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Necrológica:IN MEMÓRIAM
Perfil
Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Mágica Olga Moliterno

¡Olguita! Los ojos lúcidos y grandes, bellísimos, en un rostro con gestos de actriz; el sombrero grande sobre la diminuta figura, la movilidad en los patios de butacas saludando a todos -cualquier platea, en noche de estreno, estaba poblada por amigos suyos-; el oído abierto para escuchar cualquier noticia de teatro, y la voz, de donde nunca se fue el acento argentino -porque no quería, porque era parte de su personalidad-, para transmitirla. La palabra para poner junto a ella es ésta: teatro.

Desde su primer marido, empresario del Colón de Buenos Aires, hasta nuestro José Luis Pellicena. "La conocí en 1957, haciendo el primer papel de mi carrera en El diario de Ana Frank. Ella estaba en pareja con el primer actor de la compañía. Y aquel encuentro cambió el destino de los tres", dice el gran actor. A mí me es imposible separar a estos dos personajes: "Ella fue una persona mágica en mi vida. Me sedujo bajo todos los aspectos. Y me descubrió la profesión en la que siempre me sentí un privilegiado", dice también.

El primer actor del que habla Pellicena era el extraordinario Andrés Mejuto, que trabajó en la Barraca de Lorca, y que en el exilio lo hizo con Margarita Xirgu; con él vino a España Olga Moliterno; murió en 1991. ¡Cuántos grandes nombres!

Otro gran nombre es inseparable del de Olga Moliterno: el de Rafael Alberti. En una reciente exposición en el Reina Sofía, y supongo que en otros lugares de España, se veía la foto de la llegada de Alberti a Madrid, después del casi infinito exilio. Junto a él, Olga Moliterno y Teodulfo Lagunero, personaje permanente en muchas aventuras del partido comunista: ahora vive en Málaga. Gusta saber que una persona sigue siendo como siempre, y él lo es.

Olga Moliterno mantenía por algunas personas la admiración literaria y la personal como si fueran una sola. Hubiera defendido a Alberti a dentelladas, y así ha defendido siempre a su viuda, María Asunción Mateo. Cuando se estrenó en Madrid El adefesio, antes de que el poeta regresara del exilio, ella estaba detrás del montaje (primera actriz, María Casares; director, José Luis Alonso: nombres para siempre, personas ya perdidas), ella estaba detrás, y cuando en la Expo de Sevilla se hizo La gallarda ("tragedia de vaqueros y toros bravos"), fue ella quien lo propuso y lo realizó.

Nació en Buenos Aires, en un año del que no se tiene registro exacto. Tuvo más interés en ocultarlo que en exponerlo. Puede que ahora cumpliera ochenta y cuatro, ochenta y cinco años, yo qué sé, nadie lo sabe en este mundo del teatro. Era coqueta, de un bello rostro. Sé de ella que hace poco días quiso unirse a mis amigos para celebrar mi ochenta cumpleaños, y no se atrevió: "¡Estoy tan estropeada!". "Ponte un sombrero grande, de los tuyos...". "Pero ¿cómo voy a ir en esta época con sombrero?".

La enfermedad, la que fuera, la venía desde hacía años. Se encerraba, en su casa y en sí misma: siempre con Pellicena. Este encierro de la persona que ha sido la más sociable de España se unía al deseo de no asomarse en público de una manera descompuesta. La depresión era fuerte, y Castilla del Pino la trataba con toda su atención. Pero el desgaste era diario.

Y así se ha ido, como en secreto, pero dejando una estela de personas que la han querido mucho y a las que ella ha querido: sus fotografías la rodeaban en casa. Tantos la han precedido en este camino final; tantos la lloran en este momento.

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