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Columna
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Post, post, post

La doctora Carol Black, presidenta del Royal College of Physicians británico, ha realizado recientemente unas declaraciones que pueden dar que pensar y que no son para tirarlas en saco roto. Carol Black es una prestigiosa reumatóloga de 64 años, que se halla en la cumbre de su profesión. Lo que viene a decir es que la medicina inglesa se está feminizando y que a resultas de ello es una profesión que está perdiendo influencia y prestigio. El número de mujeres que estudia Medicina en el Reino Unido constituye ya el 61% del total, y dentro de pocos años serán más las mujeres que los hombres en la profesión. Como ejemplo de lo que le puede ocurrir a ésta, Carol Black cita a la enseñanza, una profesión antes de hombres y cuya feminización le ha acarreado una pérdida de prestigio. Para más ejemplos, menciona el caso de Rusia, donde la Medicina y la enseñanza son dos profesiones prácticamente desempeñadas por mujeres y a las que nadie, incluido el Gobierno, presta la menor atención.

Pudiera parecer que a la doctora Carol Black le interesa sobremanera su profesión y que ve en las mujeres, es decir, en su propio género, una especie de peste que puede arruinarla. Pero no es ese el caso. Lo que aquí se cuestiona no es la capacidad, sino la dedicación. Y esta última viene determinada por el hándicap de la vida doméstica. Las profesiones no son un territorio uniforme de actividades tasadas y que valgan todas lo mismo. En ellas se dan jerarquías de valor y esferas de riesgo, y es en éstas, en última instancia, en las que se fundamenta su prestigio y su capacidad de influencia. El número de mujeres médicos se incrementa, pero lo que constata la doctora Black es que la mayoría de ellas opta por especialidades que les hayan de ocupar menos tiempo que otras: en cardiología sólo el 7% son mujeres, mientras que en cuidados paliativos constituyen el 59%. Las mujeres parecen inclinarse por especialidades de bajo estatus y además rara vez acceden a puestos de responsabilidad. Todo ello la lleva a inclinarse por una especie de cuota de género para la profesión, de modo que hombres y mujeres se equilibren al 50%

El problema que plantea Carol Black está a la orden del día y afecta a asuntos centrales de nuestra organización social y de nuestros valores. La excelencia profesional puede exigir una dedicación exclusiva al trabajo y que éste sea el centro de nuestros intereses y nuestros desvelos, algo que al hombre se lo permitía, y se lo permite, su rol social y, sobre todo, su papel familiar. Por supuesto, esto no quiere decir que todos los hombres estén capacitados para la excelencia profesional, sino que tienen más facilidades para acceder a ella. También quiere decir que es su rol familiar el mayor obstáculo para que las mujeres puedan desempeñar una excelencia para la que sus capacidades son similares a las de los hombres. La propia trayectoria de la doctora Carol Black es una prueba de ello. Su dedicación profesional le costó su primer matrimonio, al que siguieron diecinueve años de soltería y trabajo extremo, hasta un reciente y tardío segundo matrimonio. A ningún hombre la dedicación intensa a su profesión le costaba el sacrificio de su vida afectiva, y seguramente tampoco ahora le cuesta.

Se han arbitrado, y se arbitran, fórmulas para facilitar el acceso de la mujer al trabajo: permisos de maternidad, jornadas partidas, etc. Se trata de inculcar también en los hombres valores tendentes a que asuman una mayor responsabilidad en su paternidad y en la vida doméstica. Sin embargo, este tipo de medidas no resuelven el problema que nos plantea la doctora Black, para la que la excelencia profesional se atiene a patrones menos blandos. ¿Tanto hombres como mujeres tendremos que optar en el futuro entre la vida profesional y la vida afectiva? ¿O bien tendremos que fundar nuestra vida social, si no queremos que colapse, en valores que tengan más que ver con la segunda y releguen a un segundo término la primera? Veamos, un matrimonio de médicos con hijos: ¿es la biología la que impondrá que sea ella la que sacrifique sus ambiciones profesionales; será él quien haya de hacerlo asumiendo una paternidad responsable; habrán de hacerlo los dos, supeditando la dedicación profesional a la vida doméstica; qué niveles de negociación y acuerdo, no compulsivos, habrán de alcanzarse para que ninguno de los dos renuncie a la profesión ni tampoco a la vida? ¿Habrán de renunciar a la familia? Son preguntas que el futuro tendrá que ir respondiendo. Mientras tanto, al parecer, también las profesiones empiezan a reclamar sus derechos.

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