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Crítica:TEATRO | 'I La Galigo'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Belleza y pasión lenta

Él y ella se encuentran por primera vez, se aman, pero su amor es imposible. Puede que un 80% de la literatura dramática de todo el mundo, arcaica y contemporánea, se base en esa situación desgraciadísima. Lo peculiar en este caso es que él y ella son hermanos gemelos: se empiezan a amar en el vientre de su madre hasta tal punto de que se niegan a nacer para no separarse, los dichosos fetitos, y tienen que intervenir dioses de todas clases para que al fin salgan: con la prohibición de verse nunca más.

A los dioses no les ha gustado nunca el incesto, excepto en algunas situaciones del Olimpo. Parecían coincidir con la ciencia experimental en que la consanguinidad produce una herencia débil, mental y física. Supongo que hoy en que el amor y el sexo no se basan en la reproducción, algún tabú se estará transgrediendo alegremente, todo lo cual no hace bajar la penalización legal.

I La Galigo

Poema tradicional indonesio. Adaptación de texto y dramaturgia de Roda Grauer; música de Rahayu Suppnagah. Intérpretes de compañías indonesias: actores, danzarines, mimos, artes marciales, músicos. Dirección, diseño escenográfico e iluminación: Robert Wilson. Teatro Español. Madrid.

Ésta es una de las tres historias de este poema del sur de Sulawesi, en Indonesia, del que se conservan unas seis mil páginas. Historia bellísima. Esta historia bellísima es ya intrauterina, como digo; pero la prohibición del incesto es demasiado fuerte, y los chicos se separan con una promesa: una hija de él, un hijo de ella, se casarán y en ellos se cumplirá su propio amor. Y ése es el final. No todos los genetistas coinciden en que esta boda entre primos hermanos esté exenta de problemas cromosómicos.

La segunda historia es también de amor: huyendo de su hermana gemela, el chico busca a la hija de los emperadores de China; es bellísima, pero orgullosa y distinguida. Para ella, el indonesio es un bárbaro y no quiere ni verle: la coyunda se hace a oscuras y le encanta más allá de lo común, pero no tanto como para vencer su orgullo. Al final viene el reconocimiento, ve a los bellos hombres y, cuando sabe que son su marido y su hijo, les acoge en palacio.

Cosmogonía

Hay, en fin, una tercera historia que es una cosmogonía: el mundo se vacía y los dioses se preocupan; nadie les podrá adorar y obedecer, y eso es tanto como si dejaran de ser dioses. Por tanto, deben emprender la reconstrucción y repoblación. Baja Dios a la tierra -se llama Patotequé y utiliza un ascensor desde los telares; y lleva turbante- y empieza a organizar las cosas.

Todo tendría escasa importancia si no estuviera permanentemente la belleza. Plástica, y teatral. Si los colores, las luces y los movimientos son bellísimos, las simulaciones puramente teatrales cumplen con limpieza, y con sólo el esfuerzo artístico humano, una virtud meramente teatral: la imitación del río que corre, las barcas, las bestias que pueblan el mundo, el asesinato del árbol antiguo... Los gatos mágicos...

Todo esto pertenece en gran parte a la creación occidental: a Rhoda Grauer, que expurgó el libro original, tomó de él los episodios que podrían constituir esta obra de tres horas, y a la singular puesta en escena del gran hombre de teatro occidental, Robert Wilson.

Toda su capacidad reconocida en el mundo sería insuficiente sin unos intérpretes que en escuela oriental no supieran interpretar con todo su cuerpo, desde las puntas de los ágiles dedos danzarines hasta la sujeción al ritmo de una orquesta de extraordinaria calidad, con una percusión que mezcla sabiamente los tiempos, y que se mete dentro de los espectadores. Que se entusiasman.

Ovacionaron a todos: se enardecieron con la presencia de Bob Wilson y de la Grauer. El que tenga ocasión de verles en cualquier momento y lugar de su gira, no se lo debe perder.

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