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Columna
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El camino rebelde que enseñaba Diógenes

Marta se resistía a conformarse con la expectativa mágica de que el milagro se produjera un día y la crema se transformara en manteca como en el cuento; o las armas se volvieran arados como en la profecía bíblica. Siempre le había dolido la injusticia y sublevado la prepotencia. Por eso cuando su jefe en la oficina empezó a maltratar al cadete, ella dejó su escritorio y salió en su defensa. Una situación trajo la otra y cuando su superior le alzó la voz también a ella, se levantó, dio un portazo y se fue.

Llegó a su casa un poco agitada y sin saber si al día siguiente tendría que tramitar sus papeles para solicitar la subvención de paro.

Tenía emociones ambivalentes: por un lado, se reprochaba haberse metido donde nadie la había llamado; por otro, se sentía orgullosa de haberse involucrado y de salir al corte de un abuso de poder.

Sólo consagrando la sumisión como algo bueno los obedientes pueden evitar detestarse a sí mismos por ser cobardes

Por un lado, inquieta por la posibilidad de quedarse sin trabajo y por el otro, satisfecha de que, por una vez, su miedo no había podido acallar a sus principios.

Cuando pensó en la palabra que elegiría ese día, no dudó:

REBELDÍA

...Dice Erich Fromm que a lo largo de la historia de la humanidad cada vez que algún grupo minoritario tomaba el poder se ocupaba prolijamente de enseñar a la mayoría que la obediencia era una virtud, tratando de identificar la desobediencia con el pecado.

Esta distorsión premeditada y ulterior era imprescindible si esos pocos querían conservar sus privilegios y deseaban que los otros les sirvieran, trabajando para ellos.

Como bien lo señala el mismo Fromm, la obediencia puede establecerse por la fuerza; pero este método tiene muchas desventajas, y la más importante es que hay muchos trabajos que no pueden realizarse apropiadamente si la obediencia sólo se respalda en el miedo.

Para lograr que el hombre desee e incluso necesite acatar las normas impuestas por la minoría, las oligarquías debieron asumir las cualidades del Sumo Bien y conseguido esto proclamar que la rebeldía es un pecado.

Uno no puede evitar preguntarse por qué alguien aceptaría la obediencia ciega y la sumisión al poder como algo bueno. La mejor respuesta es la respuesta de la psicología del subconsciente. Sólo consagrando la sumisión como algo bueno, los obedientes pueden evitar detestarse a sí mismos por ser cobardes.

Cuentan que un día estaba Diógenes comiendo un plato de lentejas sentado en el umbral de una casa cualquiera, cerca del mercado.

No había ninguna comida en toda Atenas que fuera más barata que el guiso de lentejas.

Dicho de otra manera, comer lentejas era definirse en estado de la mayor precariedad.

Junto al mendigo pasó Enaendas, ministro del emperador y amigo de Diógenes desde la infancia. Casi sin querer miró lo que comía el filósofo y le dijo:

-¡Ay! Diógenes, si aprendieras a ser un poco más sumiso y adularas un poco al emperador, no tendrías que comer tantas lentejas.

Diógenes dejó de comer, levantó la vista y mirando al acaudalado interlocutor profundamente, le dijo:

-Ay de ti, hermano. Si aceptaras comer un poco más de lentejas, no estarías obligado a ser sumiso ni tendrías que adular tanto al emperador.

Éste es el camino rebelde que enseñaba Diógenes, el del autorrespeto, el de defender nuestra dignidad por encima de nuestra enfermiza necesidad de aprobación, el de poder elegir entre un sí y un no, por encima del miedo a las represalias.

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