_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Bello a los 100

Hoy cumple cien años Pepín Bello, don José Bello, y ayer decía en una entrevista que él nunca se ha aburrido. Sin duda, ése es su secreto. Imagínense las dosis de buena salud, buena suerte y buen carácter que hacen falta para llegar a una edad de tres cifras y no haberse aburrido nunca. El Cyrill Connolly español y gran compinche de los maestros de la Generación del 27, Pepín Bello, o don José Bello, que es como a él le gusta que le llamen, las tiene y por eso está aquí, a este lado del más allá, convertido en el penúltimo centinela de una época que, en parte gracias a él, es al mismo tiempo parte de la Historia y parte del presente.

Lo de don José se lo oí decir a Pepín hace ya muchos años, una noche como tantas otras en que cenábamos él, Rafael Alberti y yo en un restaurante de la calle de la Princesa. Estaban los dos amigos acordándose de las gamberradas que solían hacer en la Residencia de Estudiantes junto a Federico García Lorca, Luis Buñuel y Salvador Dalí cuando, de repente, Pepín se puso serio y dijo: "Oye, Rafael, ¿y no crees tú que a estas alturas lo de Pepín ya está un poco putrefacto? Yo creo que es mejor que, a partir de ahora, me llames José". Alberti fingió que se indignaba y dijo: "¡Ni hablar! ¡Eso sí que no! De llamarte José, nada de nada. En todo caso, don José". A partir de esa noche, todos lo llamamos, medio en broma y medio en serio, don José.

Lo de "putrefacto" lo dijo don José porque aquella era una de las palabras clave de aquel grupo de camaradas, siempre dispuestos a tomarse muy en serio sus obras y muy en broma a sí mismos, que formaba el quinteto Lorca-Dalí-Buñuel-Alberti-Bello: era putrefacto todo poeta o pintor que no se afiliara a la modernidad, que no apostase por el riesgo a la hora de crear sus obras. Sentarse a escuchar a Alberti y a don José era una maravilla, verlos relatar cómo ideó Buñuel su película Un perro andaluz; o de qué modo les iba leyendo García Lorca, en los jardines de la Residencia de Estudiantes, los poemas de su Romancero Gitano...

En esas cosas pasaban las tardes los amigos de la generación de la República y la Institución Libre de Enseñanza, o inventando poemas absurdos cuya condición fundamental era la de no decir absolutamente nada. El que más les gustaba a todos era uno que inventaron al alimón y que decía: "Por ahí viene el perro del hortelano / con la cola detrás / y la cabeza delante". Lo de Cyrill Connolly lo digo porque el narrador y ensayista inglés, aunque escribió algunos libros excepcionales, consideraba que había perdido el tiempo siendo brillante e ingenioso en las reuniones con sus amigos, en lugar de hacer una obra sólida, y al final de su vida solía quejarse con amargura de haber derrochado su talento. Don José no parece haber sido tentado por la gloria o la posteridad, y aunque hace años se propuso escribir unas memorias, cuando llevaba avanzado el manuscrito decidió que no merecía la pena y lo destruyó.

Don José Bello es memoria en estado puro y la memoria tiende a ser amarga. Después de las bromas llegó la realidad, llena de canallas y de muerte. Después de la República, la Institución Libre de Enseñanza, don Fernando de los Ríos y la Generación del 27, vinieron la guerra civil, el fascismo y la España miserable, cínica y servil de los Vivanco, Panero, Rosales, Torrente o Laín Entralgo. El hermano de don José Bello fue asesinado durante la contienda, Lorca fue asesinado, Miguel Hernández fue asesinado igual, sólo que un poco más despacio, algunos camaradas, como Gerardo Diego, se dedicaron a escribirle poemas a Franco y casi todos los amigos salieron para un exilio que duró treinta y ocho años o los dejó para siempre bajo la tierra de México o de Argentina.

Por eso es delicioso escuchar hablar a Pepín, a don José, y ver que su mente se ha ido haciendo selectiva, tal vez para no ennegrecerse: siempre habla de los tiempos de la Residencia de Estudiantes, de la que ha sido nombrado presidente de honor, y recuerda los días mágicos que terminaron siendo la primera parte del horror que se avecinaba.

Don José Bello cumple hoy cien años y nunca se ha aburrido. Qué deseos de que esta ciudad y este país aprovechen la ocasión y vuelvan la mirada hacia aquellos años de la Institución Libre de Enseñanza en que Madrid fue una de las ciudades más cultas y más modernas del mundo. Felicidades, don José, y que cumplas muchos más.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_