La solidaridad no tiene bases genéticas, es un producto de la cultura
Daniel Dennett (Boston, Estados Unidos, 1942) es catedrático de filosofía y director del Centro de Estudios Cognitivos de la Universidad de Tufts (Massachussets, Estados Unidos). Educado en Harvard y Oxford, es un gran seguidor de todo tipo de avances científicos en los campos de la inteligencia artificial, la cognición y la genética evolutiva, entre otros. Dennett tiene varios libros publicados en España, como La conciencia explicada, La peligrosa idea de Darwin o La evolución de la libertad. Participa en el diálogo sobre El cerebro social.
Pregunta. ¿Se puede educar en la solidaridad?
Respuesta. Primero se debe definir el marco en el que se encuadra el altruismo, empezando por si existe un componente genético, algo en nuestros genes que nos impulse a ser solidarios. Considero que, si así es, no se trata de un instinto muy poderoso. Es verdad que incluso en el mundo animal hay muestras de generosidad de las cuales la más reconocida es el amor materno, la dedicación de los padres hacia sus crías. Pero, pese a que se tiende a pensar que éste es un amor incondicional, esta teoría falla, ya que también existen situaciones de conflicto paterno-filial.
"Una buena idea es como los virus, debe reproducirse e invadir otras mentes"
P. ¿Así que no estamos genéticamente diseñados para ser solidarios?
R. No lo creo. El altruismo no nos viene dado por la genética: es más bien producto de la cultura. No por una selección consciente, sino como resultado de nuestros hábitos sociales. Pero ahora sí que hemos llegado a un punto en que podemos ser metódicos en el diseño de un nuevo orden social, basado en la cooperación.
P. ¿Por qué deberíamos serlo?
R. Porque está demostrado que las comunidades altruistas son más harmoniosas, más cohesionadas y, por tanto, más competentes a la hora de superar dificultades. Además, considere esto: ¿a qué grupo preferiría pertenecer, a uno compuesto por seres generosos, en el que sus individuos están dispuestos a realizar sacrificios personales por el bien de la comunidad, o a un conjunto de seres egoístas, que sólo se preocupan por sí mismos, no mantienen sus promesas y en los que, por lo tanto, no se puede confiar? Cualquier persona, y cuando digo cualquiera me refiero también a un ser egoísta, preferiría pertenecer al primer grupo.
P. En su exposición comparó las ideas con virus.
R. Las ideas se diseminan como virus. Si están bien diseñadas explotarán todos los sistemas de aprendizaje del cerebro para fijarse en él. Una buena idea es inolvidable, pero no sólo eso, sino que, como los virus, debe reproducirse y volver a salir del cerebro para invadir otras mentes. Por eso provoca que el huésped la disemine, que haga de evangelista de esta idea.
P. Según su definición, ¿es el altruismo una buena idea, un buen virus capaz de diseminarse en la sociedad?
R. Podría ser que el altruismo se comportara como un parásito, diseminándose sin aportar nada positivo al ser humano. Pero... también podría ser que no, que nos haya resultado útil. Al fin y al cabo, el hombre ha conseguido dominar el planeta en sólo unos miles de años, así que su ventaja evolutiva está demostrada.
P. ¿Y qué tiene este éxito que ver con la generosidad, la cooperación?
R. El altruismo tiene un papel en todas las organizaciones sociales humanas, aunque a veces sea en una forma menor, como es la cooperación a raíz de la coerción. Pero también disponemos de múltiples ejemplos en que la colaboración, la confianza, tiene un mayor peso porque no obedece al miedo, sino al respeto y a compartir los mismos principios. Así que esto es lo que deberíamos estudiar para poder crear las condiciones que favorezcan el altruismo. Podemos crear un nuevo organismo en un laboratorio, pero no sobrevivirá fuera de la probeta si las condiciones del mundo real no le son favorables. También tenemos que crear el contexto social que facilite el altruismo y su diseminación.
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