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Reportaje:

El chico de los 13 capuchinos

Landis, uno de los mejores gregarios de Armstrong, huyó de una comunidad puritana

Xosé Hermida

Entre los turistas, los cazadores de autógrafos y los lugareños que hace una semana buscaban una sombra para protegerse del ardiente mediodía en Saint Paul Trois Chateaux, un delicioso pueblecito provenzal, había un grupo que caminaba distanciado, tres personas transportadas desde otra época. Un hombre con sombrero de ala ancha y dos mujeres de cofia, los tres cubiertos de arriba abajo con ropas de algodón artesanal. Eran los padres y la hermana de Floyd Landis, uno de los más distinguidos entre la corte de gregarios de Armstrong. Habían cogido un avión por primera vez en su vida para visitar en Francia al hijo descarriado. Hace dos años, ya se saltaron las estrictas normas de la comunidad por culpa de Floyd. Nunca habían visto la televisión y se compraron una para ver el Tour.

Landis nació el 14 de octubre de 1975 en Lancaster, Pensilvania, en una zona donde se asientan varias comunidades ultrarreligiosas apegadas al puritanismo más severo. Fue allí, entre los amish, donde Harrison Ford rodó Único testigo. La familia de Landis pertenece a los menonitas, que comparten con los amish un estilo de vida que no ha variado desde el siglo XVIII, cuando emigraron a América. Viven ajenos a cualquier influencia exterior, sin electricidad, sin coches, fabricando sus utensilios y su ropa, comiendo lo que crían y siembran. Sólo les está permitido usar medios mecánicos de transporte. Como la bicicleta que Landis empezó a montar de adolescente y en la que encontró un escape a la claustrofobia del puritanismo y la endogamia.

A los 17 años, rompió con la familia y huyó de casa persiguiendo el sueño californiano. Allí se aficionó al rock and roll, a Led Zeppelín, a ZZ Top, a todo el guitarreo atronador con el que aún se machaca los tímpanos mientras se entrena. Y se hizo una carrera como corredor de bici de montaña. Acabó en la carretera en un equipo profesional, el Mercury, que quebró y le dejó cargado de deudas y de resentimiento contra los dirigentes federativos. Apurado para mantener a su esposa y a su hija, encontró trabajo en el US Postal y se fue a Girona, el centro de operaciones de Armstrong.

Ningún otro ciclista recibe la atención que el boss le presta a Landis en su reciente libro Vivir cada segundo. Con esa autocomplacencia que destilan sus confesiones a la periodista Sally Jenkins, Armstrong describe una relación casi paternal con Landis, "un holgazán irrespetuoso" hasta que se cruzó en su vida. Una mañana lluviosa en Girona, aburrido y sin ganas de entrenar, Floyd se sentó en la terraza de un café con un compañero y en tres horas se bebió 13 capuchinos. Cuando se enteró, Armstrong lo llamó a capítulo: "Tío, no puedes actuar así, no puedes tratar así a tu cuerpo". A Lance le recordaba a él mismo antes del cáncer, "un juerguista con talento que no sabía lo bueno que podía llegar a ser". "Lance cambió mi carrera", admite Landis, un rubio casi pelirrojo, que, vestido de negro y con perilla, podría pasar por el guitarrista de alguno de sus grupos favoritos. "No me esperaba que contara todo eso en el libro, pero para mí es muy bueno aparecer ahí".

Reconciliado con el jefe y con su familia, la carrera de Landis se disparó desde 2002. Tras ganar este año la Vuelta al Algarbe, el jefe le reservó para estar a su lado en la última semana del Tour. Se destapó: además de contribuir a la victoria de Armstrong en la última etapa alpina, acabó cuarto en la contrarreloj final. "Cuando no está Lance, Floyd es nuestro líder", dice su director, Johan Bruyneel. "Y aún le queda mucho margen de progresión".

La estampa anacrónica de la familia de Landis no se asomó a la fiesta multitudinaria que Armstrong ofreció el domingo por la noche en el elegantísimo hotel Crillon de París. Allí, en la plaza de la Concordia, seguía ondeando ayer al mediodía la bandera tejana, y decenas de curiosos aguardaban en la puerta la salida del campeón. La mayoría eran estadounidenses, recién conversos a un deporte que, con gente como Landis, ha penetrado hasta las más exóticas comunidades de Norteamérica.

Landis, con Armstrong, subiendo La Croix Fry, en la 17ª etapa.
Landis, con Armstrong, subiendo La Croix Fry, en la 17ª etapa.AP

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Sobre la firma

Xosé Hermida
Es corresponsal parlamentario de EL PAÍS. Anteriormente ejerció como redactor jefe de España y delegado en Brasil y Galicia. Ha pasado también por las secciones de Deportes, Reportajes y El País Semanal. Sus primeros trabajos fueron en el diario El Correo Gallego y en la emisora Radio Galega.

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