglés -y todo- con su manual de baratillo. Y con su legendaria capacidad de esfuerzo. Se trata de un hombre que en el cénit de su fama viajaba cada semana a Puerto Rico, donde presentaba la versión local de su programa. Aprovecha las seis horas de décalage, le decía con indiferencia a su tiempo. Su tiempo asentía resignado, sabedor que uno de Bilbao le hablaba.

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