El espejo público
La televisión ha sido, casi desde sus mismos inicios, un medio de comunicación mal visto, identificado como causa de empobrecimiento cultural de la sociedad. Durante cierta época se dio en llamarla "caja tonta", cuando aún le faltaba mucho para llegar a contener los niveles de inmundicia a los que ahora da cabida; hoy habría que acompañar el nombre "caja" de una retahíla interminable de adjetivos gruesos para esbozar siquiera una caracterización reconocible de su fisonomía.
La culpa de esta degeneración se adjudica a las cadenas, olvidando que sus responsables, cuando diseñan las programaciones, sólo buscan satisfacer las demandas del público, si bien, en este caso, oferta y demanda se encadenan en una relación circular y viciosa en la que cada una es causa y efecto; amoldándose entre sí a la vez que provocan su mutua modificación en un proceso que parece orientado hacia la miseria. De cualquier manera, la calidad de los contenidos está directamente relacionada con el nivel de los usuarios, y es constatable el elevado número de ciudadanos de todas las edades, variados estatus y diversa condición, que consumen sin empacho los productos audiovisuales más infames de las parrillas: trifulcas verbeneras en torno a la actividad sexual de cualquier pendón, la enésima aparición de los consabidos obesos mórbidos declarando enfáticamente ser felices con su exceso de peso, o a indocumentados manifiestamente incapaces de hacer la "o" con un canuto que se alzan a la condición de personajes gracias a su intervención en un programa de adelgazamiento en la selva amazónica, y que responden con simplezas sonrojantes a las preguntas de una cuadrilla de periodistas glamorosos y descerebrados.
Esta realidad denota una propensión preocupante de la población a desusar muchas e importantes funciones cerebrales, bien por desinterés, bien por incapacidad sobrevenida, pero que nos convierte en cualquier caso en una sociedad feliz y ufana en su opulenta inconsciencia, al estilo de la que los tiranos, desde los romanos, siempre han pretendido implantar mediante la política del "pan et circenses" o el contemporáneo "pan y toros". Es cierto que la televisión refleja fielmente esta propensión pero es más dudoso que sea su causa, al menos la única; si acaso una más entre otras muchas (culturales, educativas, sociales, etc.) de mayor envergadura y probablemente más determinantes.
Tras el reciente cambio político, se va a acometer una reforma de la televisión pública, que incluye una "regeneración cultural" de sus contenidos. Será bienvenida, sin duda, pero para avanzar como sociedad democrática y desarrollada, la regeneración debería afectar profundamente a extensas áreas y numerosos aspectos de nuestra vida. Al final, las mejoras logradas se acabarían reflejando en la televisión.
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