Federico González, crítico de jazz
La muerte de Federico González (Madrid, 29 de diciembre de 1956) nos hace pensar, una vez más, cuántos de los mejores se van demasiado pronto. Ha luchado, se ha enfrentado a la muerte con serenidad, su cuerpo se ha resistido con paciencia ante lo inevitable pero, al fin, ha podido más la realidad de una enfermedad a la que trataba con las armas de la calma y la paciencia. Nunca quiso molestar en medio de ella y siempre parecía que estaba mejor de lo que su padecimiento hacía creer. Hasta el último momento pensó en la música, recordaba esos nombres que le habían hecho feliz y que nos había dado en años de trabajo admirable en las páginas de EL PAÍS y en las de la revista Scherzo. Su mujer, Carmen Navajas, que ha sido su apoyo permanente y en la que va a seguir viviendo, nos contaba que, sólo 48 horas antes de su muerte, Federico pronunciaba con sus últimas fuerzas los nombres de aquellos que había escuchado con placer en sus últimos días.
Federico fue un maestro abierto a todos los horizontes. Siempre pensó que la crítica requiere una distancia que sólo se consigue con la independencia respecto al medio en el que se mueven tantos intereses. Por eso se ganaba la vida en Renfe y la disfrutaba escuchando jazz y escribiendo sobre ello. Amaba el jazz, era su vida, pero se interesaba por todas las músicas, indagaba en lo nuevo con la curiosidad del que no puede dejar de conocerlo todo. Se le podía encontrar en las tiendas de discos buscando en los departamentos de clásica con un afán insólito.
Sabiendo que no había remedio para lo que le ocurría, Federico se encargó de darnos sus mejores críticas en los días finales, como si quisiera despedirse con un gesto de complicidad y de cariño, con el más modesto pero afirmativo de los aquí estoy yo. Quienes sabemos lo difícil que es reducir sensaciones a unas pocas líneas, tendremos en Federico un ejemplo de actitud y de aptitud. El magisterio del crítico, su independencia, se sumaban siempre a la calidad del escritor para ofrecernos unas crónicas en las que latía, por encima de todo, el amor al jazz, a esa música sin la que no se comprendería nuestra cultura, esa música que él se encargaba de engrandecer frente a los que la minimizan. Recalcaba siempre la técnica prodigiosa de sus preferidos y nos hacía comprender que estaban a la altura de cualquiera de las grandes figuras del clásico. Se ha ido, seguro, tarareando aquellas melodías que le hicieron ser lo que fue, lo que seguirá siendo para nosotros. No sé dónde irá ahora pero, si hay otra vida, en ella estará, con Coltrane. Con Federico se va, por encima de todo, una buena persona, alguien que supo hacer de la amistad, del amor a los demás, de una sabiduría siempre expresada con la humildad de quien de verdad la posee, una forma de vivir. Dio todo lo que tenía y se agotó antes de tiempo. Cuesta trabajo pensar que ya no está, que se ha ido, que no le pude conseguir en Londres Jazz. A Crash Course, que nunca más sus amigos podremos llamarle para contarle nuestros hallazgos -que eran los suyos, por ejemplo ponernos en la pista, hace años, de un tal Brad Mehldau-, para que sancione con benevolencia nuestros aciertos y nuestros errores. De éstos, el mío, y me lo perdonaba, era que no me gustaba Paul Desmond. Tranquilo, Federico, seguiré intentándolo y ya te contaré.
[Los restos mortales de Federico González serán trasladados hoy al Parque Tanatorio La Paz, en la carretera de Colmenar Viejo, desvío 20,700. El velatorio se instalará a las 18.30 y será incinerado a las 22.00].
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