El vídeo mató a la estrella de la radio
Al igual que un verano carece de sentido sin su canción tontorrona, el periodo estival quedaría decapitado sin su torneo deportivo de turno. Junio 2004, Eurocopa de Naciones. Recién duchado, cerveza en mano, uno obedece la llamada de la manada y se sienta frente al televisor tratando de encontrar la épica anunciada reiteradamente por la voz en off del locutor. A priori, los protagonistas de las contiendas futbolísticas, Holanda-Alemania, Francia-Inglaterra, España-Grecia, prometen batallas de tintes dramáticos y quizás valga la pena perder, en tiempo cronometrado, ciento veinte minutos de nuestro relax post trabajo frente a un televisor. Pero como son épocas de dura competencia mediática, por si no fuera suficiente con el nombre de las selecciones en competición, -la publicidad hay que amortizarla-, llevan días ejercitando un pressing ahogante rescatando de los archivos todo el material documental habido y por haber: los cambios de ritmo de Johan Cruyff, del gol de Marcelino, la calva de los hermanos Charlton, las barreras vencidas por el toque mágico de Platini. Una suma de dardos succionadores para convencernos de las ventajas de esa adicción frente a otras más o menos lúdicas disparados sin descanso a la memoria nostálgica del espectador, potencial, por supuesto, porque existen tantos seres impermeables al maravilloso mundo del fútbol como seres insensibles a la doctrina vaticana. Si uno es del país de su infancia, con el fútbol sucede lo mismo, y ante tanto rescate de cromos añejos uno regala sus pupilas a los veintidós futbolistas del encuentro con la esperanza de reencontrarse con sus días de vino y de rosas futbolísticas. Lamentablemente, dos horas más tarde la desilusión es total.
Antes, cuando la oferta era muy inferior a la demanda, apuntabas en el calendario la fecha y la hora de inicio del partido inaugural con un mes de antelación. Eran otros tiempos y otros paisajes. Quizás, el desencanto se deba a una incapacidad personal por ilusionarme plenamente saciado de acontecimientos deportivos. Para ser más exactos, me falta ansiedad por el desarrollo de la Eurocopa, enfermedad neuronal fundamental para salvaguardar mi interés por tan magno acontecimiento patriótico deportivo.
También cabe la posibilidades de que el motivo real de mi decepción se deba a la pobreza del espectáculo. Sea o no producto del sofoco húmedo de la urbe, tengo la impresión que en el fútbol actual, hablando en términos económico-viscerales, la calidad de la oferta es muy inferior al deseo del aficionado. Si escogemos dos nombres de futbolistas que hayan marcado época obtendremos definición inmediata de sus características como jugadores. Beckenbauer: el mejor cuatro de la historia. Van Basten: el delantero centro más completo. Estos dos, como otros muchos trabajadores del balón, eran futbolistas antes que productos publicitarios. En la actualidad, con evidentes excepciones, el mercado está hinchado de falsos genios del balón que juegan regular y a menudo a destiempo. Se han pagado fortunas por futbolistas que si en algunas páginas van a dejar huella, será en las páginas de la prensa amarilla por motivos bien distintos a su técnica balonpédica. Sin duda, esos millones justifican de por si su fama internacional.
Si los Buggles se equivocaron cuando dijeron que el vídeo mataría a la estrella de la radio, quizás estemos a tiempo de ver gran fútbol sin necesidad de acudir a los archivos. Sería muy saludable para los aficionados.
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