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Columna
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Bodas tan reales

"La navaja, la navaja. Malditas sean todas y el bribón que las inventó" -dice Federico García Lorca en Bodas de sangre-; y las escopetas y las pistolas y el cuchillo más pequeño y hasta las azadas y los bieldos de la era. Todo lo que puede cortar el cuerpo de un hombre". En vísperas de la Boda, otra boda acabó en Irak en masacre. Decenas de invitados bombardeados, entre ellos la proporción previsible de mujeres y niños, por las tropas norteamericanas. Qué poco se tiene que ver desde el cielo, quiero decir desde el espacio aéreo; qué poco desde arriba del poder para confundir una boda tan real con una amenaza ficticia, para convertir su celebración en atentado. "La boda está llamando por las ventanas", dice García Lorca. Pero luego tiene que preguntar, "¿Qué contáis de la boda?". Y la respuesta es "Muertos en la hermosura de la noche. Muertos, sí, muertos. Flores rotas los ojos, y sus dientes dos puñados de nieve endurecida".

De la masacre nupcial de Al Qaim la actualidad nos lleva, sin solución de continuidad -sin solución de ninguna clase- a la de Rafah. Donde decenas de palestinos acaban de ser asesinados, donde miles de palestinos se han quedado sin casa. Donde se hacinan cientos de miles de refugiados en un paisaje que no tiene horizonte. ¿Sobrevivirá el amor en esas circunstancias? ¿Hará alguien planes de boda a la intemperie? El poeta Mahmud Darwix ha escrito en Ramalha: "Despósame, emparéntame con los ritos del campo, hazme diestra en la flauta y que tu fuego me abrase: que como el fénix renazca de mi fuego, el tuyo". Y casi al mismo tiempo la poeta Luisa Futoransky ha escrito en Jerusalem, como en otra boda de decencia y cordura: "Y qué decir del concepto de elegido, fuente donde abrevan las sinrazones todas las injusticias, los cuadriculados, los pozos, los dameros envenenados, los duelos sin consuelo".

Y mientras tanto, ¿qué dice Europa? ¿Qué le oponemos, desde Europa, a los misiles contra gente indefensa, al desafío de la legalidad internacional, a la prepotencia, a la fuerza bruta y embrutecida de los señores de la guerra? De momento sólo hermosas palabras, palabras de organdí. Cortejos de palabras como los que en Vals negro, la magnífica novela de Ana María Moix, describen el matrimonio de Sissí: "La boda imperial tuvo lugar en la iglesia de los Agustinos, pero los festejos nupciales se iniciaron en la ciudad tres días antes. Concretamente el día y a la hora en que Elisabeth de Baviera, futura emperatriz de Austria, abandonaba su ciudad natal para dirigirse a Straubing, a orillas del Danubio, donde un vapor fluvial aguardaba a la comitiva".

En esas estamos. En el decorado de una boda mayúsculamente Real y sin embargo, irreal en minúscula. En el sentido de que, hoy por hoy, Europa no se casa con nadie. Sólo se indigna y se entretiene. Se asusta y se entretiene. Se blinda y se entretiene: cinco mil periodistas se desplazaron hasta Madrid para cubrir la boda del Príncipe Felipe y de Leticia Ortiz; y se puso en marcha un dispositivo de seguridad sin precedentes, extendido hasta el control del espacio aéreo (no puedo evitar ver invertida, especular, la imagen del cielo sobre la boda de Al Qaim). Esa cobertura y esas medidas de protección no valen como fotografía de la boda real. Pero sí, en mi opinión, como ecografía -imagen siempre más oscura y sin embargo más precisa que una foto- de una realidad de esa boda. Una realidad que resume impecablemente la noticia de que una agencia de viajes ha propuesto este paquete conmemorativo: desplazamiento, boda y por la noche, asistencia a un programa de los (mal)llamados del corazón. La mayor pega que han opuesto los clientes a la oferta es, según su responsable, la inseguridad. El miedo a lo que pudiera pasar(les) en Madrid.

Voy a terminar deseándoles, muy sinceramente, felicidad a los novios. Y lamentando mucho no poder poner "toda la felicidad del mundo". Porque el mundo es ahora mismo infeliz.

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