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Crónica:Atenas 2004 | Monólogo victorioso del as de la natación
Crónica
Texto informativo con interpretación

Phelps arranca a toda máquina

El estadounidense se cuelga en los 400 metros estilos su primer oro con récord mundial (4m 8,26s) incluido, 'a lo Spitz'

Santiago Segurola

Victoria, récord, oro, dominio apabullante: Michael Phelps comenzó como un tiro en Atenas. Venció sin despeinarse en la final de los 400 metros estilos, donde nadie le molesta. Se esperaba alguna resistencia de Laszlo Cseh, el último fenómeno de la escuela húngara, pero no hubo batalla. Cseh se rompió un pie hace un mes y no ha tenido tiempo para recuperarse. Dejó el camino despejado para Phelps, que tampoco necesita mucho para ganar una prueba que maneja de tacón. Su victoria es el primer peldaño en el duro trayecto que le espera en Atenas. Batió el récord del mundo (4m 8,26s), dato que no conviene olvidar cuando se trata del hombre que pretende igualar o superar al inolvidable Mark Spitz. En Múnich 72, Spitz no sólo ganó siete medallas de oro, sino que batió el récord del mundo en cada final. Así ha arrancado su sucesor.

Se le ve sufriente en la braza, el único estilo mundano de un nadador impecable en los demás

La temperatura había descendido después de una jornada de calor contundente. Pero el recinto era una sopera de humedad. Una atmósfera pesada y unas gradas con algunos claros recibieron a los nadadores. No había el clima exacerbado que caracterizó las pruebas de natación en Sidney, donde se rozó el fanatismo. Pero en Australia la natación es el deporte del pueblo. Sus nadadores son dioses. En Grecia, no. En cualquier caso, abundaron los gritos y la jarana en las tribunas de los nadadores.

Salió Phelps y repitió el minucioso ritual que le caracteriza. Unos aparatosos cascos le daban un aspecto de alienado entre los finalistas. Escuchaba el sonido sincopado de Eminem y su canción tótem: Til' I Colapse: "Me funcionó bien el año pasado, así que he decidido repetir". En la mano, una toalla. Se acercó al poyete de salida y lo secó con calma, ajeno a la voz del speaker, que presentaba uno a uno a los nadadores. Estaban los de siempre. En la primera calle, Eric Vendt, el Poulidor norteamericano. Su destino es sufrir la hegemonía de un gigante. Primero fue Tom Dolan. Ahora, Phelps. Condenado al segundo puesto, no desfallece. No dejó que Cseh o el italiano Boggiatto se lo arrebataran. Esa determinación de Vendt es admirable. Sin grandes victorias en las citas principales, nadie se acordará en el futuro de que fue un fantástico nadador.

La carrera fue un monólogo de Phelps, que siempre estuvo por debajo del récord del mundo. Cobró un segundo y medio de ventaja en la mariposa (55,57s frente a 57,08 de Cseh) y ya no volvió a mirar atrás. No es la prueba perfecta para él porque se le ve sufriente en la braza, el único estilo mundano de un nadador impecable en el resto de las disciplinas. Phelps se siente más cómodo en los 200 estilos, donde sus imponentes giros le ayudan a digerir los 50 de braza. Aquí son 100 y parece que le aburren. Es un estilo que prepara poco. Simplemente, es el trámite que debe cumplir para ganar la carrera. Hace tres años, cuando apenas había cumplido 16, perdió con Vendt, subcampeón en Sidney. Desde entonces no hay noticias de ninguna derrota en los 400 estilos, prueba en la que nadie más ha bajado de 4m 10s. Phelps está a punto de romper la frontera de 4m 8s. Quizá lo habría logrado ayer, pero no era cuestión de malgastar energía donde no es necesario.

Salió de la piscina radiante, sin demasiados signos de agotamiento, y atendió brevemente al avispero de periodistas. Se remitió a los tópicos porque tenía prisa. En una esquina le esperaba uno de los médicos del equipo estadounidense. Phelps se dirigió al doctor, que le tomó una muestra de sangre del lóbulo de la oreja. Esa gota de sangre contiene gran parte del secreto de Phelps en Atenas. Determinará la cantidad de ácido láctico que produjo su organismo en la final y explicará el tiempo de recuperación de un nadador famoso por su capacidad de regresar rápidamente a sus parámetros normales.

Veinte metros más adelante le esperaba un hombre pelirrojo, compacto, congestionado un poco por el calor y otro tanto por la emoción. Era Bob Bowman, que ha dirigido su carrera desde niño. Bowman ha sido el Pigmalion de Phelps en las piscinas. Vio en Phelps a un nadador prodigioso antes de que nadie pudiera adivinarlo. Sólo era un niño de 10 años. Le pronóstico récords, fama, dinero y títulos olímpicos. El primero lo consiguió ayer. Con casi total seguridad no será el último. Siempre ha dicho que se sentiría satisfecho con una sola medalla de oro. "¿Cuántos nadadores no han conseguido ninguna?", suele decir. Parecía feliz como un chiquillo, pero esa medalla se le queda corta para las expectativas. Lo suyo no es la gloria pasajera de una medalla de oro. Su objetivo es la gloria total.

Michael Phelps, todo potencia y decisión, vuela sobre el agua con destino a su primer oro.
Michael Phelps, todo potencia y decisión, vuela sobre el agua con destino a su primer oro.ASSOCIATED PRESS
El norteamericano toma aire antes de sumergirse.
El norteamericano toma aire antes de sumergirse.ASSOCIATED PRESS

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