Cartier-Bresson, un ladrón de imágenes
Aunaba la paciencia del pescador y el rigor del científico. Cuando se producía el milagro, ahí estaba él. "Soy un surrealista de la realidad", afirma el genial fotógrafo francés, fallecido el lunes a los 95 años, en testimonios inéditos publicados por 'Le Monde'.
La fotografía es una sucesión de maravillosas coincidencias que hay que saber atrapar", dice Henri Cartier-Bresson a Michel Guerrin en el transcurso de una serie de entrevistas inéditas que Le Monde publica en su edición del 6 de agosto. Todo el secreto está en ese "saber atrapar" que contradice o completa la idea de azar ligada a la "sucesión de coincidencias". En realidad Cartier-Bresson sólo creía en la geometría, en el cálculo. Hace apenas un año decía a la periodista Annick Benoist que "para mí Dios no existe, sólo existe el número pi". Ese número representaba para él "la armonía, el equilibrio, el yin y el yang del budismo, si usted prefiere".
En Cartier-Bresson se hermanaban la paciencia del pescador y el rigor del científico. Sabía dónde había que esperar, lo cual no es frecuente, pero además tenía el valor de hacerlo. Cuando el milagro se producía, él estaba ahí. "Hay pocos que comprendan que soy un surrealista de la realidad", explicaba a Guerrin. La frase tiene mucho de provocación, pero aún más de verdad. "Nunca he puesto mi trabajo al servicio de una idea. Me horrorizan las imágenes de tesis. Es el subconsciente el que determina y hay que saber respetarlo". Dentro de ese rechazo de los prejuicios es lógico que "yo vea lo que otros no ven. Miro y miro... escuchar me es difícil, pero nunca dejo de mirar".
El México revolucionario en búsqueda de una identidad, la España republicana que procura salvar vidas en medio de una guerra, París que recupera la libertad tras cuatro años de ocupación, la Unión Soviética que tímidamente se va liberando del estalinismo, la India que pierde a Gandhi, la China de la que se apodera el comunismo de Mao Tse Tung, la Cuba de Castro antes de sumergirse en el delirio.... todos esos países y momentos, así como una Italia cuya arquitectura le fascinaba o un EE UU distinto del de las postales, fueron inmortalizados por su objetivo. "Tomarme tiempo ha sido el único lujo que me he permitido en la vida. La gente apresurada es miserable. Cioran dijo que la muerte jamás ha pedido una cita previa". Para HCB nada peor que aquello de "si hoy es martes, esto es Bélgica". Nunca se encontró en un sitio por casualidad aunque luego las casualidades le atraparan. "Cuando llegué a la India llevaba conmigo mi primer libro, el de la exposición póstuma" -el MOMA le enterró en vida- "y se lo enseñé a Gandhi. Lo ojeó lentamente, mejor dicho, miró cada página, y se detuvo ante la foto de Claudel que se cruza con un coche fúnebre. Gandhi me preguntó por el sentido de la imagen. Y enseguida dijo: Death, death, death. Eso es todo. Cuarenta y cinco minutos más tarde le asesinaban".
Oficialmente había dejado de fotografiar en 1973, aunque no era exactamente cierto. En todo caso, ése era el año en que había vuelto a la pintura y al dibujo, sus amores de juventud. Seguía atento al mundo. "Leo los diarios para seguir en contacto con la vida cotidiana" y recordaba con admiración a algunos periodistas: "Robert Guillain, el especialista en Asia de Le Monde, Ed Snow, que trabajaba para el Red Star of China, Truman Capote..." aunque siempre procuró mantener sus distancias al respecto. "Es muy peligroso trabajar con escritores: necesitan tres horas cuando los fotógrafos necesitamos treinta segundos. Nos molestamos mutuamente". No le gustaba el mundo de hoy. "Dicen que los periódicos de los años cincuenta gozaban de mejor salud que los de hoy, pero era el mundo el que estaba más sano. Hoy nos piden que vivamos cada segundo. Hace pocos días iba en un tren de alta velocidad, sentada frente a mí una mujer leía una revista de psicología. Le dije que, en mi tiempo, las personas se hablaban en los trenes y que así era como aprendíamos psicología. Me dio la razón y se puso a reír".
Educado y cortés, Cartier-Bresson sabía ser muy cortante. Si alguien le disgustaba no discutía con él, se limitaba a abandonarle. Cuando Coco Chanel habló mal de una de sus amigas él abandonó la casa de inmediato. "Por suerte ya había hecho las fotos, aunque resultaron un poco borrosas". André Breton conoció la misma suerte cuando criticó a Alberto Giacometti. "Ahí se acabó todo. Alberto era mi referencia intelectual". Tenía países preferidos y otros con los que se llevaba menos bien: "En Estados Unidos me siento a disgusto porque nadie habla de la muerte. Prefiero México y España, que son países en lo que hay una continuidad natural entre la vida y la muerte". Y se identificaba con Arsenio Lupin, "el ladrón de guante blanco pero yo soy un ladrón que en vez de quitar, da".
El dolor de los colegas
Richard Avedon: "Era el Tolstói de la fotografía. Con una humanidad profunda ha sido el testigo del siglo XX".
Marc Riboud: "Un hombre libre. Una obra inmensa. Una sensibilidad a flor de piel. Una pasión por la pintura. ¿Su gesto fotográfico?: el instinto del instante, el fulgor de la mirada. Me imagino que ha muerto mirando a Oriente, en medio de la sabiduría y la serenidad".
Willy Ronis: "Hoy todos nos sentimos huérfanos, incluidos los que casi tenemos su edad. Para los fotógrafos de la realidad, entre los que me incluyo, para los fotógrafos del instante, él ha dominado el siglo".
Arthus-Bertrand: "Me impresionaba por su inteligencia. Hacía más de 30 años que había puesto punto y final a su vida como fotógrafo pero, como un James Dean, seguía siendo el fotógrafo más conocido. Era una especie de ídolo".
Gilles Peress: "Era tan importante como hombre libre como por sus fotos. Era uno de los primeros artistas de la época moderna porque discutía con la tecnología, creaba su lenguaje a partir de un aparato fotográfico. Ha ahogado la creación fotográfica en Francia, pero no es culpa suya sino del espacio cultural francés, que no ha sabido dar la palabra a otras miradas".
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