Sin tregua olímpica
El yudoca iraní Miresmaeili, aclamado como un héroe en Teherán por haberse negado a luchar contra un israelí
La tregua olímpica es un asunto tan sutil como la metafísica. Tan interpretable. Es y no es (depende de para quien). Se la aclama y se la repudia (simultáneamente). No se rompe si Estados Unidos bombardea a la población civil de Irak. Se rompe si un yudoca iraní se pasa dos kilos y queda eliminado antes de pelear con su rival israelí. O así lo interpreta la Federación Internacional de Judo (FIJ), que ha movilizado sus comités para castigar a Irán porque Arash Miresmaeili -doble campeón del mundo, abanderado de la delegación y máximo favorito en menos de 66 kilos- se presentó ayer en el pabellón Ano Liossia pesando, según algunas fuentes, 68 kilos. "Esto va contra el espíritu olímpico", clamó el francés Michel Brousse, portavoz de la FIJ; "si esto es una decisión política, castigaremos a Irán".
La FIJ estaba furiosa no por los kilos de más, sino por lo que entendía que estaba detrás del sobrepeso, es decir, la declaración de principios emitida el viernes por el yudoca de que antes morir que luchar contra un israelí. "Me he entrenado como un poseso estos últimos meses. Estoy en forma, sueño con una medalla olímpica. Pero me niego a combatir contra un israelí por solidaridad con el sufrimiento del pueblo palestino", declaró Miresmaeili a la agencia oficial IRNA; "y esta eliminación no me molesta". Y, aunque el sábado la federación iraní de yudo desmintió la posibilidad de un boicoteo político, llegó el domingo y Miresmaeili pesaba 68 kilos.
La FIJ analizó el problema durante más de una hora y aplazó a hoy la toma de decisiones. El COI no se dio por enterado y no dijo esta boca es mía. El deportista desapareció de la faz de la tierra, mudo, rodeado por su delegación. Y en Irán, un país que no reconoce al Estado israelí desde la revolución shií de 1979, hicieron dos cosas. Por un lado, las autoridades reconocieron que la decisión de boicotear al israelí no había partido del deportista, sino del Gobierno, e inmediatamente convirtieron a Miresmaeili en un nuevo héroe, otro mártir de la revolución.
Aunque las corrientes reformistas, menos radicales, han ido ganando posiciones en Irán y los aires aperturistas han llegado incluso a permitir y alentar enfrentamientos deportivos con Estados Unidos -el Gran Satán de Jomeini-, sobre todo en competiciones de lucha libre, la relación con Israel es otra cosa. No es la primera vez que un deportista iraní es obligado por su Gobierno a boicotear a un rival israelí. La FIJ recordaba el antecedente de los Mundiales de 2001, en el que el iraní Hamed Malejohammadi renunció a luchar contra el israelí Yoel Razvozov. Y no sólo Irán mantiene una actitud inflexible. El conflicto israelí-palestino también se dejó notar en los Mundiales de tenis de mesa de 2003, en el que dos árabes, un yemení y un saudí, no se presentaron a sus partidos contra un israelí. Y en enero pasado la delegación palestina se retiró sin desenfundar sus armas en un torneo de esgrima en Jordania al saber que se había admitido a un equipo israelí.
Por Teherán había corrido la información de que al yudoca le recompensarían con los 94.000 euros que el Gobierno se había comprometido a pagar a todos los deportistas que regresen de Atenas con una medalla de oro al cuello, pero, por el momento, deberá conformarse con los discursos. "La grandeza del sacrificio de nuestro campeón, Arash Miresmaeili, que ha renunciado a la medalla olímpica para denunciar las masacres, el terrorismo y la usurpación, permanecerá entre nuestros orgullos nacionales", leyó, emocionado, en televisión el presidente iraní, Mohamed Jatamí; "será amado por toda nuestra nación y por todos aquéllos que en el mundo aman la libertad".
Poco antes de partir hacia Atenas, Miresmaili, de 24 años, nacido el año siguiente del derrocamiento del Sha, había proclamado su fe shií en una entrevista en Le Monde. "En nuestro país", dijo, "no tenemos las mismas posibilidades que en Estados Unidos o Francia. La fe nos hace campeones. Por eso, la mayoría nos ponemos en manos del Profeta, por eso entendemos las manos hacia el cielo cuando ganamos. He peregrinado a La Meca. Un musulmán, un shií más que nadie, sólo debe temer a Dios. Sé que mi fe es superior a todo el mundo".
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