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Columna
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¿Qué es un eurodiputado?

La pregunta es pertinente dado que dentro de pocos días vamos a tener la oportunidad de elegir a nuestros representantes en el Parlamento Europeo. Éste es uno de los lugares más desconocidos por los europeos pese al empeño de tantos en dar a conocer esa Babel y esa encrucijada donde se mezclan talantes, ideologías, sensibilidades y culturas de territorios tan afines como variopintos y contradictorios: Europa misma.

Toda la energía que acumulan estos personajes generalmente opacos que son los europarlamentarios (utilizo un genérico) crea un microclima especial, misteriosamente eléctrico. No hago literatura. La primera vez que estuve en la sede de Estrasburgo, en el lejano año de 1986, pude comprobar que cada vez que daba la mano a alguien para saludarle se producía una descarga de electricidad real. Casi saltaban chispas. Resultaba chocante y parecía peligroso. Decían que era culpa de una interminable moqueta acrílica de color malva; pero, a lo largo del tiempo, he podido comprobar que la mayoría de esos extraños seres son casi una central nuclear en potencia.

Una ONG ha analizado la sangre de 39 europarlamentarios y ha hallado una alta concentración de productos químicos

Ellos saben cosas que nadie sabe, discuten de asuntos que afectarán a nuestro futuro, pactan, presionan, son presionados, diseccionan los subterráneos de la economía y de lo social, acumulan conocimientos de asuntos turbios o esperanzadores y, sobre todo, estudian y rascan las tripas de la ballena para, desde ahí, acceder al iceberg que es la Europa que no salta a la vista. Todos estos trabajos -incluida la preparación de complejas leyes que han de abarcar hoy al menos 25 puntos de vista nacionales distintos- les inculcan esa extraña energía que les convierte en unas baterías eléctricas ambulantes. Doy fe.

Pero eso es decir bien poco. ¿Qué es un europarlamentario? Un reciente estudio llevado a cabo por una ONG (Fondo Mundial por la Naturaleza: WWF) ha estudiado la sangre de 39 europarlamentarios (voluntarios de 17 países y en perfecta salud aparente) y ha descubierto que todos están muy contaminados por 76 productos químicos tóxicos (como explosivos, pesticidas, aislantes eléctricos, ignífugos u otros). "Es la más fuerte concentración nunca detectada en personas, la gente que trabaja en las industrias químicas no llega a tanto", explica la ONG, que añade que no puede decir de dónde viene esta contaminación ni qué efectos puede producir sobre la salud.

En Francia estas revelaciones han causado un escándalo considerable por dos razones: la falta de estudios serios sobre cómo productos químicos indestructibles invaden el organismo humano, sin que se conozcan sus efectos, y el que esta investigación pionera la haya hecho una entidad privada y no un organismo público. Los europarlamentarios han servido de conejillos de Indias precisamente porque el Europarlamento discute una disposición de autorización europea para 30.000 productos químicos (la llamada ley Reach). Prestándose a esta experiencia plantean el dilema: escoger entre la rentabilidad de la industria química o la salud. "Un exceso de precaución es malo, pero su inexistencia resulta criminal", han resumido.

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Sabemos ya que un europarlamentario puede ser alguien aparentemente sano cuya sangre está contaminada por 76 productos químicos. Y de paso -hasta que no se muestre lo contrario por medio de avanzados análisis-, que cualquiera puede tener en su sangre un arsenal tóxico. Esos seres impenetrables, aparentemente aburridos aunque eléctricos, tan sesudamente melancólicos que a veces parece que, como dice un amigo mío, formen parte del "sindicato de los tristes", que todo lo ve negro, vienen a decirnos que no sabemos cómo la química invade el cuerpo humano. Y menos cómo puede modificarlo. Un europarlamentario, si hace bien su trabajo, es un semáforo de la ignorancia colectiva. Con un solo propósito: despertar nuestra curiosidad y las ganas de sobrevivir.

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