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Una Europa más plural, cohesionada y solidaria

La liturgia imparable de la campaña electoral está en marcha. Los carteles, los mítines y los discursos se suceden intentando arrancar el voto de los dudosos e indecisos. Pero la pregunta en estos momentos es muy sencilla: ¿Interesa Europa a las ciudadanas y ciudadanos de España y de nuestra Comunidad Valenciana? La respuesta, a pesar del abstencionismo habitual en estos comicios, es mayoritariamente positiva. Pero la cuestión es más bien: ¿Qué Europa queremos construir? Este interrogante se presta lógicamente a múltiples planteamientos, no sólo de los partidos, sino también de los ciudadanos y de las distintas redes sociales. No podemos ni debemos eludir una respuesta a este interrogante.

Personalmente creo que el objetivo prioritario debe ser el caminar hacia una Europa capaz de resolver las evidentes desigualdades internas. Sin una gran dosis de generosidad, persistirán distintas Europas en un mismo espacio: los países pobres y los ricos. Y no podremos evitar la peligrosa acumulación de bolsas de pobreza severa en los países más pudientes formadas por ciudadanos con plenos derechos procedentes de las naciones más desfavorecidas del mismo continente. En esta lucha por una Europa más igualitaria nos jugamos la validez de un proyecto común. Sin una dosis de utopía, el discurso político puede convertirse en frustrante e infecunda poesía. Sin olvidar que este camino hacia una mayor integración de los países actualmente más precarios, nos va a exigir sacrificios a todos, pasar a un segundo o tercer lugar como destinatarios de las ayudas. Serán necesarios liderazgos fuertes y creíbles para que los ciudadanos puedan percibir claramente que el esfuerzo común vale la pena. La llamada "Vieja Europa" posee unas energías internas que hunden sus raíces en su historia común, y que le tienen que llevar a ser el motor de un progreso que alcance a todos. Planteamientos chauvinistas en estos tiempos conseguirán simplemente el fracaso de una idea que grandes hombres concibieron después de la Segunda Guerra Mundial. Solamente en una Europa más cohesionada económica y socialmente podrá brillar la riqueza cultural y el pluralismo de las naciones, regiones y pueblos del continente. Evidentemente lograr este objetivo es sencillo y complejo al mismo tiempo, pero es necesario que la voluntad política y la solidaridad de todos los implicados sea clara y firme. El camino será largo, pero al final las próximas generaciones agradecerán la mirada lejana y la generosidad de los que toman las decisiones en el presente.

Una Europa más fuerte políticamente puede convertirse en un mundo globalizado, en un factor de equilibrio y serenidad. Vivimos en un mundo terriblemente amenazado por la persistencia de conflictos internos y de guerras entre países. Al mismo tiempo, el látigo asesino de la internacional terrorista no duda en golpear desgraciadamente por doquier. Por eso, Europa, tiene que contribuir a la construcción de un mundo más seguro desde su experiencia histórica. En la mayoría de países europeos, por distintas razones, han convivido y conviven modélicamente culturas, religiones, iglesias y razas. Las muchas veces necesarias tensiones entre estos distintos modelos y proyectos de vida pueden ser fecundos o nefastos, pero al final estamos positivamente condenados a vivir lo diferente como un elemento integrador y enriquecedor. Lo contrario será dar pabilo a vetustos racismos y exclusiones absolutamente obsoletas. La lucidez nos tiene que llevar a aceptar esa hermosa Europa multicultural, multirreligiosa, multirracial y todos los multis que queramos, pero sin ramárico como dicen los italianos.

Sin embargo estas necesarias miradas hacia dentro no tiene que llevarnos a olvidar nuestras responsabilidades, como países europeos, también hacia los países más pobres de la Tierra. En muchos de ellos, los países europeos más pudientes, tenemos lazos comunes. Es el caso de Gran Bretaña, Francia o Portugal hacia sus antiguas colonias y el de España en relación con América del Sur y Central. Sin olvidar la vinculación de los países europeos del Mediterráneo con sus homólogos de la ribera sur y oeste del mismo. Posibilitar el progreso de los países pobres es crear espacios para un mundo más pacífico y seguro. No podemos continuar aceptando una desigualdad tan sangrante e injusta entre los países del Norte y los del Sur. Los últimos informes de PNUD demuestran que la brecha entre los países ricos y pobres se está ampliando cada vez más. Las ciudadanas y ciudadanos europeos tiene que saber que la suma de la aportación de todos los países europeos en cooperación al desarrollo es todavía muy inferior a lo que estos países nos pagan en concepto de la deuda externa. Esto significa que en sus presupuestos tienen que dedicar porcentajes suicidas para pagarnos los intereses de sus deudas. La calidad de vida de la gente de estos países se está deteriorando hasta límites insospechados. Los relatos de los testigos de las hambrunas, mortalidades infantiles u otras circunstancias nos sobrecogen, ya que estas realidades solamente son noticia en los medios de comunicación cuando las cifras alcanzan los tres dígitos. Cada día, 40.000 niños mueren de hambre en todo el mundo. Para ellos, ni primera página en los periódicos, ni presión de la opinión pública...Esto, lamentablemente, es soportable para la cómoda Europa de la mesa camilla. ¡Europa debería condonar la deuda externa de los países pobres ya! Esta injusta situación es una de las causas del fenómeno migratorio. La emigración es la única alternativa a la carencia de posibilidades de subsistencia digna en el propio país. La realidad de la inmigración que presiona a las puertas de nuestras fronteras y ciudades tiene algo que ver con esa "desigualdad global". Las posibles soluciones pasan por iniciativas necesarias y urgentes por parte de Europa, Estados Unidos y los organismos multilaterales, para eliminar las causas que provocan los éxodos y las transferencias de poblaciones de los países del Tercer Mundo al Primer Mundo. Es necesario intervenir en las causas de esos flujos, acrecentando una cooperación internacional integral más agresiva, que redunde en programas de eliminación de la pobreza y el subdesarrollo.

Finalmente, Europa, tiene que levantar la voz fuerte y alto para que el conflicto en Oriente Medio entre en un período de negociación seria y definitiva. Israel no puede seguir actuando impunemente con esa brutalidad desproporcionada. Palestina tiene necesariamente que neutralizar a los terroristas suicidas. En el camino de la paz, Europa tiene por muchas razones un papel importante que jugar. Pero Israel, debe de elegir el camino de la paz, si no Europa debería empezar a pensar en sanciones importantes. Los palestinos no serán creíbles mientras no juzguen y detengan a los terroristas, pero Israel debe paralizar los muros y los fosos y desmantelar las colonias de Gaza y Cisjordania. Europa debe presionar, obligarles a que den estos pasos. La estabilidad en el Mediterráneo depende en parte de la solución de este eterno conflicto. Y, por supuesto, Europa tiene que contribuir al relanzamiento de Irak, desde su experiencia creíblemente democrática y desde sus históricas convicciones éticas.

Estos discursos nos gustarían que no se olvidaran en esta campaña electoral.

José Luis Ferrando es profesor del Instituto Diocesano de Ciencias Religiosas.

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