Don Quejote de la playa
El domingo fuimos a la playa. Hacía un calor terrible y no cabía un alma. Llegamos bien entrada la mañana y tras desembarcar todo el equipo encontramos un rinconcito para pasar el día. Nos bañamos y a la vuelta ya estaba pegado a nosotros. Era un hombre alto, madurito y de pinta desaliñada. Estaba solo y con cara de pocos amigos.
Mi mujer ya me lo dijo "Fíjate, éramos pocos y..." No le hice mucho caso y seguí leyendo el periódico. Al rato empezó a quejarse en voz alta: que si con tanta gente, que si los críos, que si hacía mucho viento, que si así no había manera,... A media tarde, el calor y sus gruñidos habían subido de temperatura.
Le molestaba el sol, la arena y en general todo lo que le rodeaba. Aunque se le veía bastante agobiado, en ningún momento hizo amago de largarse. Estuvo toda la tarde sin meterse en el agua (seguramente por miedo a que le robaran) y ni siquiera fue a ducharse. Aguantamos lo que pudimos, por los niños, y en eso llegaron unos chavales metiendo ruido... Se levantó de un bufido y rojo de la ira (o de los efectos solares) les cantó las cuarenta. Todos le miramos con desprecio, pero él seguía como si nada. Fue la gota que colmó el vaso. Recogimos y nos volvimos a casa. Todavía me lo imagino allí tumbado, al borde de la insolación y luchando contra sus peores "molinos". Si van a la playa tengan cuidado, Don Quejotes hay a patadas.
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