Historia de un trabajador
Quiero contarles una historia: el pasado mes de mayo, mi padre, operario de una empresa del sector metalúrgico situada en Badalona, sufrió un accidente laboral cuyas consecuencias pudieron ser gravísimas.
Al día siguiente, desoyendo el consejo de todos, acudió a su lugar de trabajo como lo ha hecho todos los días durante 44 años; aquel día, con quemaduras, magullado y dolorido; otros, de madrugada o enfermo...; pero siempre puntual, responsable y trabajador.
Unas semanas más tarde, la empresa para la que ha trabajado estos últimos 22 años le comunica su despido y el de 22 compañeros más. Aduce pérdidas y una reducción de plantilla, por causas cuando menos discutibles, tras años de mala gestión e inmadurez consentida de la dirección (rechazo de pedidos, venta previa de la maquinaria, compra posterior de una nueva nave); además de una situación largamente elaborada que perseguía prescindir de empleados que casualmente tienen en común una antigüedad media de 25 años.
Imaginen el cuadro: 23 trabajadores de entre 30 y 60 años sin trabajo, con familias a su cargo, a la espera de que concluyan las negociaciones por unas condiciones que no contemplan la prejubilación y que se acogen a unos mínimos que ignoran realidades familiares, justicia o dedicación. En un país con un creciente control de la fiscalidad individual, ¿dónde están esos mismos mecanismos que regulan las obligaciones legales de las empresas?
Mi padre acaba de ser abuelo. Su historia es la de tantos trabajadores que como él debieran empezar a recoger el fruto de años de esfuerzo, pero que en su lugar se enfrentan a la inestabilidad y la decepción de criterios empresariales que debieran interrumpir el sueño de quienes los abanderan. Él puede dormir tranquilo; a diferencia de otros, su nieta le mirará con orgullo.
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