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FÚTBOL | Sexto título del Valencia

El triunfo de los artesanos frente a las estrellas

Miguel Ángel Villena

Durante largos años, las aficiones del Real Madrid y el Barcelona observaban a los hinchas del Valencia con esa mezcla de displicencia y paternalismo que los hermanos mayores utilizan con los pequeños, que los ricos emplean con los pobres. Esa fama de equipo simpático y ruidoso, perdido en la mitad de la tabla y que no significaba una amenaza para ninguno de los grandes acompañó al Valencia durante todo el decenio de los ochenta y buena parte del de los noventa. Es más, condolencias compasivas llovieron en 1986 sobre el club de Mestalla cuando el equipo descendió, por primera vez en su historia, al pozo de la Segunda División, en la que permaneció una sola temporada.

Pero desde que disputara, y perdiera, dos años consecutivos la final de la Champions (2000 y 2001) y, sobre todo, desde que ganara la Liga en la temporada 2001-2002, el Valencia pasó a ser un rival a tener en cuenta. Con su magnífica trayectoria de los últimos años, que constituye el periodo más brillante de la historia de los chés, ha roto ese bipartidismo futbolístico del Madrid y del Barça que ha marcado los campos de juego durante decenios. Flanqueada por el Deportivo, la irrupción del Valencia entre los clubes poderosos ha fulminado una monotonía de alternancia en la cúspide del fútbol español.

Esta pujanza valencianista no se ha basado sólo en el talonario de fichajes multimillonarios, sino que ha buscado la consolidación de un bloque de artesanos disciplinados que han jugado para el equipo en vez de emborracharse de balón, que han luchado sin descanso durante los 90 minutos. Si alguien simboliza el espíritu competitivo del equipo que ayer se proclamó campeón de Liga es, sin duda alguna, Miguel Ángel Angulo. Futbolista capaz de jugar en cualquier demarcación, este asturiano formado en Valencia representa las esencias de un bloque demoledor.

La capital valenciana vibró de nuevo anoche con un equipo que fue capaz de recuperarse del mazazo de tener por dos veces la miel de la Champions en los labios, que supo remontar el vuelo y confiar en sus virtudes colectivas. Frente al empeño de otros clubes por apostar todas sus cartas al espectáculo de las estrellas, el Valencia ha recordado esta temporada que el fútbol es un juego colectivo en el que la generosidad pesa más que el talento, en el que el apoyo mutuo sirve más que los malabarismos con el balón. De este modo, paso a paso, se ha impuesto en una Liga que ha corrido como un maratón y se ha ganado a pulso el sobrenombre de la naranja mecánica. Hoy, los niños valencianos comienzan a recitar de memoria la alineación de su equipo -básicamente, el mismo que se alzó con la Liga de 2002- y consuelan a Cañizares que, tras perder con el Bayern su segunda final europea, dijo que nadie se acordaba de los subcampeones. Este Valencia campeón ha entrado ya en un olimpo en el que figuran nombres como Mundo, Puchades, Claramunt y Kempes.

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