El baile de Conde
Ni se sabe los años que hacía que no salía un torero a la plaza dispuesto a cambiar por poses su vida. Ése fue Javier Conde -contratado para sustituir a Enrique Ponce- en su primer toro, a la sazón primero de la tarde. Después de un brindis reverencial al respetable empezó la hora del tablao. Se pasó un tiempo enorme en citar al toro. Toda una eternidad en cada pase. De ahí que ese tiempo lento hay que calificarlo como de apariencial y premioso.
El asombro mayor lo confirió cuando señalando con la mano a un aeroplano imaginario, corría dando saltos hacia el toro, que era como si bailara dirigiéndose al astado. Se zarandeaba tanto que se movía hasta su porvenir. Como si surgiera de una equivocación, de vez en cuando salía un pase adecentado. Pero, en rigor, no estábamos ante algo que había que tomarse en serio.
Domecq / Conde, Juli, Tejela
Toros de Juan Pedro Domecq: sin demasiada fuerza, suavones, de mucha romana; el mejor fue el 6º. Javier Conde: estocada desprendida -aviso- y descabello (vuelta); cuatro pinchazos y estocada baja (silencio). El Juli: dos pinchazos y estocada (silencio); estocada trasera (oreja). Matías Tejela: media estocada y descabello (silencio); media estocada -aviso- y cuatro descabellos (silencio). Plaza de Pamplona, 14 de julio, 10ª y última de feria. Lleno.
El colofón lo remachó en su segundo toro, un jabonero de enorme peso. Sin hacer ningún extraño, el torero empezó a espantarse y a bailar (¿tal vez el Bolero de Ravel?).
La verdad es que el diestro dio un mitin de no valentía. En términos literarios cabía pensar que todos estábamos obligados a respirar un perfume que no olía a nada. No estamos diciendo nada que no se haga evidente al verle delante de los toros. Le falla el corazón.
A la hora de entrar a matar ese segundo toro, el pavor alcanzó cotas sublimes. ¡Ni que fuera Perdigón, el toro que mató a Espartero! Demostró una falta de valor que la tarde de sol claro de ayer lo testificó. No le fueron abroncando hasta el hotel porque era el toro del bocadillo.
Respecto al valor o no valor, decía Larita, un torero legendario del primer cuatro del siglo XX: "Si la jinda [el miedo] fuera calva, ni Sansón que se metiera a torero tendría un pelo en la cabeza". Espero que se entienda.
El Juli y Matías Tejela ayer se justificaron al menos en sus segundos toros, quinto y sexto, respectivamente. El Juli toreó a ese toro con lentitud, además de llevarlo dominado en todo momento. Estuvo entregado y toreando con seriedad y empaque. El toro era noble, aunque un tanto suavón y falta de chispa.
En cambio, Tejela se encontró con un animal con mucho gas. Un toro que presentó una tarjeta de visita en el primer tercio horrenda. Semejó ser un manso de libro. Sin embargo, después sirvió para la muleta.
Tejela empezó el trasteo demasiado acelerado, siguiendo la estela vibrante del toro, hasta que lo fue metiendo en sus dominios. Trazó entonces pases de ambas manos de acuciosa factura.
En algunos pasajes de la faena hizo aparición la emoción, esa sustancia esencial en el toreo. Si no hubiera fallado con el acero, y eso que se marcó una media en el sitio, tal vez le hubieran concedido un apéndice.
Digamos que El Juli en su primero estuvo mal y requetemal. Y lo de Tejela es imperdonable, que en su primer toro no se diera cuenta de que el pitón bueno era el izquierdo, cuando quiso cifrar la faena sobre el pitón derecho. Un error de principiante.
Una vez visto lo visto, es una pena que para sustituir a Enrique Ponce no se le haya avisado al torero de más calidad de todo el escalafón, cual es El Cid. No le han visto este año en Pamplona, y se pierden el haber podido captar el torero que atesora sus muñecas, la mejor miel y azúcar de la torería actual.
Por lo visto los públicos son proclives a las apariencias superficiales. El manjar de siempre, el que han atesorado los grandes de la tauromaquia de todos los tiempos en este momento apunta hacia el citado El Cid.
A destacar dos excelentes pares de José Antonio Carretero al quinto de la tarde. Formidables.
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